El martes 29 de octubre a las cinco de la mañana un tren de tormentas formado sobre la zona de Alzira, en Valencia, se desplaza hacia el noroeste de la provincia, a localidades como Llombai, Chiva, Buñol, Turís y las sierras de Utiel. A las siete y media Aemet actualiza su previsión, la primera de muchas, y del nivel máximo naranja pasa al rojo. Las inundaciones, ya severas y con numerosas pérdidas materiales, dejan multitud de imágenes impactantes de lo que será un día trágico. La virulencia de esas precipitaciones tempranas es solo un aviso de la magnitud de una gota fría anunciada desde hacía tres días. Aunque a las diez de la mañana se despeja y parece dar una tregua, a las doce se reactiva en el mismo punto de la comarca de la Ribera Alta y el viento de levante la empuja de nuevo hacia las cabeceras. Lo peor aún está por llegar. Además, un río atmosférico cargado de vapor que circula a gran velocidad desde el África ecuatorial interacciona con la DANA. La alimenta e intensifica sus efectos. El desastre empieza a gestarse. Todo eso ocurrió en el cielo. Es lo único cierto.

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