No soy monárquico a pesar de mi apellido. Sin embargo, no puedo quitarme de la cabeza la espantosa imagen de los Reyes, Felipe VI, y su esposa, la reina Letizia, en medio de una riada de ira, furiosa, que los insultaba, zarandeaba y echaba barro a la cara, como la dolorosa instantánea de la reina, con el rostro desencajado, cubierto de barro y lágrimas.  Todo esto sucedía durante la visita de los reyes de España a Paiporta, en la que estuvieron acompañados por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y por el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, también agredidos, en el caso del presidente, y que se saldó con ataques a todos los integrantes del cortejo.

Los monarcas y el dirigente autonómico recibieron lanzamientos de objetos (huevos, piedras y barro) y fuertes insultos por parte de los presentes a su llegada a una de las zonas más afectadas por la DANA e, incluso, una piedra arrojada contra la reina impactó e hirió en la frente a uno de sus escoltas que se interpuso entre el proyectil SSMM. También el presidente del gobierno fue golpeado con una barra, y tuvo que ser escoltado fuera de al itinerario, mientras su coche era golpeado a su paso.

Comprendo el dolor, la indignación, la ira, pero no puede permitirse que eso convierta una visita institucional en un linchamiento. No voy a andarme con eufemismos ni edulcorar lo sucedido. El legítimo cabreo no puede legitimar la violencia manifiesta, que creo que debería denunciarse de oficio y poner a sus responsables a disposición judicial, identificándolos por las imágenes que existen. Justificar por el cabreo actos de violencia, es como cuando se consideraba la violencia machista con resultados de muerte “crímenes pasionales”.

Un estado de derecho, como repetía el Jefe del Estado, el rey Felipe VI, “una democracia”, no puede permitir que una visita institucional sea el pretexto para que una turba, por muy justamente enfadada que esté, se comporte como una jauría rabiosa, como si estuviéramos en el antiguo oeste y los conflictos se solucionaran linchando y ahorcando a los que la masa decida que son responsables de todos sus males, para lo que faltó muy poco.

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Todos los que integraban esa visita eran los máximos representantes institucionales, y debían haber sido recibidos con el enfado y las reclamaciones pertinentes, pero no como una masa animal y descontrolada, irracional, a la que faltó poco para comportarse como en los perores episodios de nuestra historia, casi como en los linchamientos crueles retratados por las pinturas negras de Goya.

No resto un ápice de razón a la desolación y la frustración de los que lo han perdido todo, de los que han estado a punto de morir, o de los que han perdido a seres queridos. Tampoco a la petición de responsabilidades, todas las que sean necesarias, y los ceses—en este país dimitir es un verbo que no se conjuga—que sean pertinentes a todos aquellos que no hayan cumplido y ejecutado todas las medidas preventivas necesarias para que la inevitable catástrofe natural producida por la DANA hubiera costado menos vidas y destrozos.

Pero no son maneras de tratar a quienes, mejor o peor, cumplen con sus responsabilidades institucionales y humanas, acudiendo al lugar de la desgracia. Luego, si no se está de acuerdo, que se acuda a los tribunales y, sobre todo, en vez de la apatía democrática que vivimos y el abstencionismo, que vayan a votar contra o favor de los que consideren, que es como en una Democracia madura se dirimen las cosas.

Es evidente que todo lo que ha sucedido tiene que ver con “el calentamiento global”, y no me refiero sólo a lo meteorológico, que también, por mucho que los negacionistas sigan en la suya, como el delincuente condenado por sus propios tribunales que volverá a ser presidente de los EEUU. Incendiar la opinión pública,  alentar la violencia contra dirigentes políticos y representantes institucionales, desacreditar a las Instituciones, es una catástrofe democrática que puede llevarnos a otras “DANAS” que destruyan todo nuestro sistema y civilización, retrotrayéndonos a tiempos oscuros de ajustes de cuentas, venganzas y linchamientos, que ya llevamos tiempo viviendo desde las tribunas públicas y a las redes sociales.

Estos son sus amargos frutos, y habrá que empezar a ponerse serios, porque la deriva puede llevarse todo lo que nos ha hecho progresar como sociedades. La Democracia no es perfecta, ni sus instituciones, y habrá que depurar responsabilidades, cambiar lo que sea necesario para mejorarlas, exigir garantías, pero la alternativa a la democracia es la barbarie y la ley del Talión con la que acabaremos todos ciegos y desdentados.

He empezado diciendo que no soy monárquico a pesar de mi apellido, pero sí soy un demócrata, por encima de mi propia ideología. La corona ha demostrado en estos lamentables sucesos ser útil y valiosa. La actitud de los Reyes, especialmente del jefe del estado, el rey Felipe VI, han mostrado un temple, una serenidad, un valor, y un servicio a nuestra democracia, a pie de tumulto, que lo consolida como pieza de cohesión institucional en un momento confuso y peligroso para los valores democráticos en el mundo, y en nuestro país. Todos mis respetos.

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