Como consecuencia de la arrogancia y la estupidez de la especie supuestamente más inteligente, el mundo está atravesando una crisis que está dejando tras de sí un saldo de destrucción sin precedentes.
A pesar de que vivimos en una época en la que el conocimiento humano ha alcanzado altas cotas de desarrollo en casi todas las áreas, desde el avance científico y tecnológico hasta la comprensión profunda de los ecosistemas y de la salud, no solo no se están resolviendo los problemas a los que nos enfrentamos sino que cada día es más evidente que nadie va a hacer nada al respecto.
La razón detrás de este fenómeno es, a mi juicio, vergonzosa: las decisiones críticas, que debieran estar en manos de expertos y especialistas en las diferentes disciplinas, son tomadas por los políticos de turno en función de sus intereses y de sus estrategias de campaña.
¿Por qué los políticos actúan de este modo?
La respuesta yace en la propia naturaleza del sistema político y la estructura de incentivos. Los líderes electos piensan en ciclos cortos, generalmente de cuatro años. Rara vez piensan a largo plazo. Este sistema se presta a que las decisiones estén encaminadas a ganar votos, especialmente en un entorno mediático en el que el éxito político depende de la popularidad en encuestas y redes sociales, más que del impacto positivo en la sociedad.
Absolutamente todos evitan poner en práctica medidas que generen descontento entre los votantes. Poco importa si las recomendaciones de los expertos demuestran que dichas medidas son urgentes.
Un ejemplo claro, en el campo económico, es la permisividad de los gobiernos hacia las industrias petroleras. A pesar de ser altamente contaminantes, cargarles con más impuestos y exigirles medidas efectivas podría perjudicar la economía afectando a los costos de vida, lo que llevaría a una pérdida de apoyo popular.
Del mismo modo ha sido minimizado o ignorado el problema de los residuos de la producción industrial. Ni una sola fábrica se ha creado teniendo en cuenta el reciclado de sus desechos.
Desde el punto de vista ambiental, la falta de acción está acelerando la pérdida de biodiversidad y el incremento de desastres naturales que no solo se cobran vidas, también dejan sin recursos a los supervivientes, como acabamos de ver en nuestro país, ensanchando aún más la enorme brecha que ya existe entre la masa de individuos con economías tremendamente precarias y los que gozan de alto standing.
A pesar de que nuestra salud depende de respirar aire limpio, alimentarnos con productos de calidad e hidratarnos con agua clara, sorprendentemente nada está más dañado que los ecosistemas del planeta, absolutamente necesarios para nuestra supervivencia.
No obstante, las medidas de política medioambiental se toman en función de intereses económicos poniendo en peligro la seguridad alimentaria, la disponibilidad de agua potable y la calidad de vida de millones de personas.
Todo indica que el colapso económico y la consiguiente hambruna no se harán esperar. El peligro de extinción para la especie que un día, en su delirio, se consideró a sí misma la más inteligente se acerca a paso de gigante.
Ningún animal “irracional” y falto de inteligencia dejó jamás tras de sí tal devastación.