Cuando Wuyeh se despidió de su familia no sabía si volvería a verlos. Con solo 12 años subió a un cayuco con el objetivo de llegar a Canarias. Atrás quedaban las abarrotadas playas de su pueblo natal, Fateh, al oeste de Gambia. Una pequeña localidad pesquera de apenas 15.000 habitantes, con calles de arena y uno de los mercados más populares del país, donde las oportunidades para los jóvenes escasean.
Por delante tenía una peligrosa travesía que supone un desafío físico y mental para cualquier adulto y, más aun, para un niño que viaja solo. Hacinado, con apenas agua y comida para los primeros días de viaje, con el salitre y sol quemando su piel y con miedo constante a fracasar en su intento. Después de recorrer cerca de 1.700 kilómetros por alta mar a bordo de una barquilla precaria, Wuyeh arribó a Tenerife, donde dos años después encontraría un nuevo hogar en el que crecer con el cariño de una familia.
Wuyeh, que ahora tiene 16 años, es uno de los 36 menores migrantes que han sido acogidos en hogares canarios que, generosamente, han abierto las puertas para ofrecer un lugar seguro a los niños que llegan a bordo de cayucos y pateras. Primero vivió en un centro de acogida, pero su vida cambió cuando la familia Herraez Díaz dio el paso de acogerle. «Nos reunimos con nuestros hijos, les comentamos que existía la opción de acoger a un chico de Gambia y les preguntamos si les parecía bien», rememora Beti Díaz, madre de acogida de Wuyeh desde mayo de 2023.
«En los cuatro años que lleva aquí se ha hecho canario. Ha encajado bien en la dinámica de la casa»
La familia está compuesta por Beti, su marido Fernando y sus hijos Ariadna, de 21 años, y Marco, de 16 años, con quien el joven gambiano comparte aficiones y equipo de fútbol. «Acogimos a Wuyeh ya mayor porque sabíamos que a esa edad lo tenía más difícil. Para nosotros es un suma y sigue, porque ya tenemos la experiencia con nuestros dos hijos. No es muy diferente convivir con un adolescente español y que con uno africano», apunta Beti.
El joven llegó sin saber leer ni escribir. En Gambia iba a una escuela coránica y solo escribía en árabe. Ahora está completamente integrado en su entorno y estudia en un instituto local, en el que cursa un ciclo de cocina, aunque le gustaría seguir formándose para poder trabajar como mecánico o electricista. «En los cuatro años que lleva aquí se ha hecho canario. Es súper tranquilo y ha encajado muy bien en la dinámica de la casa», señala Beti. Una de las mayores dificultades a las que se ha tenido que enfrentar la familia es al cambio de dieta. Wuyeh es musulmán y todos se adaptan a la restricción de no comer cerdo para evitar tener que cocinar varios menús. «Con dos hijos adolescentes tienes que hacer grandes calderos, porque comen como limas nuevas», advierte Beti entre risas.
Aunque se siente parte de su nueva familia, Wuyeh nunca olvida a la que dejó en Fateh. Casi cada día habla con sus hermanas y sus padres. «Nosotros conocemos a su madre, con quien hemos hablado en un par de ocasiones. Sobre todo, para presentarnos y que supiera con quién está viviendo su hijo», explica Beti.
Amor sin fecha de caducidad
La historia de Wuyeh es un testimonio de resiliencia, sacrificio y esperanza. Para la familia Herraez Díaz, él es más que un joven migrante; es un símbolo de cómo el apoyo puede transformar vidas. «Recomiendo la acogida a otras familias. Es un gesto que aporta muchos aspectos positivos. A mis hijos les ha enriquecido muchísimo estar con una persona que viene de una realidad tan diferente a la suya», asegura Beti. Con su mirada puesta en el futuro, Wuyeh sigue construyendo su camino, convencido de que su viaje no fue solo una huida, sino un primer paso hacia un futuro más próspero. De momento, no se plantea regresar a Gambia, pero sí piensa en poder ayudar a su familia a mejorar sus condiciones de vida.
Wuyeh no es el primer joven migrante que acoge la familia Herraez Díaz. Cuando terminó el confinamiento, Beti y su hija acudieron a un taller de percusión en el que participaron varios chicos senegaleses con los que crearon un vínculo personal. «Eran menores, pero los trataban como mayores de edad, porque con 16 o 17 años es muy difícil demostrar la minoría», relata Beti. Cuando les dijeron que los iban a derivar a la Península, estos jóvenes no querían irse porque ya tenían cierto arraigo en las Islas y tres de ellos se quedaron. Beti, con la colaboración de su familia y de su red de apoyo, logró reunir el dinero suficiente para pagarles la renta de un piso hasta que empezaron a trabajar y pudieron hacerse cargo de su propio alquiler. «Ahora celebramos la Nochebuena juntos», apunta.
Uno de ellos, después de dos viajes a Madrid para sacarse el DNI y el pasaporte, logró demostrar que tenía 16 años. «Al volver fuimos a la policía para declarar que era menor de edad y lo enviaron a un centro. Primero le hicimos seguimiento y lo ayudábamos en todo lo que necesitaba, pero después lo acogimos hasta su mayoría de edad», explica Beti, quien reconoce que no repetiría la experiencia una tercera vez, porque la relación con los chichos no se acaban cuando se emancipan. «Igual que con nuestros hijos, requieren acompañamiento en la vida adulta. No son relaciones con una fecha de caducidad», destaca.
Proceso de idoneidad
Para poder entrar oficialmente en el banco de familias de acogida, los Herraez Díaz tuvieron que pasar por un proceso de análisis y formación que duró unos cuatro meses. Durante el proceso de idoneidad se estudian aspectos como el rango de edad, las características del niño o niña, si la familia puede acoger a un menor o a varios y el tipo de acogimiento que puede ofrecer (urgencia, temporal o permanente). Este proceso de estudio familiar conlleva entrevistas con psicólogos y visitas al domicilio por parte de trabajadores sociales, que analizan la dinámica y organización familiar, las condiciones de la vivienda y su entorno y la estabilidad económica familiar, entre otros aspectos.
Una vez acogido el niño, la familia recibe un apoyo constante y los técnicos les acompañarán desde los primeros contactos con el menor, así como una prestación económica para afrontar los gastes del menor. Pueden acoger tanto personas que vivan solas, como aquellas que pertenezcan a una unidad familiar con o sin hijos, siempre y cuando la decisión de acoger sea compartida por todos sus miembros. Quienes estén interesados en iniciar el proceso, pueden solicitar información a través del teléfono 012.
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