En un pueblo todo se sabe o no. «Parece que me como el mundo y mi mundo me estaba comiendo a mí», cuenta Paqui a este periódico rememorando una sucesión de episodios cada vez más violentos y peligrosos. «Ahora ya solo me callo para proteger a mis hijos que por fin tienen paz y tranquilidad», asegura.
Paqui tiene 65 años y nació en Benacazón, un pueblo de la provincia de Sevilla de alrededor de 7.000 habitantes, donde construyó una familia, y donde continúa residiendo después de reunir las fuerzas de denunciar a su exmarido por violencia machista, tras convivir con él 35 años.
La Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) impulsó hace unos años un Observatorio de Asesinatos Machistas en el Medio Rural. Sus datos del año pasado revelan que el 35% de las mujeres asesinadas en Andalucía a manos de sus parejas y sus exparejas residían en localidades de menos de 12.000 habitantes. En 2023, la violencia machista acabó con la vida de 17 mujeres en Andalucía, de las seis procedían de entornos rurales. Los datos del primer semestre de 2024 a escala nacional eleva el porcentaje a la mitad del total de las víctimas mortales.
«Cómo es la mente humana que bloquea las cosas malas y no te sabría ahora mismo decir la fecha exacta, fue en 2022», sostiene al otro lado del teléfono con un desparpajo y soltura que admite tiene mucha relación con el apoyo recibido gracias a «los cursos» de la Fundación Ana Bella.
«La ansiedad era dueña de mi vida»
Paqui explica cuál fue el momento culmen que motivó la denuncia, previamente ya había tenido que llamar a la Guardia Civil en alguna ocasión. «Yo denuncié porque mi pareja nos saca una escopeta de caza mayor, una repetidora, y la pasea delante de mí y de mis hijos. Nos apunta con ella y dirigiéndose a mi hijo dice, ‘¿tú quieres que yo mañana salga en todas las noticias?'». En otro momento amenazó a su hijo con un destornillador. Las fotos de esa noche de la mesa de la cena de la Nochebuena de 2019 destrozada, convencieron al Fiscal para interponer una denuncia por la vía penal.
Yo denuncié porque mi pareja nos saca una escopeta de caza mayor, una repetidora, y la pasea delante de mí y de mis hijos
Trabajó durante 25 años en una envasadora de aceitunas y se quedó en paro tras un ERE. Desde entonces, ha recogido aceitunas en épocas de campaña y ha trabajado temporalmente como empleada municipal pintando cuando la llaman del Ayuntamiento. Su exmarido, sobre el que pesa una orden de alejamiento, se dedicó a la construcción y llegaron incluso a tener una empresa de reformas.
Insultos, vejaciones, humillaciones, infidelidades…De eso, abro el abanico y tengo todas las varillas
Durante su testimonio, en el que describe su experiencia con un nivel de detalle casi fotográfico, relata un día a día marcado por los ataques de ansiedad y las visitas a Urgencias: «Insultos, vejaciones, humillaciones, infidelidad… De eso, abro el abanico y tengo todas las varillas. Un maltrato psicológico tremendo, que identificas después. La ansiedad era dueña de mi vida», añade.
«No estamos solas, hay muchísimos recursos»
Según esta benacazonera, que ahora vive en la casa donde nació gracias al apoyo de su familia; teniendo que dejar atrás su patio y sus macetas –su «válvula de escape»– y pudiendo recoger apenas unos pocos libros –siendo «la única lectora de su casa»–, relata años de mucho aguantar y callar, algo de lo que saben muy bien las mujeres mayores y de pueblo. «Intentó volverme loca, me cambiaba las cosas de sitio. Ahora sé que eso se llama luz de gas». «Yo ya dormía en la habitación de mi hijo, porque él ya vivía independiente, y dormía con la escalera de pintar trancando la puerta», apunta.
Intentó volverme loca, me cambiaba las cosas de sitio. Ahora sé que eso se llama luz de gas
Un testimonio que a la vez es la descripción gráfica del miedo cotidiano y naturalizado. «Me he perdido tanto por su culpa. Entre los hijos y la madre no se habla del maltrato, pasan estas situaciones y no hay preguntas, no hay conversaciones. No se analizan los hechos. Se normaliza lo que en absoluto es normal», expone.
Una de las protagonistas de la campaña ‘Vidas que cambian vidas’
«Yo quiero mandar un mensaje a todas las mujeres que viven experiencias como la que yo pasé. No estamos solas, hay muchísimos recursos y no me refiero a las ayudas económicas», apunta. Ella acudió a uno de los más de cien centros municipales de la mujer que hay en Andalucía y recibió asesoramiento jurídico y asistencia psicológica.
Ahora es protagonista junto a otras mujeres supervivientes de violencia de género de la campaña que ha impulsado el Instituto Andaluz de la Mujer, que hace un llamamiento a las familias y los vecinos para la detección precoz de una violencia que más veces de las que debería es invisible y no solo se traduce en agresiones físicas.
La naturalización de la violencia y el miedo al qué dirán
La experiencia de Paqui pone nombre a una reciente investigación de la Universidad de Jaén que sitúa en el foco la invisibilización de la violencia machista en entornos rurales, especialmente en el caso de las mujeres mayores.
Adrián Ricoy es el investigador que está impulsando el estudio. Según este profesor e investigador posdoctoral de la Facultad de Trabajo social jiennense, «en las comunidades rurales todo el mundo se conoce. Es positivo, porque las mujeres cuentan con un sistema de apoyo, pero cuando tienen que contar cosas de este tipo, ahí ya es un problema, porque ellas no se sienten seguras por el qué dirán».
Ricoy subraya asimismo que esa red de conocidos en los municipios más pequeños y aislados geográficamente, los «espacios remotos» a los que alude su incipiente estudio, se extiende a los profesionales de los servicios que pueden asesorar o ayudar a estas mujeres. «A la hora de tener que notificar un caso de violencia, las mujeres incluso pueden conocer a los trabajadores de las fuerzas de seguridad, de los servicios sociales. Incluso puede ser un familiar», apunta.
En su análisis, realizado con datos cualitativos gracias a entrevistas, también se detecta claramente cómo interfieren los patrones culturales y roles de género tradicionales, «les llevan a naturalizar las situaciones de violencia como un componente más de su vida. Ellas no son capaces de identificar realmente estas formas de violencia», puntualiza.
«La mayoría ni siquiera se sienten víctimas»
Coinciden con Ricoy las técnicas de la Unidad de Igualdad de Beas de Segura, en Jaén. Un pueblo de menos de 5.000 habitantes que ha sido pionero en impulsar este departamento, que acaba de recibir el premio Menina de la Delegación del Gobierno de Andalucía por su contribución a la lucha contra la violencia de género. «La mayoría ni siquiera se sienten víctimas», afirma Ana Isabel Montoro, su psicóloga.
Es un trabajo muy a largo plazo de concienciación, sensibilización y sobre todo prevención
Para Montoro, «la confianza es fundamental para saber qué les pasa». «Lo tratan como un tema tabú. Solemos organizar talleres de temas del día a día y a veces hay mujeres que acuden a estos encuentros durante dos años y no llegan a denunciar. Es un trabajo muy a largo plazo de concienciación, sensibilización y sobre todo prevención».
Antonia Ramírez, la asesora jurídica de esta unidad, subraya que es muy difícil tener cifras representativas reales, por la gran infradenuncia existente. «Muchas veces no hay agresión física, pero sí violencia económica, o situaciones de dependencia, cargas familiares, que les impiden dar pasos».