«Llevo en la calle desde los años noventa, pero no de seguido, salí y entré. Me casé, me divorcié. Y seguí en la calle. Hasta el año pasado, agosto del año pasado, que llegué al albergue de Avilés». Quien se presenta con estas palabras es Juan Gutiérrez Villa, un hombre de 59 años que lleva casi media vida vagando por el país y, ahora, está a punto de recibir las llaves de la que será su casa en el barrio de La Magdalena. Gutiérrez es uno de los beneficiarios del programa «Housing First», un modelo de atención a personas sin hogar innovador que se desarrolla en la ciudad desde 2016 y que tiene como objetivo ofrecer una residencia estable para los «sintecho» y conseguir su recuperación, autonomía e inserción social. «Una oportunidad de estas solo me va a tocar una vez en la vida», sentencia este hombre que ha puesto todo de su parte para reconducir su vida.
Lo primero que hizo Juan Gutiérrez Villa cuando llegó al albergue de Avilés fue «dormir la mona»: «Llegué con una borrachera tremenda», confiesa. Porque el alcohol, dice, es la anestesia que le hacía menos dolorosas las noches a la intemperie. «En el albergue me pusieron varias normas, una de ellas no beber. Y desde entonces no volví a probar el alcohol, y lo hice sin medicamentos, sin nada, por voluntad propia», reconoce. Ahora a Juan, que bebía «más de veinte vinos al día» le incomoda, incluso, el olor a alcohol: «Veo a compañeros y me pregunto: ¿ese era yo?».
Gutiérrez nació en Llanes, y de los tres meses a los 24 años vivió en Bélgica. «Entonces regresé a Asturias, empecé a trabajar de camarero y me lié: mujeres, bebida…Gracias a dios no toqué la droga. Me eché a perder. Empecé también a perder a la familia y estuve, con entradas y salidas, en la calle hasta que llegué aquí», desgrana de una vida deshilvanada que ahora le muestra una luz al final de un largo túnel negro.
Juan tiene un hijo de 19 años con el que tiene algo de relación, «pero muy poca». «Me gustaría recuperar a mi familia, pero de momento mi familia es esta que está aquí, en el albergue», reconoce. Por esta razón Juan, que recibe el Ingreso Mínimo Vital, ya tiene planes de futuro una vez se instale en su vivienda de La Magdalena. Piensa colaborar como voluntario en el albergue de transeúntes de Avilés: «Es la forma de agradecerles lo que han hecho por mí», señala. Aunque todavía no ha recibido las llaves de la que será su casa, Juan ya colabora activamente en el centro. Le encanta estar entre fogones: «Soy el se encarga de hacer aquí las tartas, los bizcochos… Me gusta estar en la cocina. Las cenas las suelo dar yo y en las comidas ayudo», manifiesta. Tras media vida en la calle, dice que se ha hecho un hombre casero: «Salgo poco, a tomar un café, a comprar o a hacer los recados que me mandan en el centro porque aquí, si se quiere, siempre hay algo que hacer. Soy el primero que se levanta y el último que se acuesta».
Se deshace en elogios hacia el equipo del albergue de transeúntes de Avilés: «Cruz, Marisa, María, Cris, Isabel, Consuelo, Andrea… Son una maravilla». Juan encontró en el centro de la calle de La Estación estabilidad en una vida inestable.
Fue feliz en su infancia. Su declive comenzó casi al tiempo que perdió a su madre. Su cuerpo es el resumen de años sin un techo bajo el que resguardarse: le pegaron palizas, le insultaron, le apuñalaron. Durmió en la plaza de la Gesta, en Oviedo, noches que nevaba. En León, a los pies de una gasolinera, aprendió que lo mejor para protegerse del frío era envolverse en papel de periódico. Estuvo en Valencia –allí participó en un programa de inclusión–, y en Plasencia, en Jerez de la Frontera, Bilbao, Santander… Durmió en aceras, en la salida de emergencia de un gimnasio… En la calle.
Su caso no es ni de lejos el único. En el albergue de transeúntes de Avilés hay muchas personas que fueron víctimas de la soledad sobrevenida, del alcohol o las drogas, de las muertes de seres queridos, de la enfermedad, de la falta de apoyos en momentos de confusión o de la pérdida del empleo… El año pasado se dio a alojamiento a 343 personas, hombre mayoritariamente, que realizaron 7.705 noches. Del total de usuarios, 34 estuvieron apenas unos días; 633 un mes como máximo y 122 más de treinta días. La media de edad de los usuarios oscila entre los 45 y 64 años. Ahora Juan dejará el albergue y entrará al programa «Housing First» (la casa primero), un sistema de trabajo con las personas sin hogar que en los últimos años ha favorecido la inclusión de personas vulnerables. Juan tendrá casa, su casa.
Y está ilusionado. Atrás quiere dejar aquel tunel que define así: «Un día pasas de todo, de pagar facturas, de todo. Lo que tienes es para alcohol, para vicios y no te importa nada. Y luego viene lo que viene, y estás en la calle», concluye Juan Gutiérrez, que ahora tiene esperanza. Él se aferra a la nueva a la vida que le ha dado una segunda oportunidad. Y pronto tendrá una dirección y un código postal.
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