Carmen, Marcela y Jenny vivían hasta hace un mes en Catarroja (Valencia). Son tres mujeres migrantes de Latinoamérica que no tienen su situación administrativa regularizada, pero sobrevivían con un trabajo precario (en B) y alquiladas en bajos humildes; conviviendo como internas en un empleo a tiempo completo en una vivienda particular e incluso en una habitación de un garaje ‘reconvertido’ en «vivienda» que pagaban al propietario con el poco dinero que ganaban y sin contrato de alquiler.
Ahora, tras arrasar la DANA con todo (en una riada que nunca olvidarán, pues en algunos casos supuso estar ocho horas con el agua hasta el cuello), están solas. Desamparadas. No tienen casa, ni trabajo, ni seguros, ni documentación, ni ahorros pues «todo se lo llevó el agua». Tampoco papeles en regla y eso es clave en este sistema para volver a empezar.
No podrán acceder a ayudas del Consell ni del Gobierno de ningún tipo porque no constan en contratos de alquiler y tienen una situación administrativa irregular
Son invisibles. Están pero no figuran. No podrán acceder a ayudas del Consell, ni del Gobierno de ningún tipo porque no están en ningún contrato y muchas han perdido sus empleos precarios en limpieza o cuidado de personas mayores, pues algunas murieron en la DANA y otras están limpiando y arreglando de nuevo su vida. Ellas, sin embargo, están en standby.
Un mes después de la DANA que arrasó con el pueblo donde vivían, Catarroja, y tras pasar por pabellones municipales de emergencia, se encuentran en un hogar de religiosas. Señalan están bien cuidadas y se sienten «privilegiadas» pues saben de muchas personas en su situación que están viviendo en la calle. Con todo les preocupa, y mucho, qué va a ser de ellas a partir de ahora.
Temores, claustrofobia y pastillas para dormir
Carmen dirigía una empresa en su país de origen. Desde que vino a España, trabaja cuidando a personas mayores. La DANA se llevó la vida de la señora a la que cuidaba, pero también la habitación donde vivía con su hijo y su nuera. Carmen pagaba 400 euros (350 al mes y cincuenta de gastos) por una habitación de un garaje reconvertido en cuatro habitáculos sin ventanas al exterior en Catarroja.
Su historia la tarde del 29 de octubre es un infierno y asegura que el trauma es tan grande que arrastra temores, claustrofobia y ataques de ansiedad y pánico. Toma dos pastillas al día para poder dormir y no sabe si algún día podrá volver a Catarroja. «Es pensar en ir y me sudan las manos».
El trauma es tan grande que arrastra temores, claustrofobia y ataques de ansiedad y pánico. Toma dos pastillas al día para poder dormir y no sabe si algún día podrá volver a Catarroja. «Es pensar en ir y me sudan las manos»
El agua subió de repente y en el bajo donde estaban les cubrió hasta el cuello en cuestión de cinco minutos. «Mi nuera es tan bajita que no podía sacar la cabeza y mi hijo y yo nos subimos a una mesa y ella se apoyo en nuestras piernas para estar más alta. Allá pasamos toda la noche, con el agua al cuello, con el peso de mi nuera y sin poder salir», explica Carmen. Unos coches taponaban el portón y les impedían escapar. En un momento dado, ya a la mañana siguiente, les rescatan pero Carmen pierde de vista a sus familiares y no los volverá a ver hasta dos días después.
«Cuando salí, con una hipotermia, no podía ni moverme, me dolía todo el cuerpo», recuerda. Con la barrancada se fue todo lo que tenía. Sus pertenencias, sus ahorros y su documentación. El propietario del bajo les bloqueó al día siguiente y se negó a devolverles el dinero de la fianza. «Lo he perdido todo lo que con mucho esfuerzo conseguí, todo lo que tenía aquí», lamenta.
Cuando emigras, explica Carmen, trabajas dieciséis horas al día si hace falta, te quitas comida de la boca para ahorrar «como sea» porque «nunca sabes qué te puede pasar». No solo eso. Con el poco dinero que ganan trabajando en B -«pues es lo que hay al no tener papeles» aseguran que les dicen sus jefes- han de pagar las deudas en el país de origen y enviar dinero a sus familiares dependientes. Ahora, tras una catástrofe de estas dimensiones, se quedan literalmente sin nada.
«Necesitamos regularizar nuestra situación para poder trabajar»
En la habitación de al lado de Carmen vivía Andrés, el marido de Marcela, que acababa de emigrar a España tan solo 20 días antes del desastre de la barrancada. Ella pasaba toda la semana en casa de una señora como interna y el domingo acudía a ver a su hija y a su marido. La pequeña estaba con abuelos en un piso, también en Catarroja. La familia de tres acabó en un pabellón municipal y después en el hogar, pero ahora les preocupa dónde vivirán y sobre todo de qué trabajarán. «No hay nadie que nos proteja, que piense en nosotros, somos muchos los que perdimos todo y no tenemos dónde ampararnos«, lamenta Marcela. «Me piden 700 u 800 euros por un piso, pero no podemos trabajar porque no tenemos papeles y si trabajamos fuera del sistema estamos totalmente fuera de la ley. Nos explotan como quieren», señala.
«Me piden 700 u 800 euros por un piso, pero no podemos trabajar porque no tenemos papeles y si trabajamos fuera del sistema estamos totalmente fuera de la ley. Nos explotan como quieren»
La reivindicación principal de Carmen, Marcela y también Jenny es que necesitan regularizar su situación administrativa. «¿Por qué el Estado nos trata de manera tan cruel?», se preguntan. No pueden conseguir un trabajo si no tienen papeles y no pueden conseguir papeles sin un compromiso de contrato de trabajo. Con todo, se preguntan quién redactó la ley de Extranjería: «Está claro que quien lo hizo no pasó por un proceso migratorio. Muchas veces sentimos que no somos bienvenidos, que nos quieren explotar, sacarnos el jugo. Nos sentimos utilizadas».
Trabajan mucho. Muchísimo. Pero no pueden hacerlo dentro del sistema y los derechos laborales de los que sí goza el esto de la población. «Nosotras también somos seres humanos, pero a nadie le importamos, estamos solas y tampoco podemos salir a visitar a nuestras familias. Estamos encarcelados en el país y además no queremos hacer nada ilegal, todo lo contrario, queremos trabajar», lamenta Jenny.
Ella también vivía en Catarroja. A pesar de ser enfermera en su país, trabajaba por horas y a demanda. Su marido, que también es migrante y vivía con ella en un apartamento pequeño, asistía a un empleo en una nave de Albal que tras la catástrofe ha desaparecido. «Estamos soportando unas condiciones laborales deplorables porque no conseguimos avanzar en nuestro proceso de permiso de trabajo», lamenta. «Estamos explotados, cobramos menos de cinco euros la hora y por supuesto nos pueden echar cuando quieran«.
«No nos sentimos de ningún lugar, estamos en un limbo»
¿Cómo les ha afectado la DANA? «Llevo dos años aquí y he perdido todo lo que tenía. Incluídos los ahorros que había conseguido acumular. Ahora hay que volver a empezar y no como cuando llegué, es peor aún porque ni siquiera tenemos nuestra ropa, nuestros recuerdos, lo que portabamos de casa, nuestra identidad. No te sientes en ningún lugar, estamos en un limbo y no sabemos por dónde empezar», concluye Jenny. Carmen y Marcela asienten.