La victoria de Donald Trump, la indisimulada manipulación con que el propietario de X, Elon Musk, ha configurado su propia red social en pos de la victoria del republicano y el posterior anuncio de que el principal accionista de la antigua Twitter formará parte del gabinete del futuro nuevo presidente de los EEUU, ha causado una multitudinaria migración de clientes de esta plataforma a territorios menos estridentes. La gran beneficiada de esta mudanza masiva ha sido BlueSky, donde, de momento, las aguas discurren con calma y todo es amabilidad entre usuarios del mismo pelaje.
El funcionamiento es prácticamente idéntico al de X. La diferencia se halla en que los usuarios de BlueSky pueden bloquear en masa a otros usuarios o sacar a los acosadores de cualquier conversación. Esta parcelación polarizada tiene su parte positiva (se reduce enormemente el contenido banal, el odio, la violencia y la testosterona), pero también su lado oscuro: apenas se discute o se confrontan puntos de vista. Todos tus ‘amigos’ piensan como tú, lo que llegados a una cierta edad, y con más años en el mundo analógico que en la jungla digital, es tan reconfortante como preocupante en el caso de determinadas personas para las que resulta más que aconsejable que conozcan diferentes puntos de vista porque rehúyen informarse por los medios de comunicación tradicionales. Un 32% de la ciudadanía tiene a las redes sociales como una de sus principales fuentes de información.
Algunos analistas han comparado desacertadamente a X con el Titanic. La cuestión es que el iceberg ya estaba ahí antes de que todos los usuarios de la red nos pusiéramos a trabajar conscientemente (sí, conscientemente) para Elon Musk y Donald Trump. Dejamos de ser usuarios para convertirnos en lacayos. Pero la polarización ya venía de antes. Musk no ha hecho más que amplificarla y utilizarla en función de sus intereses. Para quienes se preguntaban por qué un multimillonario cometía la excentricidad de gastar 44.000 millones de dólares en una red social cuya gestión parecía encaminarse hacia su autodestrucción, tienen la respuesta en el resultado de las elecciones de EEUU del 5 de noviembre. Puede que comprar Twitter le haya salido hasta barato. Hoy Elon Musk es mucho más poderoso que el día que decidió desembolsar semejante pastizal.
BlueSky crece a un ritmo de un millón de suscriptores diarios. A la hora de redactar este artículo ya pasa de 20. Súmenle a partir de hoy un millón cada día que lean esta columna. X cuenta con 335 millones de clientes en todo el mundo, 33 millones menos de los que tenía cuando Elon Musk adquirió la plataforma. Threads, creada por Meta, es seguida por unos 275 millones de personas; Facebook suma 3.065 millones e Instagram, 1.200. El crecimiento es imparable.
De cara a la galería, parece una decisión de principios que medios como The Guardian abandonen la antigua Twitter. Sí y no. La red de Elon Musk aporta a los diarios digitales menos del 1% de su tráfico. Abandonarla representa, por tanto, un buen ejercicio reputacional, aunque un coste despreciable para la información y para el negocio.
La antigua Twitter no es el Titanic. Si acaso su orquesta, que sigue tocando en el lento navegar del trasatlántico hacia no se sabe dónde. A medida que aumenta la migración a pastos como BlueSky, la actual X se asemeja más a El holandés errante, aquel barco fantasma cuya leyenda dice que no pudo volver a puerto, condenado a vagar para siempre por los océanos. Si otro barco lo saluda, éste también se verá condenado a vagar por las aguas oceánicas. Las ratas no son ni las que abandonan el barco ni las que permanecen a bordo, decisiones respetables en ambos casos. Más bien parecen las que ocupan el puente de mando y determinan el gobierno de la nave.