Casi cuatro semanas después de la dana, la ciudadanía de la parte más afectada de Massanassa —la zona oeste del municipio, más cercana al barranco— sufre las consecuencias de la obstrucción de los sumideros por el lodo. «Se recuerda que todavía tenemos graves problemas de saturación en los colectores, no tiren agua a la calle», compartía este jueves el ayuntamiento a través de sus redes sociales.
«Necesitamos que arreglen el alcantarillado municipal para que pueda circular el agua con normalidad, ya que cuando llega a la calle tropieza con el tapón de barro que hay en las tuberías. No podemos ni ducharnos, ni fregar los platos, ni lavar la ropa porque sabemos que las aguas residuales y fecales retornan a los vecinos y vecinas de los primeros pisos. ¿La solución? Usamos cubiertos, vasos y platos de plásticos y nos aseamos con toallitas higiénicas», comparte Paco Rodrigo, vecino del municipio y, además, su cronista oficial.
Mariano Montaner, que vive en un primer piso, lo constata: «Notamos mucho el olor. Esta mañana era tan fuerte el hedor que se me ha quedado en la garganta, no podía respirar», reconoce. Que después de tantos días sigan sin poder utilizar el agua en sus viviendas va mermando sus ánimos. «Es una heroicidad vivir aquí ahora. Para ir al váter me he tenido que ir a Albal. Nos tenemos que buscar la vida como podemos», asegura Nacho Martínez, quien siente que su pueblo está «totalmente olvidado». Valoran, eso sí, los recursos habilitados por el ayuntamiento para la recogida de suministros, ropa y material de limpieza: «Hay tres puntos de reparto —cuenta Rodrigo—, ya que aquí los comercios siguen cerrados y no tenemos vehículos para desplazarnos a València. También hay voluntarios que nos han cocinado comida caliente, aquí en la Biblioteca Municipal han repartido unas mil raciones al día».
Malos olores e insalubridad
Como vienen reivindicando desde hace días los ayuntamientos de los municipios de l’Horta Sud, vaciar los garajes que quedan es, precisamente, una de las principales urgencias. «Tenemos barro y coches en el garaje, eso lleva ahí más de veinte días, con los trasteros inundados. Se generan malos olores e insalubridad. Ya empieza a ser un problema de salud pública. Esta semana han venido afortunadamente los militares y nos están ayudando. Hace unos días sacaron un poco de agua, pero como había barro no pudieron hacer más. Parece que ahora han traído más maquinaria y sí que lo van a poder sacar, pero hasta que no lo veamos… Llevamos muchos días esperando. Aquí llegó tarde la ayuda, hasta el quinto o sexto día, nada», comenta Rodrigo.
En el aparcamieno de su finca, además, contrataron por su cuenta a un fontanero para que pudiera arreglar las bajantes: «Con más de medio metro de agua y lodo consiguió entrar y reparar la cañería«. «Es necesario que traigan más maquinaria, vienen los voluntarios con toda su buena voluntad, pero es imposible sacar eso a mano», añade.
Mientras Paco, Mariano y Nacho hacen balance de la situación casi un mes después del paso de la dana, Paqui Fernández no puede contener las lágrimas al ver cómo varios efectivos del ejército sacan su coche del garaje, todavía lleno de fango. «Está para tirar, han pasado los días y te haces a la idea de que lo has perdido, pero cuando lo ves así de destrozado duele mucho», dice. A su lado, Sonia Heredia defiende que, aunque los daños hayan sido materiales, las pérdidas son «muy grandes». «Las familias hacemos un esfuerzo muy grande, ver esto te destroza. Hay que empezar de nuevo», apunta. A la conversación, Mari Cruz Hernández añade: «Estamos vivos por suerte«. El aviso, como a todos, les llegó tarde.
«Estamos vivos porque no nos tocaba«
La misma fortuna que tuvo Juan Vicente Martínez, de 70 años. En los días previos a ese fatídico 29 de octubre su madre, de 98 años, fue ingresada en el hospital por una caída. En su casa, el agua alcanzó los dos metros, destrozó la puerta principal y tiró abajo varias paredes. «Si le llegan a dar el alta ese martes, no sé si lo habríamos contado. Estamos vivos porque no nos tocaba«, afirma. Tres semanas después de ese momento, este vecino de Massanassa trata de borrar los restos de barro que quedan de la casa de su vida. La parte de la entrada, la más antigua, sabe que la tiene que derruir porque las vigas están dañadas. «Esta es la segunda riada que vivimos aquí, y el nivel de destrucción de esta ha sido algo incomparable», cuenta.
El taller de artesanía para las Fallas, las Hogeras y Gaiatas de José Sarrión, L’Estoreta, abierto desde 1985, tampoco ha podido salvar nada. «El esfuerzo de toda una vida perdido«, dice el propietario. La maquinaria y gran parte de los materiales han quedado inutilizados. Tan solo están pudiendo recuperar algunas piezas. Aunque tratan de la volver a la normalidad, son conscientes de que no van a poder llegar a los encargos que tenían anteriores a la dana. «Nos los van a retirar todo», admite. Desde su bajo se escuchan las risas de una veintena de niños y niñas. Están en la «Escodana», una iniciativa impulsada por una profesora y un grupo de padres y madres, que han acondicionado un garaje para que los más pequeños puedan evadirse de todo lo sucedido y adolezcan lo menos posible la ausencia de colegio.