En coche, en autobús, es un trayecto que todo estambulí realiza decenas o cientos de veces al año: cruzar el puente del Bósforo y pasar, en pocos minutos —si es que el tráfico lo permite— de Asia a Europa o viceversa. Pero tan solo una vez al año, y por unas pocas horas, el puente cierra.
Es entonces cuando el trayecto, si las piernas lo permiten, se puede realizar a pie: es el maratón de Estambul, el único en todo el mundo que es intercontinental. Como todos los grandes maratones del mundo, los atletas con los mejores tiempos y registros son corredores internacionales, pero el maratón de la gran metrópolis turca se ha convertido en tan popular —precisamente porque permite andar desde Asia hacia Europa y contemplar las vistas desde encima del Bósforo— que los organizadores crearon una marcha popular que hace parte del trayecto.
En ella, no hay ni registros ni tiempos ni corredores expertos: tan solo habitantes de la ciudad a los que les apetece hacer algo que, en cualquier otro día del año, está prohibido. “La oportunidad de venir al puente a pasear el domingo de la carrera es increíble. Supongo que uno se olvida de ver las vistas y de lo bonita que es su propia ciudad cuando se acostumbra a ella”, explica Serdar, un estambulí de mediana edad que ha realizado la marcha popular tras el maratón.
“Por esto estamos muy contentos de haber venido. Como es un sitio desde el que nunca se puede pasear, parece como si estuviésemos descubriendo algo nuevo. Y eso hace que nos podamos fijar más en admirar todo como si no lo hubiésemos visto antes, como si no viviésemos aquí”, continúa el hombre.
Un paseo histórico
Tras el maratón, el paseo continúa, y a pesar de que la gran mayoría de participantes sale del recorrido una vez han cruzado el puente y llegado a la orilla europea del Bósforo, algunos valientes siguen.
El recorrido los llevará —como antes ha llevado a los corredores— hacia el palacio de Dolmabahçe, el último palacio de los sultanes y donde murió el fundador de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk; Eminönü y la entrada al Cuerno de Oro; la estación de trenes de Sirkeci, parada obligatoria para todos los que, hasta inicios del siglo pasado, realizaban el trayecto del Expreso de Oriente, que conectaba París con Bagdad; y el palacio de Topkapi.
Finalmente, el maratón termina en la actual plaza de Sultanahmet, donde se encontraba, hace más de 500 años, el hipódromo en la antigua Constantinopoli. Todo esto, sin embargo, Serdar y su familia ya lo conocen. La atracción principal es el inicio de todo el recorrido: cruzar el puente a pie.
Y allí, el ambiente es festivo a radiar. Grupos de amigos y asociaciones con pancartas se juntan para las fotos de rigor, antes de empezar a correr —o andar. Hay de todo: desde sindicatos de obreros y profesores hasta oenegés de lucha contra el cambio climático y de ayuda contra las enfermedades raras. Mucho más numerosos, grupos de fanáticos armados con banderas y camisetas de los tres grandes equipos de la ciudad, Feberbahçe, Galatasaray y Besiktas, porque en Turquía el fútbol lo es todo o casi todo.
La multitud es tal que es difícil andar; correr es casi imposible. “Con nuestro grupo de amigas nos lo hemos tomado como una tradición de otoño. Cada año nos levantamos temprano este domingo, cruzamos hacia Europa andando y nos sentamos a desayunar bien en un restaurante de Besiktas. Se ha convertido en nuestro encuentro anual”, dice Çagla, una joven turca rodeada de sus amigas.
“Lo único que es algo incómodo es que los bordes del puente están cerrados por policías, y uno no se puede acercar para tomar fotos de las vistas. Pero bueno, también lo entendemos”, dice una amiga.
El motivo por el que el puente está completamente sitiado por policías es el mismo por el que ningún peatón, durante todo el año, puede acceder al lugar: el puente del Bósforo, cuya base está a 60 metros por encima del agua, es uno de los lugares en Estambul donde históricamente han ocurrido más intentos de suicidio en la ciudad.
De hecho, en cada campaña electoral es común que un político —siempre gubernamental— mientras cruza el Bósforo con su convoy, pare a alguien que está supuestamente a punto de saltar. Estas historias abundan en la prensa turca; nadie se las cree. “Por suerte por aquí cerca no hay ningún político ahora mismo… ¡así que nadie tendrá la tentación!”, ríe Çagla, y se pone a andar: ya va siendo hora de cruzar a Europa y desayunar.
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