El atronador rugido de la multitud ansiosa se cuela en los pasadizos donde se mezcla con el sonido del metal de las armas y el trote nervioso de los gladiadores que aguardan su turno para acceder al Coliseo de Roma. Entre todos ellos, destaca la figura de una mujer que trata de mantener la concentración instantes previos a saltar a la arena, donde luchará por sobrevivir contra otra guerrera en un espectáculo inusual que el público espera con gran interés.
Cuando se abre la gruesa puerta, la mujer entrecierra los ojos en un intento de regular la luz del sol de mediodía que ciega su vista y avanza con determinación, tratando de ganar confianza y ocultar cualquier tipo de debilidad. En los primeros pasos siente el calor que desprende la arena bajo sus sandalias y soporta el peso de la mirada de las 65.000 personas que ocupan las gradas del imponente anfiteatro. Inspira hondo en busca de calma y el olor a sudor y sangre que transporta el aire del lugar le llega hasta lo más profundo del alma. Aprieta los dientes y se expone a su destino: la gloria o el olvido.
Escenas como esta se vivieron en el Coliseo de Roma desde el siglo I, cuando el emperador Vespasiano regalo al pueblo el anfiteatro más grande del imperio. Desde entonces, las historias sobre juegos gladiatorios han causado furor generación tras generación hasta llegar a nuestros días, donde un sinfín de obras literarias y piezas audiovisuales narran las apasionantes vivencias de estos guerreros. Ejemplo de ello es la película dirigida por Ridley Scott ‘Gladiator’, que en el año 2000 cautivó tanto a la crítica especializada como al gran público. Ahora, este viernes concretamente, llega a los cines la segunda parte de una historia que comenzó con la hazaña de Máximo Décimo Meridio y que se impregnó en la memoria colectiva. 24 años después del estreno de la primera parte, la expectación por la secuela es máxima y el ‘teaser’ ya ha dado mucho de que hablar entre el público. Batallas navales en un Coliseo romano lleno de agua, luchas contra rinocerontes y ¿mujeres gladiadoras?
En el tráiler de la película protagonizada por Paul Mescal se pueden ver mujeres guerreras que podrían ser gladiadoras. A raíz de estas imágenes, son muchos los que se han hecho la pregunta de si este hecho ha sido una licencia que se ha permitido el director Ridley Scott o si de verdad existieron mujeres que combatieron en la arena.
De acto fúnebre a herramienta política
Pero antes de responder la gran duda, es importante conocer el origen de estas batallas, que se remontan a finales del siglo IV a. C. Concretamente, el historiador romano Tito Livio fechó en el año 310 a. C. lo que sería la batalla primigenia entre gladiadores, que fue llevada a cabo por los campanos para celebrar su victoria ante los samnitas. “Cuando un pueblo vencía a otro usaba a los prisioneros de guerra para que luchasen entre ellos en una celebración funeraria. Cuando alguien rico y famoso moría, sus hijos, normalmente el primogénito corría con todo el gasto, organizaban una lucha de dos personas”, explica María Engracia Muñoz-Santos, coautora, con Fernando Lillo Redonet, de ‘Gladiadores: valor ante la muerte’ (Desperta Ferro).
No fue hasta la época de Julio César cuando las batallas de gladiadores se convierten en un verdadero espectáculo y comienzan a emplearse de forma política. “Hasta la época de César era un evento privado que se realizaba delante de una tumba o en un contexto funerario. Después, se lleva al foro, delante del público, y se utiliza para engrandecer su figura, conseguir votos y beneficiarse de forma política”, relata la doctora en Arqueología Clásica por la Universidad de Valencia.
Mujeres en la arena
La conocida frase ‘pan y circo’ refleja a la perfección las aspiraciones de la sociedad en una Roma en la que las carreras de carros, las venationes – la caza de animales salvajes- y las batallas de gladiadores apasionaban al gran público y engrandecían la popularidad de los organizadores. En estos espectáculos las mujeres también tuvieron un papel protagonista, aunque la escasa información al respecto lleva a pensar que sus apariciones fueron mucho menos habituales que la de los hombres.
«Marcial cuenta en su libro que había mujeres excepcionales que luchaban contra jabalíes, osos, leones…”
“Hubo mujeres que lucharon en la arena, pero no se las llama gladiadoras hasta el siglo IV d. C. También hubo venadrices, que eran cazadoras que luchaban contra animales, y decían de ellas que eran muy valientes, fuertes y heroicas. Marcial -poeta hispanorromano de la época- cuenta en su libro sobre la inauguración del Coliseo que había mujeres excepcionales que luchaban contra jabalíes, osos, leones…”, señala Muñoz-Santos.
Aunque su presencia no fue habitual, no existe duda alguna de que combatieron en la arena. En el Museo Británico de Londres hay un relieve de mármol procedente de la antigua Halicarnaso (Turquía) que prueba la existencia de gladiadoras. “La imagen ha sido interpretada como dos mujeres gladiadoras luchando. No llevan casco, tienen el pelo recogido en trenzas y portan escudo, espada y grebas. Encima de ellas aparece un cartel en el que pone que acabaron en tablas y debajo pone sus nombres: una es Achillia y otra es Amazon”, apunta.
Las gladiadoras combatían en la arena con otras mujeres y se cree que, al igual que sus homólogos masculinos, entrenaban en el ‘ludus’, pero se desconoce si lo hacían en el mismo que el de los hombres, en una sección específica para ellas o en escuelas de gladiadores diferentes de las de los varones. Sea como fuere, estas guerreras recibían instrucciones para mejorar en su manejo de diversas armas y aprendían técnicas de lucha que permitieran aumentar sus posibilidades de éxito en combates que requerían combinar habilidad, estrategia y resistencia.
La mayor parte de las luchadoras compartían con los gladiadores un origen y contexto desfavorables en aquella sociedad romana marcial. Fueron esclavas, prisioneras de guerra o mujeres en condiciones económicas muy duras las primeras en tomar las armas para deleite de las masas. Pero, tal y como detalla Muñoz-Santos “a medida que va evolucionando la gladiatura, aparecen personas libres o, incluso, algún emperador como Cómodo, que también lucha en la arena”. De hecho, sus lápidas atestiguan la existencia de gladiadores que se casaban y tenían hijos. “Tenemos que olvidarnos de esa imagen de que estaban encadenados en un subterráneo. Era como un cuartel de soldados del que podían entrar y salir, solo que los esclavos eran más vigilados”, asegura.
«En la arena o a consecuencia de heridas en combate debieron morir en torno al 10% de los gladiadores”
El ‘lanista’, propietario de una escuela de gladiatura, mimaba a sus luchadores con una buena alimentación, pagaba los cuidados médicos y los entrenaba y equipaba adecuadamente para que sobrevivieran a los combates. En el momento en que se organizaban unos juegos, el ‘editor’ o promotor pagaba al lanista por la participación de sus gladiadores, que recibían un sueldo por combatir. Al contrario del pensamiento generalizado, el destino más común de estas personas no era la muerte durante la pelea. Según la doctora Muñoz-Santos, “por las lápidas de gladiadores que se han encontrado, se calcula que en la arena o a consecuencia de heridas en combate debieron morir en torno al 10% de los gladiadores”. Y es que, el fallecimiento de un luchador suponía grandes pérdidas para el editor, que debía pagar una suma importante de dinero al lanista por la pérdida.
Una mirada patriarcal
Así, estos ‘atletas’ contaban con cierta protección en combate y una gran popularidad entre el público, que adornaba sus vidrios, jarrones, lucernas, vasijas… con sus gestas y nombres. Algunos ganaban grandes cantidades de dinero y contaban con multitud de admiradores. En cambio, no ocurría lo mismo con las mujeres, que en la sociedad patriarcal de la Antigua Roma se veían estos combates como algo indigno y para los más conservadores, incluso, obsceno. Algunos autores, como Juvenal, se burla de los maridos que permitían a sus esposas luchar a pecho descubierto lanzando golpes a diestro y siniestro.
No obstante, algunos emperadores las incluían en los espectáculos con el fin de que aportaran algo extraordinario, poco habitual, y que eso llamara la atención del público. Parte de la población romana veía a estas mujeres que rompían con los roles establecidos como un novedoso entretenimiento, otra parte, en cambio, consideraba estos espectáculos una muestra más de la decadencia moral de la sociedad romana. Tras décadas de polémica y mofas hacia estas luchadoras, tal y como documentó Dion Casio, en el año 200 d. C. el emperador Séptimo Severo decidió poner fin a los combates entre gladiadoras con su prohibición.
Un declive paulatino
Años más tarde, durante el siglo IV d. C. los espectáculos gladiatorios fueron descendiendo su popularidad. “Hay diferentes hipótesis de su final, pero no desaparecieron en una fecha concreta, sino que fue un proceso paulatino”, aclara Muñoz Santos. Fueron varios los motivos los que empujaron a la gladiatura a su desaparición. Según la coautora de ‘Gladiadores: valor ante la muerte’, las ideologías cristianas provocaron que la gente comenzara a rechazar que las personas pelaran hasta la muerte en la arena. Por otro lado, el precio de los gladiadores era demasiado elevado y pocos ciudadanos podían asumir los costes de un ludus o pagar los espectáculos. Además, también se habla de los “cambios de gustos del público, ya que las venationes se continúan celebrando hasta entrada la Edad Media y lo mismo ocurre con las carreras de carros, que se trasladan a Constantinopla”.
Pero, se considera, por encima del resto, que la razón más importante detrás del fin de la gladiatura fueron los problemas económicos. “Eran tan caros que la gente dejaba de ir y se fueron distanciando tanto en el tiempo que el público ya no disfrutaba de ellos. En algunas ciudades continuaron celebrándose algunos años más, como en el norte de África, y en otras, por contra, terminaron antes, como en Roma”, explica Muñoz-Santos.