Ninguna promesa ha ocupado un espacio tan central en la campaña del nuevo presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, como sus planes para deportar a los más de 13 millones de migrantes indocumentados que viven en el país. El republicano los ha convertido en su chivo expiatorio de cabecera, repitiendo hasta la saciedad que EEUU se enfrenta a “la mayor invasión de su historia” y acusándoles de estar “destruyendo totalmente el país”. Poco importa que no sea verdad porque Trump se ha comprometido a poner en marcha la deportación masiva en cuanto vuelva a jurar el cargo el próximo 20 de enero. Pero como le sucedió en tantos ámbitos durante su primera presidencia, se enfrentará a un sinfín de obstáculos legales, políticos y logísticos para poder llevarla a cabo. Por no hablar del coste mayúsculo que podría suponer para la economía y el tejido social del país.

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