El lenguaje de Javier Milei amenaza con convertirse en una norma de una parte de la sociedad argentina. El presidente lanza sapos y culebras bajo cualquier circunstancia, pero tiene un especial encono con los profesionales de la palabra. Los periodistas se han convertido en una obsesión. Ellos son, en su mayoría, una legión de «mentirosos«, «calumniadores«, «injuriadores«, «extorsionadores«, «ladrones», «corruptos» y «ensobrados (que reciben dinero sucio)«. La verba del líder de la ultraderecha se supera día a día. Pero existe un trasfondo y una convicción: en este presente tecnológico, bajo el imperio de las redes sociales, X en particular, y el imperio de las fake news, los medios tradicionales no tienen para Milei razón de una centralidad política ni cultural, al menos mientras se mantenga en el poder y con niveles de popularidad más que aceptables pese a los rigores del ajuste y la recesión económica.
Según el anarcocapitalista, gracias a los teléfonos móviles y X «los delincuentes del micrófono hoy ven que sus víctimas no solo han logrado desatarse, sino que además tienen gran capacidad de respuesta». A los «pseudoperiodistas» les llegó, según el extertuliano televisivo, «el momento de tener que bancarse (soportar) el vuelto (la reacción) por haber mentido, calumniado, injuriado y hasta haber cometido delitos de extorsión». Los seguidores del presidente y las milicias digitales sienten permiso para el ejercicio permanente de la injuria a aquellos que apenas contradijeron una opinión o dudaron de su optimismo. «Se les terminó el privilegio de casta que han tenido durante tanto tiempo y que han ejercido con tanta violencia». El ultraderechista reclama rendición incondicional. «Acepten que el mundo cambió para bien y a ustedes se les acabó el monopolio de la palabra. Es hora de que laburen (trabajen) honestamente. Les llegó la hora de competir de modo limpio. Sí, ahora van a ganar menos dinero, pero eso es normal en un mercado libre».
A punto de cumplir un año en el Ejecutivo, pasa horas a diario vigilando qué se dice o se deja de decir sobre él y su gestión, sus perros, a los que llama «hijos», y su hermana y poderosa secretaria general de la Presidencia, Karina Milei. Y esa observancia lo lleva a la réplica permanente cuando detecta un comentario irónico. «Milei blanqueó que su enemistad es con toda una profesión», dijo Jorge Fontevecchia, director del diario ‘Perfil’. Las diatribas se mezclan con «con referencias pugilísticas y apelaciones a los golpes que parecen una reminiscencia de traumas infantiles». Para Fontevecchia, «claramente hay una muy fuerte fijación paranoica con el periodismo» en Milei. «Al igual que cuando deseó que Editorial Perfil quiebre, hay regocijo en el presidente, no hay consternación, sino alegría de que los periodistas ganen menos». Semanas atrás, el anarcocapitalista perdió una batalla legal con Fontevecchia. La Cámara Federal de la ciudad de Buenos Aires rechazó una apelación presentada por el abogado del presidente al considerar que no es posible cerrar una demanda por «injurias» que había presentado el director de ese diario.
Reacciones
«Alguien tiene que finalmente decirle a Milei que pare de isultar a la gente. Un presidente de un país no insulta conciudadanos. Eso es violento y muy peligroso», dijo el conocido periodista radiofónico Marcelo Longobardi en uno de sus editoriales. «Quiero saber por qué razón nadie habla de esto. Me resulta inaceptable. No estoy dispuesto a acostumbrarme a que, a cambio de que bajen la inflación, me agravien todo el santo día«. Ernesto Tenembaum escribió una biografía de Milei y tiene un popular programa matutino de radio, «Y ahora quién podrá ayudarnos». Sus intervenciones son sistemáticamente fustigadas en las redes sociales. «Más allá de alarmarme, porque me preocupa, la pregunta es hasta dónde van a ir con esta pavada».
De acuerdo con la consultora Indaga-RSO, seis de cada 10 entrevistados considera que existe violencia verbal de parte del presidente, mientras que un promedio similar reconoce que existe una irritabilidad creciente en la sociedad que puede convertirse en un serio problema.
Del palacio a la calle
Las arremetidas virtuales de Milei coinciden con otros episodios convergentes. De un lado, la inédita caza de brujas de una serie de escritoras reconocidas a las que la vicepresidenta Victoria Villarruel, y luego todo el arsenal difamatorio en X, acusaron de fomentar la «pedofilia» sin leer siquiera sus libros. Al mismo tiempo se ha creado un grupo de choque, «Las fuerzas del cielo», dispuesto a convertirse, según sus declarados propósitos, en el «brazo armado» del presidente. Tras su presentación pública, durante un acto con clara estética fascista, los promotores de la «guardia pretoriana», aclararon que solo intervendrán en las redes sociales y que «brazo armado» es aquel que sostiene un teléfono. La aclaración no hizo más que ensombrecer los propósitos.
La jerga de Milei y las declaradas aspiraciones de las Fuerzas del cielo empiezan a tener sus emulaciones violentas en la escena pública. La semana pasada, una mujer le partió la cabeza a una pensionada con un palo de golf en la ciudad balnearia de Pinamar porque descansaba bajo unos árboles de un exclusivo club del cual no era socia. «Negra rata», le gritaba mientras embestía contra ella. Este lunes, en el barrio coqueto barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires, un hombre comenzó a insultar a un grupo de jóvenes que circulaban con una bandera de Palestina. «Yo soy rico y ustedes son unos negros de mierda«, gritó. La gente que estaba sentada en algunas de las terrazas tomando café asistió a la escena con estupefacción cuando exigió a los manifestantes que se fueran de «su barrio». Cuando una agente de la policía tomó cartas en el asunto, el agresor dijo, con jactancia que «la gente rica no va presa».