Asegura que al escribir procura no dejar al lector indiferente. En su última novela tampoco lo hará. ‘El niño que perdió la guerra’ (Ediciones Plaza Janés) aborda el impacto en la vida de las personas y las sociedades de las dictaduras. Las de izquierda y las de derecha, «da lo mismo que una dictadura se vista de rojo o azul, todas son iguales», asegura. Navarro aborda la vida de Pablo, un niña al que su familia pone rumbo a la Unión Soviética para alejarle de la Guerra Civil española. Un viaje que hace descubrir al lector que en esencia, el régimen dictatorial de Franco y el de Stalin estaban unidos por un mismo objetivo: terminar con la libertad de los ciudadanos.
La escritora incide en consecuencias como el desarraigo y la decepción también presente en los conflictos y los regímenes autoritarios. Sitúa la educación como el antídoto más eficaz para combatirlos. Lamenta que en las últimas décadas la educación se ha devaluado «de un ministro a otro» hasta eliminar del currículum docente el peso de materias que cree esenciales «para aprender a pensar» y a analizar el mundo que nos rodea. La filosofía, la historia, el arte «nos ayudan a hacernos preguntas sobre nosotros mismos y lo que nos rodea», afirma.
Pregunta.- ¿Qué ha querido contar en ‘El niño que perdió la guerra’?
Respuesta.- Cuando escribo lo que siempre pretendo es no dejar indiferente al lector, que haya elementos para la reflexión. En esta novela he querido reflexionar en voz alta, a través de la palabra escrita, sobre los regímenes dictatoriales, las autocracias, el poder de la cultura, el desarraigo. Son los elementos, los ejes de la novela. He querido contar que la dictadura de Franco y de Stalin se parecían mucho. Todas las dictaduras tienen rasgos comunes. El primero es que acaban con la libertad de todos los ciudadanos. En segundo lugar, hay una casta que dirige los destinos de las personas, elegidos por los dictadores y afines. Normalmente eso lleva a que la cultura sea un enemigo a batir. Todo aquel que tiene un pensamiento propio, crítico, es un enemigo que el régimen intenta acallar por las buenas o por las malas. Eso sucedió en la España de Franco y en la Rusia de Stalin. Da lo mismo que una dictadura se vista de rojo o de azul, al final las características son comunes.
P.- También aborda otra consecuencia no siempre tan presente en los conflictos y las guerras que es el exilio y el desarraigo que provoca en muchas personas.
R.- Sí, el desarraigo de tantas personas que deben marcharse a consecuencia de un conflicto bélico. En el caso del protagonista de la novela, Pablo, el niño, quien para que no sufra los estragos de la guerra decide enviarle a la Unión Soviética. Esa decisión la adoptaron muchas familias españolas. Muchos fueron a otros países de los que se podía volver, pero de la Unión Soviética no, porque el régimen dictatorial de Franco y el dictatorial de Stalin no tenían relaciones y esos niños se quedaron allí. Pasaron de vivir la Guerra Civil española a vivir luego la segunda guerra mundial en Rusia. Aquellos niños sufrieron un proceso de desarraigo. Aprendieron un nuevo idioma, costumbres, adaptarse a una sociedad en la que no te reconoces. Debió ser muy duro para ellos.
P.- Otro rasgo el común de las dictaduras es el ataque a la cultura, a la libertad de pensamiento y creación.
R.- Ese es el poder de la cultura. En la Unión Soviética la gente se aprendía los poemas y las novelas de memoria para poder contárselas a otros e intercambiar opiniones con vecinos, amigos. Había escritores que estaban prohibidos, compositores cuya música se prohibía o pintores prohibidos porque su obra no estaba encaminada a loar a Stalin. En España la censura también estaba muy presente. Siempre hubo gente que encontraba un resquicio para poder expresarse pese a que podía costarles la cárcel o la vida.
P.- En su novela aparecen personajes de mujeres con personalidades fuertes y luchadoras: las madres de Pablo y las escritoras rusas.
Yo no salvo a ningún dictador, son todos iguales. Da lo mismo que una dictadura se vista de rojo o azul»
R.- Está la madre biológica, española y la de acogida es rusa. Las dos son las madres de Pablo., Clotilde le ha traído al mundo, pero Annia es la que le educa, la que le acompaña del paso de la adolescencia al mundo adulto. Pablo sabe que ha tenido otra madre pero las circunstancias le llevan a tener otra madre más. En cuanto a las escritoras, Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva son personajes muy interesantes. Marina era una de esas escritoras que a Stalin no le gustaban. Ella escribía de sentimientos, de emociones y eso estaba proscrito por la revolución que quería crear un mundo nuevo sin emociones, con un individualismo penado, castigado. Sus poemas no le gustaban al régimen. El caso de Ajmatóva quizá fue peor. Fue una poeta que defendió con entusiasmo la revolución y fue devorada por ella. Era crítica con los resultados de esa revolución. Una revolución que se convirtió en un monstruo, que convirtió el país en un auténtico infierno. Ajmátova era una poeta cuyos poemas había que leer clandestinamente. El libro empieza con el Réquiem, que fue lo primero que leí de ella y me provocó una tremenda sacudida. A partir de ahí leí todo lo que estaba traducido e indagué en su biografía, era una biografía del dolor, de una mujer que cree en la revolución que termina castigándole. Una mujer a la que Stalin no se conforma con humillarla sino que persigue a todos los que ella quería, era la manera de hacerla claudicar que tenía el régimen.
P.- El desengaño también está muy presente en las dictaduras…
R.- Hay gente que tiene un ideal, que cree que lo que hace es por algo y al final ese algo puede terminar convirtiéndose en un monstruo. Uno de los personajes más interesantes de la novela me parece el padre de Anna, un combatiente de la revolución que ha sido compañero de Lenin, un hombre que se ha creído las bondades del sistema y que de repente ve que ese monstruo que ha contribuido a crear termina devorando a su propia familia.
P.- Dice que Franco y Stalin se parecían más de lo que quisieran. ¿Los dictadores actuales también se parecen a ellos?
R.- Todos los dictadores tienen rasgos en común. Yo no salvo a ningún dictador, son todos iguales. El siglo XX está atravesado por dos grandes ideologías que provocaron miles de muertos y desgracias, el fascismo por una parte y el comunismo por otra.
P.-En el siglo XXI, ¿seguimos igual?
R.- Seguimos igual. Lo que pasa es que los dictadores son distintos, utilizan medios distintos para llegar a la población, han cambiado el lenguaje, etc. Pero el resultado sigue siendo el mismo. El que es un dictador, es un dictador y el autócrata es un autócrata. Da lo mismo con que ropaje se envuelva.
P.- Ahora se nos habla incluso de la amenaza de una tercera guerra mundial…
R.- Hay intereses geoestratégicos de por medio. Me gustaría saber por qué Biden a dos meses de terminar el mandato da permiso para la utilización de unos misiles a Ucrania y hasta ahora no le había dado ese permiso. A lo mejor, si lo hubiese hecho antes, Ucrania no hubiese perdido tanto territorio. Ningún presidente, cuando faltan dos meses para que entre el nuevo equipo, toma esta decisión. Biden creo que ha sido un desastre. No vale decir que estás en el bando de los buenos para que todo lo que hagas sea justificable. Ha sido un pésimo presidente y se marcha tomando una decisión que no sabemos qué va a desencadenar.
Las nuevas generaciones no tienen herramientas herramientas que les ayuden a formarse una idea del mundo»
P.- Dice que Biden ha sido un desastre. ¿Cómo espera que sea la presidencia de Trump?
R.- Yo no le habría votado. No sé qué supondrá. Un personaje como él es imprevisible. No soy politóloga. Al final todos se equivocan, decían que iba a ganar Harris y al final no. La pregunta que hay que hacerse es por qué ha sucedido. Hay que hacer una reflexión de por qué la sociedad norteamericana ha votado mayoritariamente a Trump.
P.- La sociedad de la desinformación y los bulos en la que estamos cada vez más inmersos, ¿la estamos abordando de modo adecuado? ¿Estamos dando herramientas suficientes a las nuevas generaciones para desenvolverse en ella?
R.- La única manera de abordarla es a través de la educación. Formar ciudadanos que puedan tener un criterio propio y una opinión crítica. Ese es el mejor arma para combatir la desinformación. Tenemos un sistema educativo que ha ido quitando armas a las actuales generaciones para hacer de ellos ciudadanos críticos con opinión propia. En nuestro país, desde el año 1982 empiezan a desaparecer las asignaturas de humanidades del sistema educativo y se pone énfasis en otros aspectos de la educación. Ministro tras ministro han ido vaciando de contenido la educación. La historia es una asignatura menor, filosofía es optativa, la historia del arte es la historia de tu pueblo, la literatura se pasa por ella de puntillas… Las nuevas generaciones no tienen esas herramientas que ayudan a formar una idea del mundo, un criterio propio y poder decidir lo que es desinformación de lo que es información. La filosofía nos ayuda a hacernos preguntas sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea. No estamos enseñando a nuestros hijos a pensar, a interpelarse ellos mismos, a pararse un segundo a reflexionar si esto que estoy leyendo es verdad o no.
P.- ¿Somos hoy más débiles, frágiles, ante los discursos populistas y autoritarios que han provocado tantos conflictos en el mundo?
R.- El conocimiento de la historia es necesario pero no creo que cure para no cometer los mismos errores. La historia hay que conocerla para saber por qué el mundo es como es hoy. Hace dos meses en una encuesta a jóvenes españoles decían mayoritariamente que no les importaría vivir en un país con un líder duro, autoritario. A los niños no se les ha enseñado qué significa un régimen autoritario, cuáles son sus consecuencias. Estudiar la historia es estudiarla desde la prehistoria hasta nuestros días. Si no, nos encontramos con que nuestros hijos están desarmados ante esos bulos y las derivas de esta sociedad. Desarmados de argumentos y conocimientos para hacerle frente.