El Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común es uno de esos puestos en la Unión Europea que hace el hombre, o la mujer, que lo ostenta. Durante los últimos cinco años, Josep Borrell ha sido una voz discrepante, un disidente, tratando de alcanzar compromisos a veintisiete, pero dejando siempre clara su postura, en una de las etapas más difíciles de la historia del bloque, con los países en buena medida unidos pero distantes.
“Sus fortalezas han sido algunas veces sus debilidades”, reconoce una alta fuente diplomática europea, “logró crear una sensación real de unidad, de familia, de pertenencia al Consejo de Asuntos Exteriores. Al mismo tiempo, muchos de sus miembros temían lo que pudiera decir una vez fuera del Consejo, intencionadamente o no”.
En su último evento público el pasado jueves, a Borrell le preguntaron si lo más frustrante de su mandato había sido no poder hablar a menos que hubiera una posición unánime. También si no le cansaba el constante “no puede usted decir eso” por parte de sus servicios. “Yo he hablado de todos modos”, espetó el ya ex jefe de la diplomacia europea entre las risas de los presentes. Porque, efectivamente, Borrell no se ha callado.
“No se puede hablar el lenguaje del poder sin unidad”, reconoció el ex alto representante, muy duro con los gobiernos europeos por su incapacidad de renunciar a los vetos. “Si he aprendido una lección en este mandato es que es urgente cambiar las reglas del juego”, defendió Borrell en su último artículo en el cargo. Consciente de que la política exterior y de defensa es y será una competencia nacional, aboga, como ha hecho durante estos cinco años por buscar mayorías amplias.
Y se defiende. Medir las palabras pero ser honesto va en el cargo. “Uno tiene que decir la verdad, aunque no toda la verdad”, alegó, “pero en algún momento tienes que decir lo que hay o pierdes la credibilidad.” Para algunos, Borrell ha actuado como lo que es: un político experimentado, que no tiene que rendir cuentas ante ningún gobierno, ni la necesidad de complacer a nadie porque está al final de su carrera. “Ha sido fuerte y defendido sus valores,” explica una fuente diplomática.
Más allá de las salidas de tono -como aquella comparación entre el “jardín” europeo y “la jungla” más allá de nuestras fronteras, el discurso de Borrell es siempre contundente, pero es menudo su calma lo que impregna fuerza a lo que dice. El ya exjefe de la diplomacia europea se desenvuelve sin problemas tanto en inglés como en francés. Pero cuando quiere que el mensaje quede claro, que se entienda, mide sus palabras, y cambia al castellano. Y a menudo, hace uso del refranero español para analizar la actualidad internacional.
Garante de la unidad frente a Rusia
Para algunos, sus salidas de tono han mermado la voz de la UE en el mundo minando su credibilidad; para otros, han salvado el honor europeo. Un diplomático comunitario, en conversaciones con EL PERIÓDICO, le acusa de “falta de liderazgo” y describe su mandato como “caótico”. Añade que aunque en gran medida las intenciones han sido buenas y el análisis sobrio y agudo, a veces estaba “alejado de la realidad”.
Cargados de polémica, sus inicios fueron difíciles y, las expectativas, bajas. Pero la invasión rusa de Ucrania puso a prueba a un Borrell mucho más cómodo en otras esferas pero que se ha dedicado incansablemente a garantizar que la ayuda a Kiev no cesara. Lo ha hecho además buscando fórmulas para puentear el veto húngaro a buena parte de esas medidas en estos casi tres años de guerra.
Fuentes diplomáticas lamentan que reconociera “muy tarde” la amenaza rusa. Pocos olvidan el desplante de Serguéi Lavrov en 2021, cuando ante la denuncia de Borrell por el encarcelamiento de Alekséi Navalni, el ministro de Exteriores ruso comparara su situación con la de los políticos independentistas cátales. “Empezó mal”, reconoce un diplomático europeo, “pero acaba bien”.
Fuentes diplomáticas destacan también su trabajo infatigable “en cada uno de los Consejos de ministros” para sacar adelante paquetes de ayudas y sanciones. En cuestión de meses, la UE tomó decisiones que hasta ahora habían sido tabú, como imponer sanciones al petroleo ruso o financiar directamente la compra de armas para reforzar la defensa del ejército ucraniano.
En total, la UE ha movilizado más de 45.000 millones de euros en ayuda militar para reforzar el Ejército ucraniano, ha puesto en marcha un plan para acelerar la producción de munición para hacer frente a las necesidades de Kiev, y ha entrenado más de 64.000 soldados en suelo europeo. También ha adoptado una docena de paquetes de sanciones contra individuos y empresas que contribuyen a la maquinaria de guerra. “La guerra en Ucrania, o contra Ucrania, ha servido de catalizador”, reconoció Borrell, que así y todo es consciente de que queda mucho por hacer.
El corazón en Gaza
No es un secreto que su mayor preocupación es Gaza. “Lo que está pasando va más allá de lo que Europa puede aceptar”, aseguró durante esa última charla Borrell, “es una herida abierta para la humanidad”. Para el español no vale con llamar a respetar el derecho internacional, hay que condenar las violaciones. No hacerlo, advierte, tendrá consecuencias para la reputación de la UE y su influencia en la escena global.
En ese último artículo antes de su marcha, Borrell denuncia que ha sido la división entre los Veintisiete lo que ha hecho imposible tener ningún tipo de influencia para lograr un alto el fuego, la liberación de lo rehenes y el respeto al derecho internacional, a pesar de la muerte de miles de civiles. “La impotencia y la pasividad, en contraste con el vigor de nuestro compromiso en apoyo a Ucrania han sido percibidos a menudo fuera de la Union como un símbolo de doble estándar”, lamentó Borrell, como si para los europeos las vidas de los palestinos no contaran lo mismo que las ucranianas.
Los últimos discursos de Borrell en el seno del Consejo respecto a Israel y el Gobierno de Binyamín Netanyahu han sido muy duros. El e jefe de la diplomacia europea ha sido la voz más contundente contra la campaña de bombardeos indiscriminados en Gaza, frente a las tibias llamadas al respeto al derecho internacional, por ejemplo, de la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen. “Borrell es el único que le planta cara”, aseguraron fuentes diplomáticas.
Para algunos países, su posición respecto a la situación en Oriente Próximo no refleja el sentimiento del conjunto de los países de la UE. “La manera en que ha gestionado el conflicto en Oriente Próximo después de los ataques del 7 de octubre es sesgada”, aseguró a EL PERIÓDICO una alta fuente diplomática, “las declaraciones públicas no siempre han reflejado del todo los debates entre los ministros”.
Mientras que unos le acusan de ir demasiado lejos con sus palabras y de poner sobre la mesa propuestas que “estaban condenadas a fracasar”, como suspender el acuerdo de cooperación con Israel, otros consideran que ha salvado el honor de la UE y su credibilidad. “Muchas delegaciones le vamos a echar de menos”, añade otro diplomático del sur de Europa. “Borrell ha sido un Alto Representante valiente y comprometido”, aseguró una alta fuente diplomática europea, “ha defendido los valores e intereses de la UE con consistencia”, aunque eso sí, “con una cierta actitud mediterránea respecto a la puntualidad”, bromeaba.
La sensación es que a pesar de las salidas de tono y algún patinazo, Borrell ha sido el primer jefe real de la diplomacia europea, dando una atención suficiente y medida a todas las regiones del mundo. Sus acercamientos con América Latina, Asia, y su profundo conocimiento de Oriente Próximo, sumado a sus esfuerzos para garantizar el apoyo a Ucrania frente a Rusia, no se olvidan.
“El puesto de Alto Representante y Vice Presidente es un trabajo duro e ingrato,” reconoce un alto diplomático, “tienes que navegar las crisis más complejas con un mandato que no siempre está claro. Tienes que representar a la UE fuera, al tiempo que mantienes la unidad dentro”, añade. Todo esto, en un juego interinstitucional de egos. Borrell lo ha sabido manejar. “Ha hecho, sin duda, un buen trabajo”, añade.
Entre algunos países, no es un secreto, preocupa que su sucesora en el cargo, la ex primera ministra estonia Kaja Kallas, no esté a la altura del reto, en un mundo en el que las relaciones con países más allá de las esfera de influencia directa de la Unión Europea son más importantes que nunca. Otros consideran que un cambio siempre es bueno y esperan que la llegada de Kallas traigan un nuevo dinamismo al club.