Ana (sevillana de 56 años) e Issiaga (guineano de 23) comen juntos todos los días en el office que está al lado de sus puestos de trabajo en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla. Se sientan en su mesa preferida y conversan de todo un poco ante el menú del hospital: el trabajo, los planes del fin de semana, la familia o su tiempo libre. Por eso cuando les pedimos que se sentaran en otra silla, para mantener otro tipo de conversación, no les costó ningún trabajo y accedieron entusiastas a hablar a dos voces del papel de su profesión, el auxiliar de enfermería, en la sociedad actual. Porque, a pesar de la distancia generacional y de sus diferentes historias de vida, Ana e Issiaga han madurado un vínculo personal y profesional que va más allá del compañerismo y que tiene su origen en su misma forma de entender los cuidados.
“A mí siempre me ha gustado cuidar a las personas mayores. Eso siempre me ha llenado mucho –dice Ana–. Trabajar aquí es como tener una segunda vida. Yo nunca digo que no, que me tengo que ir. Al revés, yo soy la última que sale de aquí muchas veces”. Ella, auxiliar experimentada con 18 años de profesión a sus espaldas, asiente con complicidad cuando escucha a su compañero, 30 años más joven, afirmar que lo que define a un profesional sanitario es la responsabilidad: “Cuando uno es responsable, tendrá mucho que ofrecer: Hospitalidad y un corazón para ayudar y para cuidar a los demás”. Issiaga lo expresa así: “Los sanitarios somos como un espejo. Tenemos que pensar en lo que sería mejor para nosotros mismos y reflejarlo en los demás para mejorar sus vidas”.
Trayectorias vitales y formativas
Las historias de vida de ambos han tenido un peso determinante en su formación y en su decisión de dedicarse a los cuidados auxiliares de enfermería. Issiaga se inició en los cuidados cuando trabajaba en el centro de menores que lo acogió como menor extranjero no acompañado. “Allí me formaron para cuidar a chicos que estaban en la misma situación que yo, y aprendí mucho, porque, como se dice en francés ‘el lugar hace al hombre’ (C’est le lieu qui fait l’homme)”. Por su parte, Ana dedicó 17 años de su vida al cuidado de una pareja de personas mayores en Barcelona.
La labor de acompañar y asistir a otras personas se convirtió para ambos en el centro de sus vidas, tanto, que decidieron dedicarse a la profesión de técnico en cuidados auxiliares de enfermería (TCAE), un perfil fundamental en cualquier organización sanitaria. “Para el paciente en un hospital el auxiliar es todo –cuenta Ana, orgullosa–. Y para las personas vulnerables que vienen con miedo, muchas de las cuales no tienen familia, que tú entres por la puerta y las saludes, te presentes y les digas que estás para lo que necesiten, no tiene precio. Para ellas te conviertes en alguien importante, eres sus pies y sus manos”. Issiaga escucha con complicidad y añade reflexivo: “A veces una buena compañía es mejor que un paracetamol”.
Tienen claro su papel y lo que pueden aportar a las personas que cuidan: “A mí me gusta estar al lado del paciente, hacerle reír, contarle algo, gastarle una broma…, cualquier cosa que le haga olvidar un ratito su enfermedad”, dice Issiaga, y añaden a dos voces: “Eso es algo que hacemos mucho en este hospital: acompañar al paciente, evitar esa soledad y darle unos momentos agradables”.
El valor intrínseco de los cuidados sigue siendo para ellos el corazón de la labor auxiliar, a pesar de los cambios que han sufrido tanto la profesión como el sistema sanitario en las últimas décadas. Aun así, la evolución tecnológica y de las organizaciones asistenciales han tenido un gran impacto en el rol del auxiliar y en la forma de trabajar.
Ana compara los tiempos de su juventud con los actuales: “Recuerdo cuando yo empecé; ahora es otro mundo: todo es mucho más sencillo y fácil para que puedas desarrollar tu trabajo mucho mejor. Tú no lo has vivido –dice mirando a su compañero–, pero yo aún recuerdo cuando teníamos que levantar las camas con manivelas para que los pacientes pudieran incorporarse para comer. Todo ha cambiado”.
Aunque tenga menos experiencia, Issiaga también valora positivamente esta tendencia y proyecta en ella su optimismo juvenil: “Todo sigue mejorando. La tecnología sigue avanzando día a día y seguramente lo que hoy vemos como un avance, el día de mañana nos parecerá un atraso. Ojalá que el ser humano siga dotándose de inventos que puedan ayudar a las personas y sean una mejora tanto para los pacientes como para los profesionales”.
Sin embargo, en el plano profesional, Ana señala una pérdida de motivación en las nuevas generaciones que se incorporan a los cuidados auxiliares y advierte que actualmente muchos jóvenes llegan sin motivación: “Yo creo que para ser auxiliar hay que tener algo, por lo menos un poquito de vocación. Da igual que no sepas nada: todos los trabajos físicos que tenemos que hacer se aprenden, pero lo que no se aprende es lo que lleva una dentro. Y, si eso no lo llevas dentro, por mucho tiempo que estés trabajando de auxiliar, no vas a saber nunca tratar a un paciente. Yo he tenido que explicar a compañeras más jóvenes que no le hablaran al paciente como lo hacían, porque las cosas no se pueden decir de cualquier manera”.
La actitud de Ana, su disposición a enseñar y ayudar a los más jóvenes es algo de lo que ella se siente muy orgullosa, y que ambos consideran un valor diferencial en su centro. “Acoger a los nuevos siempre ha sido algo primordial en este hospital”, explica Ana. Y añade, riéndose: “A mí me dicen que soy la madre del hospital, porque a todos los trato como si fueran mis hijos. Pero es que para mí no son solo compañeros”. Issiaga subraya este aspecto y confirma: “Es algo que va más allá de la relación laboral”.
En este ambiente de confianza, ambos se muestran también en sintonía sobre el futuro de la profesión, con una visión optimista. Issiaga confía en que con todo lo que tienen a su alcance, “la figura del auxiliar irá para arriba”. Por su parte, Ana asegura que el auxiliar siempre tendrá futuro porque “todo va evolucionando, nosotros también tenemos que hacerlo, pero yo creo que cada día será mejor, porque habrá más formas de llegar a las personas y cada día la gente joven tiene acceso a más cosas que les enseñan a ser mejores auxiliares”.
Biografías
Ana Arjona Sola | Sevillana de 56 años
Lleva 18 en el Hospital SJD de Sevilla como auxiliar en la unidad de parapléjicos, hospitalización y, ahora, en consultas externas. Se incorporó a la profesión con 36 años, tras haber trabajado 17 como empleada doméstica en Barcelona, donde tuvo que emigrar muy joven. Su experiencia al cuidado de personas mayores fue clave en su decisión de trabajar cuidando a los demás.
Issiaga Bangoura | Guineano de 23 años
Desde 2022 trabaja como auxiliar de enfermería en la residencia de Hermanos del Hospital SJD de Sevilla y en la Unidad de Respiro Familiar. Llegó a España con 16 años como menor extranjero no acompañado y se formó como celador y mediador intercultural en un centro de menores. Desde entonces, los cuidados entraron a formar parte de su vida y decidió desarrollarse como auxiliar.