Desde primeras horas de la tarde de hoy domingo, el edificio de la calle Felipe IV bullía de regocijo por la incorporación de un nuevo miembro a la prestigiosa nómina de académicos de la lengua. Vacantes todavía el sillón ‘p’ minúscula desde el fallecimiento de Francisco Rico en abril de este año y el ‘o’ minúscula de Antonio Fernández Alba —por la misma causa, en mayo de este año—, en esta ocasión tocaba formalizar la elección de Javier Cercas como nuevo titular del sillón ‘R’ mayúscula, anteriormente ocupado por Javier Marías, que además fue una de las personas que impulsó la candidatura del autor de Soldados de Salamina junto a Mario Vargas Llosa, Pedro Álvarez de Miranda y Clara Sánchez.
Desde aproximadamente una hora antes de que comenzase el acto, los invitados hacían cola en las escalinatas de la puerta principal del edificio de la Real Academia. Poco a poco iban cayendo al lugar personalidades vinculadas de una u otra manera con el mundo de la literatura, el libro y la cultura. Nombres como los de Eva Orúe, directora de la Feria del Libro de Madrid, el periodista Juan Cruz, Álex Salmon, director del suplemento literario abril, Miguel Ángel Aguilar, Manuel Vilas, Lorenzo Silva o David Trueba.
Gracias al eficiente equipo de protocolo de la institución, poco antes de la hora prevista, el salón de actos ya estaba completo. A las 19 horas, los académicos comenzaron a tomar asiento y cinco minutos más tarde su director, Santiago Muñoz Machado, abrió la sesión y dio comienzo el acto con la entrada solemne de Javier Cercas acompañado de dos de los académicos [me faltan los nombres].
De ministro a académico
Antes de entrar en materia literaria, Cercas, nacido en Ibahernando, provincia de Cáceres, en 1962, se remontó al momento de su nacimiento para contar cómo su familia, de origen campesino aunque ya con una generación universitaria, la de su padre, jamás imaginó que un día ese hijo, sobrino y nieto recién alumbrado podría protagonizar un acto tan solemne y trascendente como el de hoy. Para ellos, lo máximo a lo que uno de sus miembros podría aspirar en esa época era a ser ministro o rector de la Universidad de Salamanca que, sin desmerecer a la Academia, tampoco es poca cosa.
Ya metido en harina, Cercas quiso recordar la figura de su predecesor, del que dijo que apenas se conocieron, al menos en persona. Si bien se cruzaron una abundante correspondencia, tan solo coincidieron una vez muy cerca del edificio en el que el escritor extremeño pronunciaba su discurso: en el parque del Retiro. A lo largo de un agradable paseo, Cercas le habló de sus por entonces recientes charlas en Oxford, universidad en la que Marías había sido lector hacía años y a la que no había regresado desde entonces salvo en sus novelas.
Tras glosar la carrera literaria de Marías, al que también alabó como traductor del Tristram Shandy —aunque se olvidó de su labor editorial al frente de la editorial Reino de Redonda e incluso como monarca de dicha isla—, Cercas defendió la labor como columnista de su colega, la cual también le sirvió para demostrar uno de los puntos centrales de su discurso: que los buenos escritores no habitan en torres de marfil.
Según el flamante titular del sillón ‘R’ mayúscula, su anterior usufructuario escribió semanalmente durante décadas en los periódicos sobre la realidad que le rodeaba y no rehuyó tomar partido acerca de los asuntos más espinosos, hasta el extremo de enzarzarse en polémicas y combatir sin cuartel errores, cursilerías, vilezas, degeneraciones, injusticias y estupideces. Una actitud que, en opinión de Cercas, demuestra que Marías, como antes Proust con el caso Dreyfus, Joyce con los nacionalistas irlandeses o Kafka con su simpatía con los movimientos anarquistas, fue un escritor comprometido, pero no de aquellos que firman esa literatura «pedestre», «propagandística» y «pedagógica» que suele actuar de cadena de transmisión de partidos o ideas políticas de manera acrítica.
Tras desmontar esta idea preconcebida del escritor aislado de la realidad, Cercas la emprendió con otro mito literario: aquel que afirma que los libros los escriben los buenos escritores. A pesar del riesgo que supone toda autocita, el nuevo académico recordó una de las frases que pronuncia uno de los personajes de su última novela, bibliotecario de la cárcel de Cuatro Camins: «La mitad de una novela la pone el autor. La otra mitad la pone el lector». Enmendando a su propia creación, Cercas defendió que él iría aún más allá y asegurando que los libros son partituras y cada lector las ejecuta a su manera, para concluir que el verdadero protagonista de la literatura no es el autor, sino el lector, que es quien acaba los libros, en el sentido de perfeccionarlos, no en el de llegar hasta la última página, que eso no siempre es posible.
Crítica a la crítica
A continuación, el autor quiso poner los puntos sobre las íes a esa crítica literaria actual que, personificada en el autor argentino Damián Tabarovsky, defiende que la buena literatura es la menos leída. Para rebatir esa idea, Cercas, que declaró no ser partidario de la literatura popular pero si de la popularidad de la literatura, recurrió a nombres como los de Cervantes, Homero, Borges, Jorge Manrique, Vargas Llosa, Balzac. Byron, Dickens, Hemingway, Scott Fitzgerald, Nabokov e incluso Bob Dylan —del que dijo, y dos veces, que la academia Sueca no se equivocó en concederle el Nobel— para defender que «hay libros buenos que se venden mucho y libros buenos que se venden poco, igual que hay libros malos que se venden mucho y libros malos que se venden poco. En resumen: hay de todo».
Ajustadas las cuentas con la crítica, Cercas encaró la recta final de su discurso combatiendo esa idea que piensa que el arte no tiene más finalidad que el arte mismo y cuyo origen establece en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Para Cercas esa frase, aunque se ha solidificado en la sociedad actual, no es más que una ironía del escritor irlandés. La literatura tiene por lo menos, dice el escritor, la utilidad del placer, que tampoco es poca cosa.
Recordaba el autor extremeño que cuando alguien le confesaba que no le gustaba leer, lo primero que se le venía a la cabeza era darle el pésame, igual que si le hubiera dicho que no le gusta el sexo. Aclarado esto, Cercas se preguntaba en alto si existía algo más útil que el placer, o que el conocimiento e, instantes después, doblaba la apuesta y preguntaba a los señoras y señores académicos si, desde la atalaya de su experiencia y de su sabiduría, había algo mejor que el sexo. Por la cordial reacción de los asistentes, entre los que se encontraban personas con amplia experiencia vital como Luis María Anson o Juan Luis Cebrián, parece que la respuesta a la pregunta de Cercas fue que a todos les gustaba lo del sexo.
Con el público ya en el bolsillo, Cercas puso el punto final a su intervención defendiendo que cuando el autor honesto y comprometido con su realidad es capaz de llegar al público, este se convierte en una suerte de peligro público, una bomba de relojería ambulante, un potencial pensador por cuenta propia, un insubordinado en germen. En definitiva alguien que supone una amenaza para el poder que, según Cercas, si pudiera, prohibiría la literatura. «¿Hay algo más útil que eso?», preguntaba de nuevo al auditorio el ya académico. Por la reacción de los asistentes, parece que, de nuevo, le dieron la razón.