«Mi padre, en vida, decía que, si se pudiera filmar ‘Cien años de soledad’ en muchas horas, en español y en Colombia, quizás lo consideraría», escribe Rodrigo García, el cineasta hijo de Gabriel García Márquez, en las notas de prensa de una serie que quizás Gabo habría aprobado. Los ‘Cien años de soledad’ de Netflix (primera parte, miércoles, día 11) se ajustan al ideal propuesto por el autor: no es una película, sino un relato expandido en dieciséis episodios, hablado en español, filmado íntegramente en Colombia y con un equipo esencialmente colombiano, y sin escatimar en recursos ni esfuerzos para lograr el mejor, más veraz resultado posible. Según explica la diseñadora de producción Barbara Enríquez a El Periódico de Catalunya, la esperada serie es «probablemente lo más grande que haya hecho cualquiera en América, al menos de Estados Unidos para abajo». 

Su historia recorre, como ya indica el título y bien es sabido, varias generaciones de la mítica familia Buendía y, por extensión, varias épocas de Colombia. Los primos José Arcadio Buendía (Marco González, en un primer momento) y Úrsula Iguarán (Susana Morales, en principio) abandonan su ranchería en busca de otro horizonte, del mar al otro lado de la sierra. Cuando las fuerzas escasean, ellos y sus amigos aventureros deciden crear una aldea en el sopor de una ciénaga. Se llamará Macondo. Allí se deshilvanará una densa madeja de historias y de historia, de amor, violencia, locura y guerra. 

Los caminos del guion

Reescribir una de las mayores obras maestras de la literatura universal es a la vez un privilegio y una responsabilidad, o por seguir citando temas de la obra, una maldición. El primer acercamiento corrió a cargo del puertorriqueño José Rivera, nominado al Oscar por su trabajo en ‘Diarios de motocicleta’. Después, ese trabajo fue revisado por un trío de guionistas colombianos que lideró Natalia Santa (‘Frontera verde’, ‘El robo del siglo’) y completaron Camila Brugés y Albatros González

La primera frase del libro se respeta por completo: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». A lo largo de la serie, un narrador omnipresente, Aureliano Babilonia, rescata con fidelidad las palabras de García Márquez. Pero el trabajo de adaptación ha sido uno de reinvención. De entrada, Rivera dio orden cronológico a una obra en la que el tiempo se mueve en círculos. La consultora de escritura María Camila Arias se encargó de evaluar el trabajo de Rivera y plantear al equipo de guionistas la necesidad de resaltar los temas más importantes del libro. «Como esa violencia que atraviesa a los personajes y al pueblo. O el tema de la soledad: como cada uno de los personajes termina presa de sus pasiones y eso los acaba dejando solos», nos explica Santa. 

Entre las preguntas más difíciles estaba: ¿cómo crear diálogos a partir de un texto en el que, en realidad, no abundan? «Cuando Gabo pone diálogos, son muy brillantes, así que construíamos escenas solo para llegar a alguna frasecita», dice Brugés. «El resto nos lo teníamos que inventar. A partir de los escasos diálogos, debíamos decidir cómo hablaba cada personaje, si con frases muy construidas, o si con monosílabos. Buscábamos las pistas y luego hacíamos una tarea de excavación».

Un Macondo donde vivir

En el libro no se leen fechas, pero se hace mención a algunos hechos históricos, como la Guerra de los Mil Días y la masacre de las bananeras, que sirvieron para establecer un marco temporal (1850-1950) y poder así decidir más fácilmente desde los objetos y accesorios del diseño de producción a los materiales usados en el vestuario. Fácilmente es un decir. «Tratamos de ser históricamente correctos y eso significo una investigación exhaustiva», dice Enríquez, diseñadora de producción. «Nos agarramos a muchas referencias, pinturas, dibujos, fotografías, para poder construir y diseñar todo este pueblo, todos los interiores, todos los mobiliarios». 

Aunque la acción se desarrollaba originalmente en la región Caribe, el equipo encontró las condiciones idóneas para la producción en el departamento de Tolima, sobre todo en el pueblo de Alvarado. El ‘set’ principal tiene casi 17.000 metros cuadrados de construcción y unas 130 edificaciones independientes, entre fachadas y ‘sets’ exteriores e interiores. Enríquez añade otro dato sorprendente: “Ahora mismo ese pueblo imaginario tiene más de dieciséis mil plantas, traídas allí para que tenga vegetación”. 

Como cabeza del equipo de arte, Enríquez era un puente que trabajaba mucho con vestuario, departamento liderado por Catherine Rodríguez (‘El abrazo de la serpiente’, ‘Pájaros de verano’). “Hemos hecho todas las prendas desde cero, incluyendo zapatería, accesorios, sombrerería, todo, todo desde cero», nos explica ella misma. Por suerte para el equipo, en aquellos tiempos, en Colombia, no existía la ‘fast fashion’. «Me parece importante entender que Colombia es como un país de bonanzas. Hay momentos y hay espacios en los que el tiempo se paraliza hasta que llega la siguiente buena época. Muchas cosas se mantienen atemporales, sobre todo en las personas que son trabajadoras y no pueden cambiar de ropa con demasiada periodicidad».

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