Entre el 11 y el 22 de noviembre, los gobiernos de todo el mundo se reunirán en Bakú, capital de Azerbaiyán, para discutir sobre qué se ha hecho hasta ahora y, sobre todo, qué más se necesita hacer para atajar el avance de la crisis climática en el planeta. Este encuentro, auspiciado bajo el paraguas de Naciones Unidas, será la vigesimonovena cumbre del clima que se celebra en el mundo para debatir sobre este tipo de cuestiones. Por eso mismo, llegados a este punto, la gran pregunta que se hacen muchos ante el inicio de estos eventos anuales es si de verdad es necesario seguir celebrando cumbres del clima y si realmente sirven para algo este tipo de encuentros.
«Los debates de las cumbres no son tan contundentes como nos gustaría ni avanzan tan rápido como necesitamos pero, aun así, son el único instrumento que tenemos para hacer frente a esta crisis«, argumenta Pedro Zorrilla, portavoz de Greenpeace, en respuesta a este dilema.
Estas son algunas claves para entender qué es una cumbre del clima y por qué, pese a todo, siguen siendo necesarias.
Las cumbres del clima son reuniones internacionales organizadas por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). En estos encuentros, también conocidos como Conferencia de las Partes (COP), reúnen a representantes de casi 200 países de todo el mundo que, en algunos casos, participan a título individual y en otros forman coaliciones con otros estados para crear bloques más sólidos de negociación. España, por ejemplo, participa en este tipo de cumbres como parte del bloque de la Unión Europea.
La elección de la sede de las cumbres del clima depende de un sistema rotatorio en el que cada año el evento se desplaza a una de los cinco grupos regionales de Naciones Unidas: África, Asia y Pacífico, Europa del Este, Europa occidental y otros, Estados latinoamericanos y caribeños. En 2021, el encuentro viajó hasta Glasgow (Reino Unido). En 2022, a Sharm el-Sheikh (Egipto). En 2023, a Dubái (Emiratos Árabes). Este año era el turno del bloque de Europa del Este. Varios países presentaron su candidatura, incluida Armenia, pero finalmente se escogió a Azerbaiyán como anfitrión del evento.
En estos encuentros se debate esencialmente sobre tres cuestiones: las medidas de mitigación del cambio climático, los planes de adaptación para evitar que los fenómenos climáticos causen más daños y la creación de herramientas para hacer frente a las pérdidas y daños que causa la crisis climática en países del sur global. Estas discusiones abarcan desde la creación de medidas multilaterales concretas (como el objetivo de triplicar el despliegue de renovables para 2030) hasta la captación de fondos para la causa.
Los acuerdos a los que se llega en las cumbres del clima deben ser aprobados por unanimidad por todas las partes. Esto requiere un gran esfuerzo de negociación que se alarga durante un año entero y se ultima durante las dos semanas de cumbre. Durante este proceso, cada país y cada bloque presiona para que se incluya su postura (y sus intereses) en el acuerdo final. Por eso mismo, hay debates que se focalizan en artículos concretos (como los que regulan los mercados de carbono) y hasta en palabras específicas (como, por ejemplo, el eterno debate sobre si el apartado que habla del futuro de los combustibles fósiles debe redactarse con verbos que implican obligación, recomendación o posibilidad).
Las opiniones al respecto son muy divergentes y, cómo no, llenas de matices. «Las cumbres del clima son el único lugar establecido en el que los gobiernos de todo el mundo se sientan a negociar sobre clima. Es cierto que este tipo de encuentros avanzan de forma lenta y están muy lejos de ser perfectos, pero son el único mecanismo intergubernamental de consenso que tenemos para atajar esta crisis que no entiende de fronteras y que requiere soluciones globales», explica Maria Serra, activista y embajadora del Pacto Climático europeo. «Para hacer frente a este problema necesitamos soluciones locales pero también medidas coordinadas y de carácter internacional», añade Serra.
«Las cumbres del clima son el único lugar establecido en el que los gobiernos de todo el mundo se sientan a negociar sobre clima»
Según explica Gisela Torrents, miembro del Observatori DESC, buscar la forma de salir de la crisis climática es una lucha compartida. «No nos sirven los esfuerzos climáticos de un país o espacio concreto, se necesita la coordinación internacional para la descarbonización de todas nuestras economías. Ningún país puede hacer su camino solo y esperar a que la crisis acabe en su territorio. Por tanto, la reducción de emisiones debe ser conjunta y pactada«, afirma la experta, , quien también reivindica el papel de las cumbres del clima como «espacio de reclamo de justicia histórica».
En esta misma línea, según añade Pedro Zorrilla, de Greenpeace, recuerda que las cumbres del clima también son un espacio en el que los activistas, las oenegés y, en general, la sociedad civil pueden «alzar la voz» y «contribuir al debate» sobre cómo construir una sociedad más justa y sostenible. «Las cumbres también son un espacio que utilizamos para poner sobre la mesa todas aquellas luchas que consideramos que deben converger. Como, por ejemplo, la cuestión climática con la protección de la biodiversidad. Cada vez está más claro que si una empeora, la otra también. Nuestro objetivo es reclamar respuestas coordinadas frente a ambas crisis», destaca Zorrilla.
Las cumbres del clima de la última década han logrado esquivar el peor de los escenarios de la crisis climática. Los análisis indican que las políticas climáticas que estaban sobre la mesa en el año 2010 exponían al mundo a un calentamiento de más de cuatro grados de media. En los últimos diez años, el refuerzo de los planes climáticos ha logrado recortar cerca de un 10% de las emisiones previstas en la década anterior y a reducir las previsiones de calentamiento global hasta un umbral de dos grados de media. Ahora, el gran objetivo de las siguientes cumbres es lograr medidas más contundentes para recortar a la mitad las emisiones antes de que acabe la década y llegar a cero para el horizonte 2050, tal y como reclama la comunidad científica.
Todo esto, por más lejano y abstracto que parezca, se acaba trasladando en nuestro día a día. Los pactos globales para recortar emisiones, por ejemplo, se trasladan a legislaciones europeas, nacionales y municipales y, finalmente, son el motivo por el cual se implementan zonas de bajas emisiones en las ciudades. O la razón que impulsa el desarrollo de normativas más estrictas para que las empresas reduzcan su huella de carbono.
Este año, todo apunta a que el gran tema de debate en la cumbre del clima de Bakú será la financiación climática. Concretamente, se espera que los países acuerden cómo, cuándo y a través de qué mecanismos se movilizarán los famosos 100.000 millones anuales prometidos para ayudar a las víctimas de la crisis climática en el sur global. En la cumbre de Sharm el-Sheikh se cerró el primer compromiso al respecto, en Dubái se formalizó y ahora en Bakú se espera que se acuerde la letra pequeña de cómo se llevará a cabo.