L’Horta Sud o el bucle del dolor infinito

Hace más de un mes que una DANA nos cambió la vida para siempre a todos los que somos de L’Horta Sud. 222 víctimas mortales para España, 222 amigos y vecinos para nosotros que dan fe de la inmensidad de la tragedia. Los primeros días tras el desastre ocupamos todo el espacio mediático, pero cada vez parece que les importamos menos a los medios. Igual creen que ya vivimos en la normalidad. Pues no, lectores, L’Horta es un bucle de dolor infinito.

Mi pueblo, Benetússer, es como el pueblo de la serie From. Cuando cae el sol no ves un alma por la calle, salvo algún valiente con perro y porque no le queda más remedio. Los ojos de la gente están tristes, muy tristes y perdidos. Como me decía este domingo mi amiga Isabel: “Es como vivir en un capítulo de The Walking Dead”.

Ella me contaba que la llaman amigos y le preguntan si ya está mejor el asunto. “Pues no, no está mejor”, afirma con rotundidad. Los niños siguen sin comedor y yendo al colegio con mascarilla porque el aire es irrespirable por el polvo del barro; los escombros y los coches destrozados pueblan todavía muchas de las calles; y hemos normalizado tener al ejército y a los bomberos trabajando sin descanso. ¿Es eso normal? No, no lo es.

Quizás ya no seamos portada de los medios, para gozo y disfrute del incompetente del presidente Carlos Mazón. Pero nuestras vidas siguen en suspenso, el dolor sigue siendo el puñetero protagonista de esta macabra serie distópica en la que se han convertido nuestros días, y el agujero que han dejado nuestros muertos ocupa cada vez más espacio en nuestros corazones. La única alegría que he tenido en este mes y 10 días es el hecho de haber hablado más con mis amigas de pequeña que el resto del año. Y lo digo muy en serio, aunque las conversaciones que mantenga con ellas no se las deseo a mi peor enemigo.

Hoy, lectores, les iba a escribir una análisis sobre Juana Rivas, pero Tania Sánchez se me adelantó este sábado con un magnífico texto que les conmino a leer. Gracias, Tania, yo no hubiera sido capaz de escribir nada tan bueno. Por eso hoy, pensando en el tema para el análisis he pensado que iba a aprovechar este espacio para recordarles a todos ustedes que las víctimas de la DANA siguen hundidas en el fango. Por favor, no nos olviden. No nos releguen a un segundo escalón porque el aire que nos han insuflado desde el resto del país nos ha ayudado a respirar mejor. Pero seguimos muy faltos de aire y de cariño.

Los niños de la DANA

Nuestros niños han vivido en cuatro años una pandemia y ahora esto. Imagínenselo. Imaginen a esos niños llegando al colegio y viendo que su compañera de 9 años no va a volver nunca porque el 29 de octubre su padre no la pudo sujetar y acabó ahogada. Imaginen a esa madre que ve como su niño o su niña se vuelve a hacer pis por la noche. Imaginen a esa madre o a ese padre sentándose delante de sus hijos para explicarles que el papá o la mamá ya no van a volver nunca. Imaginen las tristeza de esos pequeños. Imaginen a la vecina de Benetússer, Toñi, volviendo sola y andando cuatro kilómetros después de enterrar a su marido y a su hija. ¿Se lo puede imaginar?

La realidad ha superado, con muchísimo, la mente del mejor guionista de Hollywood. Pero esto no es un guion de cine. Por desgracia esta es nuestra realidad diaria. Una realidad donde a las seis de la tarde no hay un alma por la calle, pues hasta los pocos bares que han reabierto cierran. En L’Horta vivimos, y seguiremos viviendo mucho tiempo, en ese bucle de dolor infinito que es muy difícil de transmitir a través de una radio, una televisión o un análisis como este. Pero hoy he creído necesario recordarles a todos ustedes, lectores, que seguimos aquí.

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