El consenso es unánime. El mundo necesita invertir más y más fondos contra la crisis climática, ya sea para descarbonizar las economías y cortar el grifo a los gases de efecto invernadero o para adaptar las ciudades y ecosistemas ante el impacto de los extremos climáticos. Este es el mandato al que se enfrenta ahora mismo la cumbre del clima de Bakú, en la que los negociadores están intentando cerrar el acuerdo más ambicioso hasta la fecha en financiación climática. En todas las discusiones, la premisa es la misma. Y es que los fondos públicos, por sí solos, no son suficientes para abordar el problema. Por eso, son cada vez más las voces que apelan a la búsqueda de «alternativas» como, por ejemplo, la creación de un impuesto a la aviación, al transporte marítimo o a las grandes fortunas del globo. ¿Pero cuánto sumaría esto a la lucha climática?

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