No sé con absoluta certeza dónde estaba el presidente Mazón el martes 29 de octubre mientras la mayor tromba de la que hay registros caía sobre la provincia de Valencia. Tampoco sé con quién estaba. Dicen que con una conocida periodista en un afamado restaurante y, aun así, el cronograma sigue sin cuadrar. Pero no me importa. Comprendo la indignación de los ciudadanos ante un Gobierno que ni les avisó antes, ni supo socorrerles después. Que incluso hoy, cuando embocamos el segundo fin de semana desde la tragedia, es incapaz hasta de regular el tráfico. Entiendo el interés periodístico y político de esa respuesta que el presidente Mazón se ha resistido a dar. Pero sé que se conocerá hasta el último detalle de lo que ocurrió, porque los periodistas no dejarán de preguntarlo, los grupos parlamentarios de interpelarlo y los jueces y fiscales de indagarlo. Porque hoy en día hay registros de todo: de si un teléfono está apagado o activo, de si un escolta (Mazón tiene dos) está acá o allá. Así que no tengo prisa. Porque aunque no sé a ciencia cierta dónde estaba el presidente Mazón el 29 de octubre, sí sé dónde no estaba. No estaba en su puesto, pese a las múltiples alertas que avisaban de que los nubarrones venían cargados. Y sé que llegó tarde, casi dos horas y media tarde, a la reunión de Emergencias. Eso no se ha rebatido y lo demás es circunstancial. Lo relevante es la ausencia.

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