Donald Trump, al que ahora llamarán quizás el pato Donald cojo, como sucede con los presidentes en el segundo mandato, acudió a la Casa Blanca a ver al viejo Joe. Risas moderadas y apretón de manos, no como quien da la mano a una pescadilla envuelta en hielo, sino, al parecer, con cierto calor.
Trump volviendo a la Casa Blanca, ese lugar que no le gusta mucho, como Washington, ya puestos, una ciudad que no le pone nada. Un esfuercito, Trump, o sea, para ver al viejo Joe. Todo muy siguiendo la tradición, pero a Trump la tradición, aunque sea muy muy conservador, se la trae al pairo, porque, cuando él perdió (aunque nunca lo reconoció) se negó al traspaso de poderes ordenados, mientras sus acólitos no tan anónimos montaron una buena trifulca vestidos de búfalos, como si fuera una fanzone en el Capitolio.
Trump pasó por allí como un trámite, la Casa Blanca, que le parecerá una cabaña pintada de blanco, ese alpendre en comparación con sus mansiones y sus altas torres rotuladas, pero tíos, siempre es bonito ver al viejo Joe, sobre todo ahora que se va. Venga esa mano, Joe, pelillos a la mar. Que yo sé que tú reconoces tu derrota, Joe, no como yo. Yo sólo reconozco victorias, habrá pensado. Y los periodistas, sobre la moqueta, sin hacer preguntas. Chitón. Nos faltó una aparición estelar de Elon Musk, ese hombre.
Elon, que al parecer se ha quedado a dormir en Mar-a-Lago, será por habitaciones, arreglará los USA como arregló Twitter, ya veréis. El que parecía apuntar a Leonardo da Vinci contemporáneo se quedó con el molde, se volvió ultra-ultra conservador en dos tardes, pero nadie como él daba botes en el escenario durante los actos de campaña. Qué tío: es que no paraba. Botes por votos, supongo. ¡Que bote Elon, que bote Elon! Y vaya si votaron.
Elon es su nombramiento estelar, dicen que para controlar el gasto, para llevar el estado como una empresa. Esas cositas. Un ministro con cartera (es súper millonario y el dinero hay que meterlo en alguna parte), pero exterior al gobierno, un poco a su bola, como suele. Trump está fascinado por Elon, no sé si viceversa. Elon lo mismo se descojona en privado. Pero bueno, que sí, que como si fuera ministro. Y luego va nombrando a otros, todos tipos duros, para no decepcionar. A uno de la Fox para Defensa, por ejemplo. Trump tampoco puede abandonar su fascinación por las pantallas, aunque odie a la prensa.
En dos tardes, nada más ganar con holgura (no tanta como él pregona, pero es que está acostumbrado a manejar los datos con manga ancha), dicen que ya habló con Putin, con Zelenski, y qué sé yo con cuántos más. Para qué esperar a que el viejo Joe empaque, aquí no se espera nada. Trump podría empezar mañana, lo tiene todo planeado. Joe, ya estás tardando, podría haberle dicho. Pero no, le dijo algo bonito. Algo romántico. “Te agradezco una transición tan suave”. Trump, tío, qué frase. Qué dulzura inesperada. Quizás sea la frase más dulce que pronuncie en su mandato, apuesten algo.
Los líderes estentóreos solían decir aquello de ‘yo o el diluvio’, pero con Trump no hay disyuntiva. Es él y el diluvio, en el mismo paquete. También se decía aquello de ‘yo o el caos’, como en la portada del inolvidable ‘Hermano Lobo’, cuando el humor aullaba. El orador orondo (tal vez no era orondo) decía “yo o el caos”, y la multitud, tan cachonda, respondía: “¡el caos, el caos!”. Pero el orador no se inmutaba, porque, aseguraba, “es igual, el caos también somos nosotros”. Ese líder podría ser Trump perfectamente. Es él, pero si preferimos el caos (como así parece) resulta que también es él.