Hay días que marcan tu vida. Casi nunca lo sabes de antemano. Me temo que a Carlos Mazón se le revolverá algo en el estómago cada martes. Y no olvidará el 29 de octubre de 2024. Sucedió una gran catástrofe. Y la prevención y la reacción fallaron. Las prioridades del presidente aquel día eran otras y no tuvo esta vez el olfato (ni nadie fue capaz de advertirle a tiempo) de lo que tenía encima y no veía.
Uno a veces tiende a ponerse en el lugar del que está acorralado y puede pensar qué hubiera hecho él. Cuando siento esa pulsión de empatía, me voy a la portada de este diario del día de autos. El titular a cinco columnas advierte de «la amenaza de fuertes lluvias» que obligaba a cerrar colegios y cortar carreteras. Once municipios y la Universitat de València, precisaba, suspendían las clases. Y Emergencias (entidad de la Generalitat) pedía activar los planes antirriada a los ayuntamientos. Con todos esos avisos, y con las alertas que la Aemet y la CHJ lanzan aquella mañana, la realidad es que el Cecopi no se convocó hasta las cinco de la tarde y nadie, ni Mazón ni ningún responsable de Emergencias, fue capaz de adoptar decisión alguna hasta las 20.12, cuando se lanza el mensaje masivo a los teléfonos. Para entonces, el barranco del Poyo ya se había desbordado. Eso es lo importante. Lo demás es marear con fines políticos.
Más allá de responsabilidades y bajezas políticas, el martes fatídico significa perder, que siempre es un verbo subjetivo. Pierden más los que han perdido a familiares. Y los más pobres, bastantes en el área metropolitana, con pisos de alquiler y coches viejos destruidos, por los que los seguros les van a dar poco más que miseria. Mazón (o yo mismo algún martes) puede pensar en todos ellos cuando se diga lo mal que le va todo.