Los desarrollos tecnológicos al servicio de la cura de enfermedades han permitido la eclosión de la neurotecnología, que engloba toda una serie de dispositivos desarrollados para entender mejor el cerebro o reparar alguna de sus funciones. Lo que hace unos años parecía de ciencia ficción, ya ha permitido a pacientes que sufren enfermedades como ictus, ELA o párkinson, recuperar el habla o poder andar, a través de interfaces que comunican su cerebro con computadoras o robots que les devuelven la capacidad perdida.
El volumen de mercado de la neurología crecerá un 13% este año, hasta los 14.480 millones de euros, y la previsión es que alcance los 23.000 millones en 2028
También grandes empresas se han lanzado a desarrollar aplicaciones más sencillas y destinadas a proporcionar bienestar o entretenimiento, que se venden en medio de un limbo legal y que, según apuntan los expertos consultados, podrían dar paso, en un futuro, a aparatos más avanzados que influyan en nuestra manera de pensar o que nos incidan a comprar determinado producto o a votar a determinado partido. Al igual que preocupa el mal uso de la Inteligencia Artificial, buena parte de la comunidad científica reclama que se regule esta actividad -que se ha visto potenciada con la IA- y que se impida que, a través de la tecnología, surjan productos que puedan influir en nuestro cerebro hasta tal punto que se vea afectada nuestra identidad, pensamiento, memoria o emociones.
Neuralink, fundada por Elon Musk, ha desarrollado un implante cerebral que permite a individuos con tetraplejía controlar dispositivos electrónicos con sus pensamientos
Una de las empresas que se ha lanzado al desarrollo de los neurodispositivos es Neuralink, fundada por Elon Musk, hombre fuerte del Gobierno de Donald Trump y dueño de X. Esta compañía ha desarrollado, entre otros, un implante cerebral que permite a individuos con tetraplejía controlar dispositivos electrónicos con sus pensamientos. Y entre sus objetivos futuros está el de que haya una conexión permanente entre el cerebro y los robots inteligentes, así como influir en los recuerdos y que se puedan intercambiar entre personas. Pero la última meta es, hoy por hoy, algo “inviable”, según explica Diego Redolar, experto en neurociencia y profesor de la UOC.
“Existen frenos porque todavía no entendemos bien algunas funciones del cerebro, como la memoria declarativa, por lo que en neurología aún estamos en la punta del iceberg. Cargar una programación en el cerebro es muy complejo, igual que trasplantar la conciencia, hay millones de redes neuronales”, explica el autor de ‘La mujer ciega que podía ver con la lengua’, donde explica un sorprendente caso de recuperación sensorial. Se trata de una mujer que perdió la vista y puede reconocer objetos gracias a unas gafas que registran el entorno y lo transforman en patrones de vibración en la lengua que activan la corteza visual.
Ya se comercializan dispositivos, en forma de diademas o cascos, que registran la actividad cerebral y que prometen al usuario más concentración, calidad del sueño o relajación
La de Musk no es la única empresa que busca el ‘grial cerebral’. Otras tecnológicas están investigando y muchas de ellas ya están vendiendo dispositivos. Según el Neurotechnology Global Market Report, el volumen de mercado de la neurología crecerá un 13% este año, hasta los 14.480 millones de euros, y las previsiones pasan porque el ritmo se mantenga y el volumen alcance los 23.000 millones en 2028.
Los beneficios proceden de dispositivos que se comercializan en el ámbito del bienestar, en forma de diademas o cascos, que registran la actividad cerebral y que prometen dotar al usuario de mayor concentración, calidad del sueño o relajación. También existen en el campo del entretenimiento, los llamados neurogames. El problema es que no pasan los controles exigidos a las tecnologías sanitarias, nadan en el limbo y acumulan neurodatos que no se sabe para qué los usarán las empresas promotoras.
El problema es que las apps cerebrales no pasan los controles exigidos a las tecnologías sanitarias, nadan en el limbo y acumulan neurodatos
“Estos datos pueden aportar, en un futuro no muy lejano, información especialmente sensible sobre aquellos aspectos que podríamos definir como la esencia de un individuo, como su identidad. Por ello, las consecuencias de dejar que las empresas atraviesen ese último bastión de privacidad, que es la mente humana, implica riesgos desconocidos que aún no se han valorado adecuadamente», alerta Milena Costas, profesora del máster de Derechos Humanos, Democracia y Globalización de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
En la misma línea, Daviz Ezpeleta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, avisa de que se abren varias “pendientes deslizantes”, entre las que menciona el futuro paso de unos aparatos, que en su mayoría son ahora invasivos, a portátiles. Asimismo, advierte sobre la futura transición de la experiencia clínica al público en general, de curar patologías a buscar el bienestar, de leer el cerebro a escribir en él o de lo humano al superhumano, en referencia a posibles tecnologías que mejoren las capacidades cognitivas, algo que ya se ha probado en animales. Costas considera «preocupante» que algunas aplicaciones sean desarrolladas por los Estados «en ámbito del control de la seguridad y el mantenimiento del orden».
Chile, Brasil, México y estados de EEUU han protegido los pensamientos y el neurobiólogo Rafael Yuste insta a España a ser el primer país europeo en regular la privacidad cerebral
Blindar los neuroderechos
Ante los riesgos que se avecinan, Rafael Yuste, neurobiólogo español afincado en Columbia (EEUU), lleva una década impulsando que gobiernos de todo el mundo cambien sus constituciones o leyes para blindar los llamados neuroderechos. Son variados, como el derecho a la privacidad mental, para que los datos de la actividad cerebral no puedan ser almacenados sin consentimiento; el derecho a la identidad personal, en referencia a que no se pueda cambiar la esencia de las personas; el derecho al libre albedrío, la toma de decisiones libre; o el acceso equitativo a la posible tecnología de aumento sensorial o cognitivo, para no tener un mundo con humanos a dos velocidades.
Hasta ahora Chile, Brasil, México y algunos territorios de EEUU han protegido los pensamientos y Yuste visitó el Congreso a principios de año para convencer a los partidos de que España sea el primer europeo en regular la privacidad cerebral.
A su vez, el comité asesor del Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha elaborado un informe en el que indica que las neorotecnologías “presentan riesgos inéditos y por ello resulta imprescindible anticipar los impactos y desarrollar un marco de protección antes de su comercialización masiva”, según explica Costas, que ha sido relatora del trabajo.
El Comité ha pedido renovar el mandato para desarrollar unos principios rectores que sirvan a los Estados para proteger el cerebro. Y no ha sido el único organismo internacional que ha lanzado advertencias. Ahora falta por ver, si los neuroderechos se regulan o neurotecnología continúa en el libre albedrío.
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