La conversación que Rita Maestre mantuvo el domingo con Gonzo en Salvados tuvo momentos y reflexiones que creo hay que recuperar para que sirvan de enseñanza a muchas mujeres que, sin sentirnos como se siente la diputada de Más País, hemos asistido aturdidas a diferentes situaciones de acoso a lo largo de nuestra vida, alguna protagonizada por un hombre famoso, y lo único que hemos sabido hacer es silenciarlo, olvidarlo y no contarlo, porque lo entendíamos como algo que nosotras no habíamos hecho bien, es decir nos sentíamos responsables y si no había excesiva violencia era mejor dejar que el asunto pasara y así pasaban los días y el recuerdo se desvanecía en un ejercicio de inteligente supervivencia.
Por todo ello quiero recuperar unas frases de Maestre, quien hace una década mantuvo una relación sentimental con Errejón, que está acusado de acaso y maltrato. La política dijo: «Muchas veces las mujeres nos sentimos interpeladas por lo que hacen mal los hombres que están en nuestra vida. Tendemos a justificarlos para justificarnos y hay que romper con eso. No hay nada que justificar, son sus acciones y son lo únicos responsables». Eso es algo que hemos venido haciendo: justificar sus acciones, las de los hombres que han estado en nuestra vida, como la de aquellos que nos sorprenden indefensas en una habitación de hotel, y los hemos justificado para justificarnos y así hemos construido un relato, que, al ser deconstruido por nosotras mismas, ha fortalecido a los hombres, sus comportamientos y su forma de tratar a las mujeres.
Unos días antes había asistido a la conferencia que daba Cristina Fallarás en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, en la que repasaba estos temas a los que ella está dando gran visibilidad a través de las redes sociales, donde las mujeres cuentan situaciones que han vivido de acaso, humillación y violencia. Contó cosas muy interesantes, señalando la importancia de que haya un relato colectivo de las mujeres que arañe a la sociedad por todo el daño causado, consiguiendo que la vergüenza cambie de bando. Hubo una historia que me conmovió. El otro día en el mercado, dijo, se me acercó una mujer mayor y en voz bajita susurró: «Hace diez años murió, pero no puedo olvidar las palizas, ni cuando me sacaba desnuda en invierno a la calle, ni las palizas a mis hijos para hacerme aún más daño». La mujer se fue, pero Fallarás supo que por fin lo había contado y ese es siempre el primer paso para despojarnos de la culpa.
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