Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, trató con profusión al presidente electo de EEUU, Donald Trump, durante su primer mandato y parece haber tomado la medida de sus principales rasgos de carácter. En las horas tempranas del 6 de noviembre, cuando el regreso del magnate neoyorkino a la Casa Blanca ya era un hecho consumado, se aprestó a enviarle un mensaje repleto de alabanzas y parabienes, consciente de la gran sensibilidad del próximo líder de la Casa Blanca al halago, y parafraseando incluso a Ronald Reagan, una de las figuras más reverenciadas del Partido Republicano. «Felicidades a Trump por su impresionante victoria!», fue el encabezamiento de un largo mensaje escrito por el líder ucraniano en la red social X, antes de recordar la «gran reunión de septiembre», el último encuentro que ambos mandatarios mantuvieron en Nueva York, en los que se habló de la necesidad de alcanzar la «paz mediante la fortaleza«, una expresión pronunciada por el mandatario norteamericano más venerado de los últimos tiempos durante la Guerra Fría del siglo XX en referencia a la URSS.
La intención de Zelenski, según los observadores, era clara: congraciarse con el mandatario norteamericano desde horas tempranas, a sabiendas de que a partir de enero, en cuanto jure el cargo, la suerte de su país, y por ende, el tipo de acuerdo al que pueda llegar dependerá enormemente de su buena voluntad. Y aunque la imprevisibilidad del magnate neoyorquino impide pergeñar por el momento los puntos de un posible acuerdo de cese de hostilidades, algunas realidades parecen ya identificarse.
J.D. Vance, quien será muy probablemente el más prorruso de los vicepresidentes que haya tenido EEUU jamás, declaró en septiembre pasado que los rusos mantendrán los territorios ocupados, separados del resto de Ucrania por una zona desmilitarizada similar a la que existe en Corea y establecida a lo largo de la línea de frente en el momento del armisticio. Ello explicaría, además, el afán actual del Ejército ruso de avanzar y ocupar territorio pese al elevadísimo número de bajas que, según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) y otras fuentes, está sufriendo. El lado ucraniano, según el vicepresidente electo norteamericano, estaría fuertemente fortificado para «impedir una nueva invasión rusa». Victoria Nuland, alta funcionaria estadounidense vinculada al Departamento de Estado durante la Administración de Joe Biden, vio muchas inconsistencias en esta proposición, en particular quién vigilaría la zona desmilitarizada, dado el escaso apetito de potencias extranjeras para desplegar tropas sobre el terreno. Según su valoración. ello permitiría a Putin «ganar tiempo» y recuperarse para iniciar un nuevo asalto, habida cuenta que el liderazgo y los propagandistas del régimen, por activa y por pasiva, han proclamado que el Estado ucraniano carece siquiera del derecho a existir.
Habida cuenta de la escasa credibilidad de Putin y, en particular, de su voluntad de respetar los pactos a los que pueda eventualmente llegar, la cuestión de las garantías de seguridad que reciba el Estado ucraniano mutilado territoralmente son vitales para poder ser viable y mantener, tras un eventual alto el fuego, sus relaciones económicas, políticas y comerciales con Occidente, al igual que sucede con Corea del Sur. El ingreso en la OTAN parece totalmente descartado, a juzgar por las declaraciones del propio Vance, quien defendió para Ucrania un estatus de «neutralidad«, sin «ingresar ni en la OTAN, ni en otras instituciones de seguridad aliadas». Las garantías de seguridad podrían venir de Europa, cuyos líderes, tras la victoria electoral de Trump, hablan ya de implementar la «autonomía estratégica» respecto a EEUU para evitar que cada cuatro años, el continente tenga que estar con el alma en vilo ante el incierto resultado de las presidenciales norteamericanas. Uno de los elementos que podrían disuadir al Kremlin de concentrar tropas junto a una eventual línea de demarcación o de hostigar a la población civil con bombardeos es el despliegue de armas de largo alcance y su autorización para que sean empleadas en territorio ruso.
La Administración de Joe Biden se ha opuesto al uso de los misiles balísticos MGM-140 ATACMS, con alcance de 300 kilómetros, en territorio de la Federación Rusa, mientras que el canciller de Alemania Olaf Scholz se ha negado a enviar a Ucrania misiles Taurus KEPD 350, con un radio de acción de 500 kilómetros. Esta negativa, sin embargo, podría llegar a modificarse en el caso de que accediera al poder un Gobierno presidido por la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Su líder, Friedrich Merz, ha criticado reiteradamente la actitud el respecto de Olaf Scholz, el jefe de Gobierno socialdemócrata.
En un escenario donde no existirían vencedores ni vencidos, no habría lugar para reparaciones económicas o juicios por crímenes de guerra cometidos durante la contienda, pese a los elevados destrozos en las infraestructuras y las ciudades del país eslavo y a los numerosos casos que se apilan en los dosieres de los fiscales de Ucrania, cuyos ciudadanos han sufrido el grueso de las violaciones y abusos a manos de las tropas rusas. Sobre la mesa, eso sí, existe la propuesta de que los fondos rusos congelados al inicio de la invasión, que ascienden a 300.000 millones de dólares, la mayoría de los cuales se encuentran en el Reino Unido o en territorio de la UE, sean dedicados a apoyar a Ucrania, ahora que la ayuda estadounidense «pronto se agotará», invito Bill Browder, presidente del fondo de inversiones Hermitage Capital, destacado crítico del Kremlin y artífice de la denominada ley Magnitsky, destinada a castigar a los funcionarios responsables de la muerte de su abogado, Serguéi Magnitsky, cuando investigaba un fraude fiscal a gran escala de 230 millones de dólares.
Suscríbete para seguir leyendo