La naturaleza siente horror al vacío, decían los clásicos, pero el Parlamento es cultura, exquisito producto civilizatorio, y por tanto ama el vacío en todas sus infinitas expresiones. El vacío curricular de muchos diputados, el vacío del salón de sesiones fruto de sucesivas oleadas de exilio callejero hacia la cafetería más cercana, el vacío de los argumentos políticos basados en la descalificación y/o el desprecio, el vacío de inteligencia de las preguntas de la oposición y el vacío de las respuestas de los consejeros escritos por el último achichincle del gabinete de prensa. Claro que respecto a esto último las cosas, en la pasada legislatura era peor, porque el viceconsejero de Comunicación ordenaba una nota al director general, el director general se la exigía al jefe del gabinete y el jefe del gabinete la remitía a un esclavo que tenían encerrado en los subsótanos de Presidencia del Gobierno. El pleno que comenzó ayer y continúa – es una suposición – esta mañana fue, en síntesis, un pleno parlamentario ejemplarmente vacuo y lirondo que podríamos habernos saltado para ir a aprobar definitivamente los presupuestos generales de Canarias para 2025, a ver si se hace algo.

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