No hay español que sienta el amor a España y a sus gentes, que al dolor y la pena por tanta tragedia de destrucción y muerte a raíz de las recientes inundaciones, no se sume la tristeza y la indignación por las sorprendentes escenas que contemplamos el domingo pasado durante la visita de los Reyes y los presidentes del Gobierno y Generalitat de Valencia a Paiporta,uno de los pueblos más castigados.
No es fácil asumir la cadena de errores que se han producido en las dos Administraciones involucradas: la autonómica y la del Estado. Haber afrontado dos incendios e inundaciones graves en la provincia de Málaga como responsable político del Gobierno, me ayudan a tener una visión más profesional y más cercana de la dimensión destructora de los enseres y vidas de tantas familias que hoy lloran su inconsolable desgracia. A la torpeza, desorientación y poca maestría política del presidente Mazón para gestionar las graves consecuencias del letal tsunami que hasta el momento ha provocado un número” indeterminado” de fallecidos y desaparecidos, se ha unido la permanente actitud provocadora y chulesca de un presidente del gobierno que en un lenguaje despectivo y falto de humanidad: “si necesita más ayuda, que la pida”, demuestra que los españoles, vivos o muertos, solo somos peones de su endiablado y deleznable juego para mantenerse en el poder.
Tenemos una legislación más que suficiente para afrontar estas catástrofes, instituciones nacionales, autonómicas y locales, que “debidamente coordinadas” desde sus respectivas competencias y con los cuerpos profesionales de que disponen, pueden y deben atender todas las necesidades que exigen una actuación inmediata y urgente de todos los recursos del Estado. Lo que no tenemos desgraciadamente son unos dirigentes políticos a la altura de lo que los españoles nos merecemos. La guerra personal y política abierta entre ellos desde la pandemia del COVID, hace ya cuatro años, es la que ha originado este lamentable y vergonzoso caos en la gestión de una crisis climática como la que padecemos hoy en España, con fatales consecuencias.
Pero hay que saber distinguir también entre clase política y dirigentes que cometen errores, derruyen las instituciones e incluso delinquen. Demonizar la clase política y abominar de ella es un riesgo grave para el sostenimiento de la democracia. Más vale someter a un tercer grado a los partidos políticos, las listas de candidatos o al propio sistema electoral y no olvidarse de que hay también políticos como los alcaldes y concejales de tantos pueblos abatidos por estas inundaciones, que sufren con sus vecinos y se arremangan para luchar contra sus adversidades. A ellos y a los miles de voluntarios que como buenos samaritanos se han acercado a aliviar tanta necesidad y pena, los españoles les debemos un reconocimiento y agradecimiento infinito.
Todo lo que hemos contemplado en la televisión estos días sobre las dantescas escenas de las calles y pueblos valencianos y manchegos y los llantos de impotencia y desesperación de sus gentes ante la pérdida de sus familiares, muertos o desaparecidos, de sus viviendas y enseres, han desembocado en una furia incontenida contra quienes según sus propias palabras, los han “abandonado” en su terrible desgracia. No es justo esconder esa indignación colectiva, con quienes actúan con una violencia siempre rechazable y que solo sirve para manipular “políticamente” el sentido de la lógica manifestación de la ciudadanía ante las autoridades que los han decepcionado.
Solo los reyes han acudido y permanecido, con riesgo de sus vidas, para abrazar y consolar a tantos hombres y mujeres que entre lágrimas y desgarrados gritos, les exigían y reclamaban lo que sus principales dirigentes políticos no hacían: poner todos los medios materiales y humanos del Estado para buscar a los desaparecidos, limpiar sus calles de todos los materiales y vehículos acumulados y proporcionar lo básico para subsistir a tantos ciudadanos afectados como son alimentos, medicinas etc. SM el Rey les escuchaba a duras penas entre recriminaciones y lágrimas. Era la única autoridad del Estado que, desde su valentía y humanidad, representaba a los millones de españoles que respaldamos su visita a esa tierra tan dolorida. España sabe que la Corona nunca abandona a los españoles, al mismo tiempo que es la garantía de la digna representación que nuestra Nación se merece en el mundo. Gracias Señor.