Más allá de la fantasía que ha despertado en el imaginario colectivo con personajes como el famoso jorobado, la parisina Catedral de Notre-Dame de París que ahora renace tras el incendio de 2019, posee un patrimonio que va mucho más allá de sus murallas y de ser el estandarte del gótico francés. En sus archivos, que se salvaron de la devastación del fuego, descansan algunos de los tesoros más importantes de la música de Occidente, un legado que se remonta incluso más allá de la colocación de la primera piedra del templo, hacia 1162.
En torno a Notre-Dame se consolidó la música polifónica, un pequeño salto en la historia de la música que, en perspectiva, podría considerarse como una auténtica revolución formal y estilística. Su desarrollo es un ejemplo más del relevo vivido por las escuelas monásticas anteriores que daban paso a las episcopales y municipales que se desarrollaban en las grandes ciudades –germen, a su vez, de las Universidades–, teniendo en cuenta que París, ya a finales del siglo XII, se había convertido en una de las capitales más importantes del continente. Es clave para entender la importancia capital del templo parisino en la historia de la música occidental el vínculo que desarrolló la Universidad de París con el templo catedralicio: quienes quisieran acceder a estudios como Derecho, Medicina o Teología, debían cursar un ciclo de enseñanza artística de al menos seis años, pasando por Notre-Dame en materias como música y canto.
En este ambiente la música viviría un golpe de timón decisivo, cuando la monodia daría paso a una música construida sobre la base de más de una voz, que superponía líneas vocales, germen de una escuela que fue tomando forma durante el primer siglo de vida del famoso templo. Los conocidos como maestros Léonin y Pérotin (Magister Leoninus, 1150-1201 y Perotinus Magnus o Magister Perotinus, circa 1155-1230) serían los encargados, según diversos estudios y documentos, de poner sobre pergaminos esa nueva manera de comprender la música nacida de herencias gregorianas, formas y estilos (el ‘organum’, ‘discantus’ y ‘conductus’) interpretados por hasta 120 clérigos en las ceremonias más fastuosas.
Un material que se expandiría por todo el continente –y aquí, otro gran aporte de esta escuela– gracias a un sistema de notación musical preciso; el apoyo de la red de la Iglesia fue vital en ese viaje, ya que todas estas innovaciones buscaban la alabanza y gloria del creador intentando acercarse lo más posible a la perfección. Y si Léonin podría considerarse como el precursor, Pérotin se convertiría en el gran maestro del nuevo estilo. De la mano del primero nacería el ‘organum duplum’, para dos voces superpuestas, en lo que se considera el comienzo de lo que, con el tiempo, se transformaría en un auténtico terremoto cuando, más tarde, la fórmula crecería a tres y cuatro voces, el ‘triplum’ y ‘quadruplum’, base del posterior contrapunto y de la polifonía.
El nuevo concepto rápidamente encontró opositores, bando conservador que consideraba el cambio incluso blasfemo, pero los adeptos ganaron la partida. Así el ‘discantus’ continuó su propia evolución, sofisticando la pluralidad de voces e introduciendo ornamentos y pausas sincopadas, para concluir en el ‘conductus’, en el que una de las voces se independizaba cargada de adornos para contrastar con el resto. Esta ebullición creativa desarrollada en la Escuela de Notre-Dame, es la base del posterior motete, forma musical –cuyo nombre nace de la palabra francesa ‘motet’– que, a partir del siglo XIII, se expande por el continente contagiando a la música profana y cortesana, sofisticándose en el Renacimiento con autores como Josquin des Prés, Tomás Luis de Victoria o Palestrina, y alcanzando la cumbre en el Barroco de la mano de Lully, Schütz o Bach. Aquí radica la importancia de la Escuela parisina, siendo fundamental en el desarrollo de la música occidental.
Volviendo a Notre-Dame, tampoco hay que olvidar la importancia que han tenido en el ámbito musical sus diez campanas, cada una con un nombre y que responde a una nota, símbolos que van más allá de la propia liturgia al estar ligadas a la evolución de la sociedad parisina, así como su monumental órgano, cuyos más de 100 tubos lo han convertido en uno de los instrumentos más apreciados en su género. Campanas y órgano volverán a sonar este 7 de diciembre cuando Notre-Dame comience una nueva etapa en su trayectoria.