Sara Martos, de 10 años, lleva lo que ella califica de «pesadilla»: “Los hierros”, los llama. «Tengo amigas que llevan fundas, pero a mí me dijeron que debía llevar ‘brackets’. No me gustan nada, pero el dentista me dijo que en menos de dos años seguramente me los podrá quitar”. Contando los días para dejar de llevarlos, admite que “lo importante es que la dentadura quede bien”, aunque hace todo lo posible para que no se vean. De hecho, algún compañero suyo ha llegado a hacer broma sobre su boca, comparándola con las “vías de un tren”. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, siente que su ortodoncia es menos visible, menos risible. Y achaca a los ‘brackets’ de Lamine Yamal esta suerte de restauración. “Me encanta que presuma de ellos”, subraya Sara.
Es cierto que los «hierros» –martirio y vergüenza adolescente en los años 80 y 90– ya no tienen nada que ver con aquellos tratamientos exclusivos y torturadores que podían alargarse durante años. Décadas atrás, “pagar una ortodoncia casi equivalía a comprar un coche”, apunta Miguel Merino, responsable del Servicio de Ortodoncia del Hospital HM Nens. Sin embargo, la creación de nuevas técnicas y su proliferación en las consultas dentales ha democratizado su uso.
De hecho, el gran ‘boom’ del sector se está viviendo en el terreno de los alineadores invisibles –que cuestan entre un 50% y un 100% más respecto del ‘bracket’ tradicional– y en la ortodoncia lingual, que se coloca detrás de la dentadura. Aun así, en la adolescencia, a menudo se recomiendan los ‘brackets’ porque son más efectivos y sobre todo prácticos, más allá del factor precio, ya que son más accesibles. «El caso es que muchos niños se olvidan de ponerse las fundas invisibles, por lo que no avanzan o incluso retroceden en el tratamiento. Por este motivo muchos padres acaban desistiendo del método invisible y vuelven al más tradicional», señala el dentista. Al fin y al cabo, las fundas invisibles -Invisalign- solo sirven en el 30% de los casos.
«No los quieren llevar de ninguna manera»
“Ahí es cuando los niños se vuelven locos, no lo quieren llevar de ninguna de las maneras”, admite Merino. Todo aquel que haya llevado ‘brackets’ conoce de sobras sus efectos colaterales: llagas, repetidas visitas al dentista, problemas para masticar… Está claro que en este apocalipsis adolescente hay una parte que tiene que ver con las afecciones y otra con la estética, con la vergüenza. «Por lo general, niños y adolescentes se niegan rotundamente a llevar ‘brackets’ que se vean”, explica el odontólogo.
«Hace 10 años venían niños pidiendo que se los pusieran porque todo el mundo en su clase los llevaba, pero ahora hacen todo lo posible para que se vean lo mínimo: por ejemplo, ya casi nadie utiliza gomas de color”, añade. Y ahí es donde entra de lleno el factor Lamine Yamal, como fabuloso disolvente de la vergüenza adolescente. «Tiene tanta personalidad que es capaz de presumir de ‘brackets’ y de romper estigmas”, apunta el doctor. Seguramente los aparatos jamás tuvieron una campaña publicitaria tan fabulosa como el día que el joven jugador apareció con una ortodoncia tuneada con los colores del Barça en un escenario de audiencias millonarias: el partido entre Real Madrid y FC Barcelona.
Vergüenza y autocuidado
Para Marta Pontnou, asesora de imagen y analista estética, también está claro el impacto que tiene entre los más jóvenes que un referente como Lamine Yamal luzca los denostados aparatos como emblema personal y con la cabeza orgullosamente alta. «Abre un poco el camino, ya que muchos chavales deben de pensar que si una estrella del Barça los lleva, ellos también pueden hacerlo”. Las modas van y vuelven, hace poco todo el mundo pasaba de las gafas a las lentillas, y “ahora han vuelto las gafas de pasta como complemento”. De la misma manera, “los adolescentes y la moda necesitan referentes, y Lamine nos está dando una lección”, apunta la asesora, quien entiende que el gesto del futbolista sí contribuye a aligerar esa vergüenza íntima que comparten muchos adolescentes. Además, añade la experta, “en la escala del autocuidado, hasta ahora los dientes eran lo último, pero cada vez se está convirtiendo más en prioridad”, especialmente entre las personas adultas.
‘Grillz’ y cultura urbana
Más allá de eso, en la cultura urbana, la dentadura también se ha convertido desde hace tiempo en un escaparate de adorno y autoafirmación. Como símbolo de pedigrí callejero, las figuras del hip hop de los años 80 ya empezaron a utiliza los ‘grillz’, ese tipo de funda que se coloca sobre los dientes y que está confeccionada con metales preciosos como el oro y a menudo recubierta con diamantes. De hecho, celebridades como Rosalía, Kim Kardashian o Madonna los han lucido en algún momento.
Pontnou, sin embargo, distingue entre los ‘brackets’, incluso los tuneados al estilo Lamine, y estas joyas que, más allá de la cultura afro y latina, suponen «la misma apropiación cultural que operarse los labios para tenerlos como una persona negra, o hacerse las típicas trenzas que se hacen ellas para controlar su tipo de pelo”, asegura la experta. “Alguien les debería decir que no pueden disfrazarse una tarde de persona negra -añade-. Además, los dientes se tienen que cuidar».