En la prehistoria, existían aves con unas dimensiones impresionantes y que superan todo lo que actualmente podamos imaginar. En la actualidad, la especie voladora más grande del planeta es el albatros viajero (Diomedea exulans), cuyos ejemplares alcanzan los 3,5 metros de envergadura. No queda muy lejos el cóndor de los Andes (Vultur gryphus), con 3,3 metros de media. Y, sin embargo, estas aves parecerían sumamente pequeñas comparadas con el gigantesco buitre que vivió hace entre ocho y seis millones de años en la actual pampa argentina y la Patagonia.
Argentavis magnificens es el nombre de esta rapaz que podía alcanzar nada menos que siete metros de envergadura y hasta cerca de dos metros de altura puesta en pie. De hecho, se considera que esta especie podría ser la mayor ave voladora que nunca ha existido, en estrecha competencia con el Pelagornis sandersi, que tenía una envergadura parecida, aunque se trataba de un ave marina parecida al albatros.
El argentavis tenía 3,5 metros de longitud, de pico a cola, y su peso rondaba los 70 kilos, todo un monstruo volador cuyo aspecto semejaba una mezcla entre un águila y un buitre de volar pausado, y de hecho, era un experto en planeo.
El animal pertenecía a la familia de los teratornítidos o ‘aves monstruosas’, por su gran tamaño. Se alimentaba tanto cazando presas con sus poderosas garras y pico, como devorando carroña.
En 1979, dos paleontólogos argentinos, Rosendo Pascual y Eduardo Tonni, localizaron en la Pampa restos de huesos de gran tamaño que, a primera vista, parecían corresponder a un ave, pero sus dimensiones les hicieron dudar de ello. Posteriormente, otros científicos confirmaron que se trataba de una las mayores aves voladoras que nunca han existido.
Desafiando las leyes de la aerodinámica
El tamaño del ave puso patas arriba todo lo que se conocía sobre el vuelo y la aerodinámica, puesto que esta especie argentina supera los límites que hasta entonces se suponía que existían para el vuelo de las aves.
Sin embargo, dada su increíble envergadura y tamaño corporal, estas aves no podían despegar de forma instantánea desde el suelo, como ocurre con casi todas, sino que debía saltar desde una pendiente o un risco para aprovechar el régimen de vientos. Y también está claro que su aterrizaje no podía producirse en cualquier lugar ni sobre una rama cualquiera.
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