A Joni Mitchell (Toronto, 1943) se la recuerda siempre pegada a una guitarra, como un icono de esa generación que en los años 60 hizo de la canción protesta su bandera y quiso cambiar el mundo a base de letras cargadas de futuro. Pero no soporta que la presenten como una cantante de folk. Una mujer en un mundo de hombres que se hizo valer entre los Dylan, Cohen y compañía a base de himnos como Big Yellow Taxi, A Case of You o Both Sides Now. Pero no se considera ni mucho menos feminista. Suele ser un tópico demasiado manido, pero realmente las etiquetas no van con una artista como Mitchell.
Para las clasificaciones ella prefiere definirse como pintora, poeta y compositora, o de una forma más poética: «una artista del Renacimiento». Así queda patente en Joni Mitchell desde ambas caras. Conversaciones con Malka Marom (Libros del Kultrum), una recapitulación poco ortodoxa de sus memorias en la que la cantautora se sincera con la periodista, escritora y cantante Malka Marom.
A través de tres entrevistas, la primera en 1973, la segunda en 1979 y una tercera en 2012 a modo de recapitulación, Joni Mitchell se sincera sobre su particular manera de entender la creación artística, su infancia, el origen y la naturaleza de su sensibilidad y la mirada que tiene sobre la música, el mundo moderno y su generación. Todo ello mientras las estrofas de sus canciones y los comentarios que ambas interlocutoras hacen sobre ellas van conformando una banda sonora imaginaria que acompaña y enriquece su lectura.
‘Bambi’ y el trauma como impulso de expresión artística
En el principio, el trauma y la ansiedad. Así es como explica la canadiense su primer impulso creativo después de ver la película de Bambi a los cuatro años. «El trauma y la ansiedad -el bosque ardiendo y los animales heridos- desataron en mí una necesidad obsesiva de expulsar esa emoción, y así fue como empecé a dibujar a diario. Ese episodio fue el germen del desprecio que siento hacia la especie humana y sus actos», confiesa Mitchell, que en ese momento se puso a pintar compulsivamente ciervos huyendo de las llamas.
Después vino la enfermedad en forma de polio, lo que la relegó desde bien temprano a una soledad obligada en la que comenzó a desarrollar su sensibilidad. También en su infancia tuvo que lidiar con la incomprensión de sus profesores, quienes la consideraban, en sus palabras, «una garrula». Sin embargo, a día de hoy ve todos esos impedimentos y dificultades como la clave de su conversión musical.
«Mirando atrás me doy cuenta de que la depresión es necesaria para evolucionar. Te hace sospechar que eres idiota, pero no acabas de saber por qué. Si te tomas un medicamento y no descubres el «¿porqué», te quedarás como el tonto drogata. No llegarás nunca al fondo de la cuestión ni desvelarás el asunto. Sin sensibilidad no puedes ser un novelista, sin un sentido del detalle. Y sin sensibilidad tampoco puedes profundizar. Y la emotividad, Dios, sin emotividad en el arte, todo se queda en el mero intelecto. Si tratas de construir algo artístico en su completitud, necesitas todo esto. Buena parte de mi obra, mis acordes complejos, están llenos de matices emocionales que las convenciones de la música no contemplan. Pero al tratar de mantener la frescura y expresar mis emociones (sin conocer las reglas) me he saltado las normas. Como soy extremadamente sensible, he trabajado para conseguir claridad. Pero ser ultrasensible no significa estar siempre con la herida abierta y sangrando, sino que percibo cosas que probablemente otras personas no perciben».
Joni Mitchell, ni feminista ni cantante de folk
Uno de los puntos más controvertidos, precisamente por ser un ejemplo de talento femenino, valiente y sin complejos que supo hacerse respetar entre un mundo esencialmente masculino, es la forma en la que habla del feminismo. «Nunca he sido una feminista. Discrepo. Estaban tan obsesionadas con el ama de casa, la familia, que para mí era deprimente. Y a pesar de que mis problemas, de alguna manera, eran femeninos, los suyos no me ayudaban ni eran compatibles con los míos. Lo mío era de otra índole. No quiero hacer pandilla contra los tíos. Los hombres necesitan ser guiados. Las feministas, en cambio, querían ser como ellos», cuenta en el libro.
Fue el propio Bob Dylan quien dijo que Joni era como un hombre, aunque tampoco en esto esté de acuerdo la cantautora. «Resulta que como lidero una banda soy como un hombre. ¿Por qué eso me convierte en hombre? Yo no soy como un hombre, pero sí pienso por mí misma y no soy feminista. Entonces, ¿qué soy? Una friki total, ¿no? Lo que soy, sobre todo, es inclasificable», sentencia.
Y así lo quiso también para su música, si con Blue (1971) se consolidó como una gran narradora de las emociones humanas, el amor, la desilusión y el autodescubrimiento en un tono marcadamente confesional. Del folk, su estilo derivó hacia otros géneros, incorporando rock, jazz y pop en discos como Court and Spark (1974) y Hejira (1976), culminando su interés por el jazz en Mingus (1979), un álbum experimental que produjo en colaboración con el legendario contrabajista Charles Mingus.
Fue esa naturaleza incapaz de pasar por el aro de las etiquetas, tanto conceptual como musicalmente, por la que se ganó su fama de complicada. «Me excomulgaron de Nashville por llevar una banda de jazz al auditorio Grand Ole Opry. Pensaban que era una cantante de country o una cantante de folk hasta que empecé a tocar, lo que ellos llamaban, música pop, que es mi propia música con una banda que me acompaña. Y cuando colaboraba con músicos de jazz me echaban de todos lados por el componente híbrido de mi proyecto. Antes de publicar Court and Spark nunca me habían pinchado en la radio, porque en el grupo no había un baterista. Cuando añadí la batería al proyecto, conseguí alguna emisión radiofónica, y de pronto, la obra tomó un aire demasiado jazzístico, y con Mingus me dijeron: «Si sacas este álbum te excomulgarán de todas las emisoras de radio». En esta sociedad de especialistas, me van a tratar de diletante. Como pintora, por mi trabajo de día y como cantante/compositora… Todavía hay gente que escribe sobre mí y me llama cantante, o todavía peor, cantante de folk».
Contra el mundo moderno y la generación del «yo»
La materia prima de sus canciones siempre ha estado marcada por su tiempo, su manera de ver las cosas y transformarla a través del filtro de sus obsesiones. En sus conversaciones con Malka Marom también explora estas preocupaciones. Ya en 1973 hablaba de su tiempo como una época de soledad. «Las cosas van cambiando a la velocidad de la luz. Las relaciones ya no son longevas. Alguna vez te encuentras con una pareja que ha convivido durante seis o siete años, o incluso hasta doce, pero lo más habitual es cambiar de pareja con mucha facilidad. La gente ya no se compromete con nada. Vivimos en una sociedad desechable. Los coches son desechables. Todo es sustituible».
Igualmente, en 2012, con 69 años, en lugar de excusarse hablando de los vicios que ve en la juventud, no tiene ningún problema en criticar la deriva de la sociedad contemporánea a través de su generación, aquella que vivió el despertar cultural de los 60, que marcó se olvidó de la veneración ancestral. «Ni una sola generación anterior se ha permitido ser tan egoísta como la nuestra», asegura. Una artista que reconoce sin tapujos la influencia de Nietzsche en sus canciones como forma para hablar del declive y la caída de Estados Unidos. «Estamos repitiendo la historia. Nos encontramos en el umbral del declive, igual que Roma antes de caer, y que Alemania. Nos adentramos más y más en la pornografía, en las cloacas de todo».
Por momentos, se siente como una artista maldita, que hubiese encajado mejor en otro momento histórico distinto, se imagina en el París de los años veinte aunque es consciente de que la nostalgia es algo intergeneracional. «No me visto bien en el escenario. Cuento historias que nadie quiere oír, la gente no se interesa por las mismas cosas que yo y existe una competitividad salvaje y muy fea. Pero cuando lees las cartas de Van Gogh, en su época pasaba lo mismo y, para él, la responsable era París. Les hubiera gustado formar parte de la generación de sus ídolos, la anterior a ellos, creen que se han perdido algo. Por eso más vale disfrutar de la época que te ha tocado».
Un legado influyente desde la discreción
Pintora, poeta, compositora, cantante, cronista de una generación, activista política, innovadora musical, renovadora de la armonía y los acordes o, como ella misma se define: artista del Renacimiento. Joni Mitchell puede ser muchas cosas pero si algo ha quedado claro tras más de 50 años de carrera es que la canadiense ha sido y sigue siendo una fuente de inspiración tan única como inabarcable.
Alabada por su valentía y capacidad de experimentación, aunque igualmente criticada por estas mismas razones, en su camino hacia la eternidad Mitchell optó casi siempre por un perfil bajo, tratando de influir desde la discreción y de permanecer a base de su calidad artística por encima del personaje. Reniega de los premios y presume de que el éxito comercial nunca fue una de sus preocupaciones, pues lo que realmente le importa es que su música quedará siempre.
«Nunca vendí mucho. Quizá Blue vendió varios millones a lo largo de los años. Con el tiempo, algunos de mis álbumes llegaron a ser de platino. No olvidemos que los discos de platino no te caen del cielo. No tuve muchos éxitos radiofónicos. «Circle Game» triunfó en los campamentos de verano. Muchas de mis canciones fueron incluidas en las listas. «Big Yellow Taxi» alcanzó el tercer puesto en Nueva Jersey. Niños de todas las razas y colores la cantaban en los colegios del estado de Nueva York en vez del «Old MacDonald» Estoy más orgullosa de esto que de poder haber sido la primera en las listas».
Consciente y orgullosa de haberse mantenido siempre fiel a sí misma, su filosofía personal del éxito tampoco tiene mucho que ver con lo que se esperaría de una artista capaz de haber trascendido e influido directamente como parte fundamental en la historia de la música. Y es precisamente por esta manera de entender el poder del arte más allá de los artistas, por la que Joni Mitchell se ha sabido mantener auténtica, mientras muchos de sus compañeros sucumbían.