En la Costa Oeste de EEUU y en el archipiélago de las Hawaii llaman la atención los altavoces cercanos a la orilla susceptibles de lanzar alarmas en caso de amenaza de tsunami. En ese país, a medida que un huracán se acerca a la costa, se extreman todos los avisos para que la población huya o se resguarde dependiendo de la intensidad con la que se prevé que choque contra la tierra. En Europa, las agencias de meteorología deberían servir para poder anticipar casos severos de tormentas o sequías. En nuestras aplicaciones móviles son muchos los ciudadanos que tenemos instalada la alarma de lluvia para saber si, por la mañana, tenemos que coger paraguas y/o chubasquero.
Prevenir es la mejor manera de impedir que un desastre climático pueda afectar a la población. Aunque, desgraciadamente, no todos los países están igualmente preparados y concienciados. Un tifón o ciclón en el sureste asiático, por ejemplo Bangladesh o India, tiene unos efectos mucho más trágicos que un huracán en Estados Unidos. Igualmente ocurre con los terremotos, donde países altamente sísmicos como Japón están mucho mejor preparados que otros como Turquía. Ni las infraestructuras, ni las comunicaciones, ni la concienciación de la sociedad ni el papel del Estado es el mismo. Un desastre natural en un país del primer mundo, por muy devastador que sea, tiene unos efectos muy distintos en número de víctimas que en un país en vías de desarrollo. Para no repetir la información sobre los principales desastres naturales debidos al clima ocurridos desde 1970, basta con ver el barómetro que publicamos esta semana. En 50 años, según World Meteorological Organisation, el coste de todos ellos ha sumado 4,3 billones de dólares.
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Nuevos protocolos
A medida que pasan los días estamos más informados de la tragedia de Valencia y de los efectos de la mala gestión desarrollada por las administraciones públicas. La sociedad, valenciana y del resto de España, tendrá suficiente criterio para poder determinar quién no asumió las responsabilidades que debía. Lo ocurrido debe servir para establecer nuevos protocolos. Antes, informando y alertando con todos los instrumentos posibles a los ciudadanos, y después.
El Estado, cuyo principal representante en la Comunitat Valenciana es su presidente, debía haber actuado con más precipitación. ¿Si la Comunitat hubiera estado presidida por Ximo Puig -PSPV/PSOE- y no por Carlos Mazón -PP- hubiera ocurrido lo mismo? Y si el gobierno de una comunidad no está a la altura, lo que no puede hacer el Gobierno central es quedarse a la espera y lavarse las manos. La urgencia obligaba a tomar decisiones inmediatas y a establecer una estructura operativa desde el minuto cero. Faltó orden y concierto, alguien que asumiera el mando en medio del caos y el desorden de gente de buena voluntad que iba a ayudar y acabó entorpeciendo las labores de rescate y limpieza. Era obligatorio pedir la máxima ayuda posible, tanto a otras comunidades como al resto de Europa. A nadie se le deben caer los anillos por eso.
El lucro cesante de la tragedia es imposible de determinar y los 10.600 millones en ayudas son un primer indicador
Al duelo por las víctimas le sigue la planificación económica del día después. ‘activos’ ha querido apostar por esta reconstrucción económica que debe empezar a diseñarse ya. La cifra de los costes anunciados hasta la fecha han sido realizados con «brocha gorda», aunque nadie discute que superarán miles de millones de euros. El lucro cesante es imposible de determinar. Los 10.600 millones en ayudas anunciadas por Moncloa son un primer indicador. Al igual que lo es los 20.000 millones en créditos que hay distribuidos en la zona según el Banco de España. Apoyar a las empresas y no dejar de lado a los empleados y a todas las personas afectadas es una obligación. Para eso está el Estado y la solidaridad auténtica.
Habrá que restaurar poblaciones e infraestructuras. Habrá que replantearse urbanismos e inversiones. Si las riadas de 1957 sirvieron para desviar el río Túria, la tragedia actual debe servir para actuar en aquellos lugares susceptibles de verse afectados por fenómenos meteorológicos que se irán incrementando estos años.
¿Y los ciudadanos? Deberemos estar más alerta frente a los avisos que las agencias meteorológicas vayan realizando. Esta semana, habiéndose anunciado hasta la infinidad que caería un tremendo aguacero en Barcelona, aún había coches circulando en carreteras anegadas como si aquello fuera una broma. No ocurrió ninguna desgracia más de milagro. Mirar el cielo y las aplicaciones sobre el clima y esperar una mejor gestión estatal. No es tan difícil.