No sé con absoluta certeza dónde estaba el presidente Mazón el martes 29 de octubre mientras la mayor tromba de la que hay registros caía sobre la provincia de Valencia. Tampoco sé con quién estaba. Dicen que con una conocida periodista en un afamado restaurante y, aun así, el cronograma sigue sin cuadrar. Pero no me importa. Comprendo la indignación de los ciudadanos ante un Gobierno que ni les avisó antes, ni supo socorrerles después. Que incluso hoy, cuando embocamos el segundo fin de semana desde la tragedia, es incapaz hasta de regular el tráfico. Entiendo el interés periodístico y político de esa respuesta que el presidente Mazón se ha resistido a dar. Pero sé que se conocerá hasta el último detalle de lo que ocurrió, porque los periodistas no dejarán de preguntarlo, los grupos parlamentarios de interpelarlo y los jueces y fiscales de indagarlo. Porque hoy en día hay registros de todo: de si un teléfono está apagado o activo, de si un escolta (Mazón tiene dos) está acá o allá. Así que no tengo prisa. Porque aunque no sé a ciencia cierta dónde estaba el presidente Mazón el 29 de octubre, sí sé dónde no estaba. No estaba en su puesto, pese a las múltiples alertas que avisaban de que los nubarrones venían cargados. Y sé que llegó tarde, casi dos horas y media tarde, a la reunión de Emergencias. Eso no se ha rebatido y lo demás es circunstancial. Lo relevante es la ausencia.
Ocurre lo mismo con el Consell entero. El secretario autonómico de Emergencias, Emilio Argüeso, desveló en un descuido que no se había incorporado a su trabajo hasta un día después de la Dana. No ha sido destituido. La consellera de Justicia, Salomé Pradas, máxima responsable del operativo que debía haberse desplegado, confesó en la televisión autonómica que ni siquiera sabía que se podían enviar mensajes a los móviles. Sigue en el cargo. La consellera de Turismo, Industria y un montón de cosas más, Nuria Montes, ordenó a los familiares de las víctimas que se quedaran en su casa, luego pidió perdón y más tarde se enzarzó en una polémica con una funcionaria de su propio departamento que perdió a su hija y a su marido en la riada. Ni ha renunciado ni la han despedido. Comprendo, de nuevo, la rabia que sienten los ciudadanos contemplando la parálisis institucional tras su desgracia. Entiendo por supuesto que periodistas y políticos pongan a funcionar un reloj (tic, tac, tic, tac) en todos los casos. Pero otra vez me da igual. Porque sé que ninguno de los señalados, y muchos más con ellos, van a tener ya un recorrido relevante en la vida pública. Lo que de verdad me preocupa es que la pantanada se ha llevado por delante todo un Gobierno autonómico. Que no se sabe nada de la vicepresidenta encargada de Asuntos Sociales, ni del conseller responsable de Sanidad, ni del de Educación, ni de ningún otro. Sus agendas públicas están en blanco desde el día 29, pueden comprobarlo en las webs oficiales. Sobre Valencia no sólo se ha abatido la lluvia. Se ha precipitado la nada.
Mazón es la viva imagen de la soledad. Nadie en su partido, ni siquiera Ayuso, que fue capaz hasta de hacer declaraciones en favor de Eduardo Zaplana el día en que se conoció su sentencia, quiere dar la cara por él. Y el relato que construyó sobre sí mismo y que le llevó a la presidencia, basado en la eficacia y el impulso frente a la morosidad que el mestizaje y la guerra fría entre el PSPV y Compromís imprimieron a la segunda legislatura del Botànic, también ha quedado arrasado por la torrentera. Hacerse una idea del cataclismo personal, social y político que ha sufrido Mazón es sencillo: hace menos de un mes los periodistas especulábamos con si en unas próximas elecciones obtendría mayoría absoluta o se quedaría al borde. Ahora lo que preguntamos es si tiene todavía alguna posibilidad de repetir como candidato. Hace menos de un mes, Mazón no podía pasear sin que le agobiaran a selfies. Ahora quienes le quieren bien le aconsejan que no se deje ver. Hace menos de un mes, Mazón era un político soberbio, que impartía lecciones sobre cómo triunfar. Ahora es un dirigente empequeñecido, cuya última contratación, en medio de la que está cayendo, no ha sido ningún experto en logística, sino un asesor especializado en campañas de desinformación. Para Mazón, tan aficionado a la calle, el Palau era una cárcel. Y ahora es un refugio. Sic transit gloria mundi.
Pero Mazón no va a dimitir, salvo que entre las múltiples querellas que se esperan alguna tenga sustancia jurídica suficiente. Tampoco va a adelantar elecciones. La aritmética de las Cortes Valencianas, donde el PP únicamente suma mayoría absoluta cuando cuenta con el apoyo de la ultraderecha pero por sí solo tiene menos diputados que PSPV y Compromís, hacen inviable ni una cuestión de confianza (que Mazón jamás presentará, porque Vox no se la otorgaría) ni una moción de censura (que la izquierda está obligada a formular más adelante, aun a sabiendas de que fracasará). Y eso es lo verdaderamente alarmante de esta situación. Que en el peor momento de su historia reciente, la Comunidad Valenciana está bloqueada.
Sé que lo que voy a escribir a continuación resultará duro de leer. Pero, tras enterrar a los muertos, los vivos van a tener que seguir. Y esta catástrofe va a impactar de forma muy grave sobre el PIB de Valencia. Como me señalaba con acierto el jefe de Economía de Levante-EMV, Jordi Cuenca, la propia reconstrucción generará economía. Pero aun con todo, recuperarse de un golpe así va a ser muy difícil. Una parte de las ayudas que lleguen habrá de devolverse. Y otra irá contra inversiones que tenían la mira puesta en el mañana y que ya no se harán con ese objetivo, porque tendrán que destinarse a la restauración del presente. La Comunidad Valenciana va a experimentar un retroceso. Lo único por determinar es si será de años o de décadas. En un mundo enormemente competitivo, vamos a perder competitividad. Nunca ha sido más cierta la frase de que el futuro ya no es lo que era.
Se necesitaría, pues, un gobierno fuerte y estable, capaz de trazar planes a medio y largo plazo. Pero lo que tenemos aquí es uno amortizado en València y otro peleando a diario por su supervivencia en Madrid. Una paradoja continua, consecuencia de que ni Mazón pidiera el estado de emergencia ni Sánchez lo declarara. Así que ahora Mazón ataca a Sánchez a ver si desvía el tiro y Sánchez sacude con saña a Mazón filtración a filtración. Pero en realidad, lo escribí aquí mismo antes de que estallara la DANA, ambos se entienden. A Mazón ha corrido a dejarlo solo el PP. Pero se ha apresurado a arroparlo el PSOE. ¿O es que la ministra Morant no ha anunciado, sin haberlo consultado ni con su ejecutiva ni con su grupo parlamentario, que los socialistas votarán el presupuesto de la Generalitat que les presente Mazón sin condición alguna?
Puestos a regalar cheques en blanco, la salida política a esta crisis sería que Mazón anunciara que remodela su gobierno, se mantiene en el cargo, porque renunciar e ir a una nueva sesión de investidura sería un desastre en términos operativos, y no optará a la reelección como candidato. Y que el PSOE se incorporara a un gobierno de transición, concentración o llámenlo equis. Pero eso no va a pasar, de ninguna manera. Mazón es el trampantojo que tiene Sánchez para defenderse de las acometidas de Feijóo en esta crisis tanto como Sánchez es el protector que tiene Mazón para que su propio partido no lo liquide. Así que ninguno tiene prisa. El problema es que el hundimiento de Mazón no va a sacar a flote a Sánchez. Y que ninguno de los dos ha sabido leer lo que el domingo pasado ocurrió en Paiporta, que no es, ni más ni menos, que lo que hay escrito en decenas de lápidas repartidas por toda la Comunidad Valenciana: “Hasta aquí llegó la riada”. Pues eso.