Si hay temas sobre los que no me gustaría tener que escribir, probablemente se lleve la palma el que me ocupa hoy, la violencia vicaria. Pero no tengo más remedio, visto lo visto. Por terrible, por preocupante y por lo que supone.

Hoy prácticamente todo el mundo sabe lo que es la violencia vicaria. Se trata de la más cruel manifestación de la violencia de género, en la que el maltratador ataca a los hijos o hijas de su víctima, para darle donde más duele. Aunque también sean hijos suyos, por increíble que parezca.

No se trata de nada nuevo, por desgracia. Pero no siempre hemos sabido identificar la verdadera naturaleza de esta barbarie. Uno de los casos que más impresionó a la opinión pública, el del asesinato de los niños Ruth y José por su padre, José Bretón, dio la voz de la alarma, aunque nadie supo ponerle todavía etiqueta. Se hablaba de crueldad extrema, de maldad y de crimen abyecto, pero no se consideraba violencia de género, aunque fuera condenado como el caso más horrible de violencia doméstica. Estábamos en 2011.

Fue en 2018, con el asesinato de Nerea y Martina en Castellón, cuando se cambia el paradigma y queda claro que estos casos son violencia de género, la más cruel de sus manifestaciones. Es difícil, por no decir imposible, imaginar el dolor de una madre a la que un machista salvaje le roba lo que más quiere, le causa una muerte en vida peor que la peor de las palizas.

Pero quizás el caso que más nos revolvió las entrañas fue la de las niñas Anna y Olivia en Canarias, asesinadas por su padre y arrojadas al fondo del mar en 2021. Entonces ya sabíamos poner nombre a aquello, pero todavía no sabíamos cómo afrontar este drama, por más que fue ese mismo año en el que nuestra ley integral contra la violencia de género, que ahora cumple veinte años, incluyó la violencia vicaria en su objeto, Y seguimos sin saberlo.

Ahora, recién comenzado el mes de diciembre de 2024, lloramos el asesinato de un niño como el noveno caso de violencia vicaria en lo que va de año. Y, confirmado este caso, nos encontramos ante el peor registro de víctimas de violencia vicaria desde el año 2104. Un retroceso de diez años que debería hacernos reflexionar, y mucho.

Porque tal vez lo peor es que la noticia ha pasado casi desapercibida. Una más entre el torpedeo legislativo nuestro de cada día, que ni siquiera ha abierto informativo ni copado titulares. Y ya se sabe, si no se nombra no importa, y si no importa, poco podemos esperar que se haga por evitarlo.

Hemos de reaccionar. No podemos consentir que nos anestesien el cerebro y el alma. Porque ignorar el asesinato de estos niños y niñas es volverlos a matar.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (@gisb_sus)

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