Hay lecciones contenidas en los libros que con el paso del tiempo se olvidan, materias de estudio que para algunos pasan sin pena ni gloria. Y hay otros aprendizajes que se quedan grabados para siempre, por lo impactante de sus enseñanzas y la cercanía con sus protagonistas. Los alumnos de tercero y cuarto de ESO y primero de Bachillerato del IES Peñamayor de Nava tuvieron este jueves la oportunidad de vivir una de esas experiencias que no suelen darse en las aulas: conocer en primera persona a dos reclusos del Centro Penitenciario de Asturias y escuchar en sus propias palabras cómo «personas normales que tomaron malas decisiones acabamos perdiendo nuestra libertad».
La iniciativa ha surgido de la mano de la profesora de Religión, María Jesús Cuende, quien lleva 25 años haciendo voluntariado con colectivos de enfermos, inmigrantes y finalmente desde hace cinco años con los reclusos de la cárcel asturiana. Allí conoció al entonces capellán, José Antonio García Quintana, en unos años en los que se permitían las visitas escolares a los presos en la cárcel. Como la actividad dejó de hacerse, decidieron iniciar el recorrido inverso: llevar a los internos que están en grado de semilibertad tras haber cumplido la mayor parte de su condena a los centros educativos. Porque «es necesario formar en valores, hacer ver a los chavales que hay otra realidad que no es visible, y que tenemos que trabajar para tener una sociedad mejor, el cambio es posible», resume Cuende.
Con este ánimo dos internos gijoneses desgranaron ante los estudiantes sus experiencias y el recorrido vital que los llevó a perder la libertad. En el caso de Adrián (nombre figurado para preservar su intimidad) las cosas empezaron a torcerse desde bien temprano, con apenas once años. «Empecé a pirar clase, a dejar de jugar al fútbol, a querer ser guay, fumar unos petas y beber. De ahí acabé en las adicciones graves y en la cárcel», relató ante los alumnos. Malas decisiones encadenadas que lo llevaron a delinquir hasta acabar con una condena de 15 años. «Entré en la cárcel con 21 años, tengo 31 y aún me quedan 5 por cumplir», indicó a los jóvenes, aunque ahora puede salir de prisión y sólo regresa para dormir.
Como él, Yolanda (también nombre figurado) acabó en las drogas tras un mal periodo de su vida marcado por los malos tratos y la enfermedad en su familia. «Empiezas a consumir y cuando te das cuenta no puedes parar; otra persona se hubiera muerto con todo lo que me metí, pero yo sobreviví y entendí que Dios necesitaba que hiciera algo en esta vida», indicó en su impactante relato, acompañada por José Luis Martín, educador del Centro de Inserción Social «El Urriellu», y la orientadora laboral de AFESA Salud Mental Asturias. Estas dos entidades han puesto en marcha el proyecto «Odiseo» para ayudar y dar a conocer la odisea vital de quienes logran pagar sus culpas, salir de las adicciones y reinsertarse en la sociedad, porque «en la cárcel también se hacen cosas buenas», subrayó Martín, antes de reconocer que «en prisión hay un millar de personas, vecinos nuestros de Asturias, y es una realidad desconocida».
Son los de Adrián y Yolanda dos ejemplos de que «las malas decisones hacen que personas normales, como nosotros y vosotros, un buen día pueden acabar en la cárcel», insitieron los dos reclusos, antes de pedir a los estudiantes navetos que «no hagáis como nosotros, pensad bien lo que hacéis con vuestras vidas porque sólo tenéis una y el tiempo no se detiene». Y un ejemplo también de que no todo es negativo, porque Adrián se sacó la ESO y el Bachillerato entre rejas, y ahora estudia Educación Social por la UNED. Y Yolanda ha aprendido que «nunca más» quiere que se repita un episodio parecido en su vida, y sólo sueña con que pasen rápido los tres años que le faltan por cumplir para quedarse a dormir en su casa todos los días, acariciar a sus mascotas, «empezar a trabajar y ser feliz con cosas sencillas; no es más feliz el que más tiene», apostilló ante los estudiantes, deseosos de saber qué se siente cuando se cierran las puertas de la prisión el primer día, qué se come en la cárcel, o si ni siquiera el día de Nochebuena les dejan celebrar en su casa. «La prisión es muy dura, y cuando sales por primera vez, te sientes inseguro», confesaron ambos.
Un periplo en el que cada vez ven más cerca la luz al final del túnel, y que no quieren que nadie más vuelva a padecer. «Ojalá os hayamos ayudado», indicaban tímidamente al final de la sesión. Una de esas que no suelen traer los libros.