Un título y estribillo de un grupo muy conocido en los ochenta lo repetía: ¡Oh, qué casualidad! A pesar de todo, muy a la ola norteamericana para ser más concretos aunque se quisiese disimular lo contrario. Del mismo país donde Abraham Lincoln fue asesinado a tiros en un teatro el 14 de abril de 1865. James A. Gardfield también fue tiroteado en un compartimento de tren, en 1881. Y William MacKinley moría al ser alcanzado por varios disparos el 6 de septiembre de 1901. Tres presidentes antes de asesinar al 35 presidente de Estados Unidos, J.F. Kennedy, de 46 años, en Dallas (Texas), quien estaba realizando una gira política por todo el país y había llegado por la mañana. Atravesando el centro de la ciudad en un descapotable iba acompañado por su esposa Jacqueline y por el gobernador de Texas, John Connally. Tres disparos según se dijo desde un quinto piso que dominaba todo el recorrido oficial. Ambos fueron alcanzados y fueron trasladados al Parkland Memorial Hospital. Era el 22 de noviembre de 1963. A la media hora murió el carismático líder demócrata, el cerebro quedó destrozado. El gobernador se salvó y el vicepresidente Lyndon Johnson prestó juramento a bordo de un avión de camino a Washington, 99 minutos después. La policía detuvo a un sospechoso, el exmarine Lee Harvey Oswald, pero este dos días más tarde sería liquidado en directo por un propietario de locales de putas en Dallas, uno de esos patriotas que ayudan a terminar rápido con las comisiones de investigación. Un auténtico sicario instrumentalizado por los sectores más oscuros del poder económico estadounidense. Millones de norteamericanos lo vieron por la tele en tiempo real. Oswald no llegaría nunca a comparecer ante un juez. El local se llamaba Carroussel y era un enclave más de la mafia. Rudy había aprovechado el traslado del preso. Este moriría de cáncer y parece que antes concedió una entrevista a Dorothy Kilgallen que moriría de forma repentina en 1965 sin publicarla. Vicenç Pagès Jordà, irrepetible escritor, en su fabulosa Kennedyana refleja ese punto de inflexión en la Historia de Occidente y ese magnicidio trazado con anónimo bisturí.
El joven presidente era un auténtico y talentoso estadista. Reagrupó en esos momentos a las fuerzas políticas más voluntariosas a la hora de conseguir una salida digna frente al bloque del Este, intentando un equilibrio pacífico. Su Alianza para el Progreso también se diluyó con su muerte y con ella la intención de cambios en las políticas intervencionistas en América del Sur.
Muy por otro lado, y 17 años más tarde, el 14 de marzo de 1980 se estrelló Félix Rodríguez de la Fuente en Alaska el mismo día que cumplía 52 años. En esa catástrofe junto al irrepetible naturalista mueren dos operadores de televisión y el piloto. El equipo de El hombre y la tierra filmaba una nueva serie: Los perros del mundo, e iban enfocando una carrera de perros con trineos, la clásica que va de Anchorage a Nome. El ecologista burgalés había estudiado medicina, pero pronto se dedicó a su vocación absoluta y sería reconocido en todo el mundo. Parece que odiaba volar y ese día cambió de avioneta, la primera perdía aceite. Se dice que antes de subir a su último viaje comentó: «Qué lugar más hermoso para morir».
La investigación del accidente se cerró muy rápido. «Parece que de repente la avioneta empezó a caer como caen las aves cuando se les dispara en un ala. Unos esquimales acudieron a ayudar…», según contó Miguel Molina, que asegura que no se investigó nada. «Tengo claro que había gente poderosa que no quería a Félix», con sus documentales traducidos a diversas lenguas. «Lo que pasó es muy raro. Fue muy extraño, una avioneta como aquella no cae como cayó y yo la vi caer. Tony también. Y aquello no fue normal». Bajo ese mar blanco había y hay un lago muy negro.
De un estribillo a otro. Los chavales que derramamos lágrimas y nos hundimos en nuestros ingenuos desconciertos hoy pintamos canas escuchando cómo se creía poner fecha al final del uso de combustibles fósiles en el marco final de este gran fracaso que ha sido la cumbre del clima. Y todo mientras la banda sonora de hoy ya es, con Musk en el mismo karaoke, ese sucio estribillo porcino para la ocasión, ese gruñido de campaña: «Drill, baby, drill!» para nada casual o gratuito. Otro San Martín desperdiciado del que siempre apoyó, sin tapujos, al sector energético tradicional. Mondo cane. El planeta lo tiene muy crudo.