El movimiento vecinal está más vivo que nunca en Zaragoza. En los últimos meses, una serie de cuestiones han provocado que el tejido asociativo se reavive y suene con más fuerza que nunca en la capital aragonesa, en la que sus habitantes quieren apostar por la participación ciudadana y hacerse notar, en distintos temas y con distinto formato, para que sus reivindicaciones lleguen a la plaza del Pilar y el consistorio las tenga en cuenta a la hora de desarrollar sus políticas.
Y, dentro de esa amplia lista de problemáticas, la movilidad es una de las que más interés y reacción está suscitando. En ese sentido, hay dos barrios que destacan por encima del resto: Valdefierro y La Almozara. La reorganización de las líneas del bus, a debate desde que se anunciase que Natalia Chueca pondría en marcha en 2025 sus prometidas circulares, ha provocado los primeros altercados entre un tejido vecinal que quiere que se le tenga en cuenta y un consistorio que asegura que los análisis sobre cómo afectarán los cambios a líneas tan emblemáticas como la 24 o la 34 todavía están en fase muy primigenia.
Sin duda, el caso de la 24 es el que más consecuencias está dejando sobre el terreno. Desde el ayuntamiento insisten en que no hay nada decidido y que la 24 no va a desaparecer o que, al menos, se va a seguir dando su servicio al barrio, que en ningún caso quedaría «incomunicado». Pero esta explicación no termina de convencer a los habitantes de Valdefierro, que a finales de octubre se dejaron notar cortando el paso a cuatro autobuses durante cerca de una hora a modo de protesta. Fue tan solo la antesala de una manifestación más organizada y que en el baile de cifras habitual anduvo entre los 600 y los 800 participantes al grito de «¡El 24 no se toca!».
En cambio, desde las asociaciones vecinales expresan que nada ha cambiado desde la marcha de la pasada semana , que recordó a tiempos pasados y mucho más combativos en el barrio, en los que la conexión con el resto de la ciudad protagonizó diversos altercados durante el último cuarto del siglo pasado. Desde Valdefierro afirman que «siguen esperando» una reunión con la concejala de Movilidad, Tatiana Gaudes. Es por ello que participarán en el pleno del próximo jueves 28, una intervención que podría ir acompañada de una cacerolada en la plaza del Pilar.
El 34, que es a La Almozara lo que el 24 a Valdefierro, también ha estado en el candelero en el último mes y medio. En este caso, los vecinos aprovecharon una reunión con Gaudes a cuenta del futuro del quiosco de La Aljafería –otro debate arraigado en su tejido asociativo– para expresar su malestar por los cantos de sirena que hablaban de una posible modificación. La concejala aseguró, en público y en privado, que la línea no iba a desaparecer.
Intervenir en la agenda política
En cualquier caso, los barrios de Zaragoza están aprovechando, sin esperar a la Cincomarzada, para poner en la agenda mediática y política los problemas de su día a día, denotando que el movimiento vecinal ha resurgido con fuerza en la ciudad. Cualquier excusa es buena para ello, como demuestra que una reunión sobre el futuro del quiosco derive en una queja formal por el 34, situación que también se vive en Valdefierro, donde el interés por el 24 ha derivado en la reclamación de otras propuestas históricas como la ampliación del 34 y el 57, sin olvidar quejas más recientes como la que derivó del vallado de las gradas del Centro Cívico, también con concentraciones numerosas.
Mientras, La Almozara reunió a decenas de personas –hubo quien quedó fuera de la sala por exceso de capacidad, como ya sucediese en la reunión con Gaudes– en una asamblea celebrada en domingo, hace una semana, en la que las reivindicaciones giraban en torno al centro de salud. Sobre todo, se pide que se aumente el personal en determinadas áreas y que regrese el servicio vespertino.
Y, nuevamente, de esta multitudinaria reunión salió una nueva propuesta: que la lanzadera que sustituye a los buses afectados por las obras de César Augusto llegue a plaza Europa. Pero no son la movilidad o la falta de médicos las únicas coyunturas que emergen de forma colectiva en Zaragoza. Una manera de entender la política que parecía haberse perdido en los últimos años y que poco a poco vuelve a ganar peso. Muestra de ello son las movilizaciones vecinales en El Gancho o en el entorno del Parque Bruil –con un recién nacido colectivo vecinal– para acabar con la degradación urbana o los problemas de convivencia.
Otras problemáticas
En el primer caso, las distintas plataformas vecinales emergen como setas en la zona de Zamoray-Pignatelli, que ha visto como en el último mes se ordenaban tres diferentes demoliciones. En este punto, el consistorio intenta dar respuesta con iniciativas como el Plan Pignatelli o las futuras inspecciones más frecuentes en la zona, que los colectivos todavía ven insuficientes. Son conscientes, en ambos lados, de que sus demandas en ocasiones son incumpibles por cuestiones logísticas y/o económicas, pero partir de la confrontación de ideas es la base para arrancar más intervenciones.
Por su parte, hace algo más de un año nació el Colectivo Parque Bruil, cuyo objetivo es hacer oír los problemas de la zona, que aseguran que se han acrecentado desde la pandemia. Una serie de casos –faltan muchos por nombrar– que, en perspectiva, reflejan una nueva realidad en la capital aragonesa, redoblando el interés por los viejos espacios colectivos de la política. Algunos son idénticos a los de hace años, otros más recientes. Pero todos comparten un denominador común: beben del grado de movilización vecinal.