El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que acaba de ganar las elecciones presidenciales de Estados Unidos, siempre ha mantenido una peculiar relación con el mundo del deporte. Su incursión más sonada en el terreno deportivo ocurrió a finales de los años ochenta, cuando se lanzó a organizar una carrera ciclista con la intención de convertirla en la mejor prueba del mundo por etapas, por encima del Tour de Francia.
La idea nació del periodista de la NBC John Tesh, que había cubierto el Tour de Francia en 1986, en la primera victoria de un estadounidense (Greg Lemond) en la gran ronda gala.
Tesh presentó el proyecto de organizar una gran carrera en EEUU al empresario de baloncesto Billy Packer, que movió la idea entre sus contactos del empresariado de Nueva York. Donald Trump se ofreció a convertirse en el socio mayoritario: el empresario ya tenía un rascacielos, un casino y un centro comercial a su nombre. Tener una carrera ciclista a su nombre parecía un buen plan.
Un nombre controvertido
El asunto del nombre, por cierto, genera una cierta confusión. «Sobre ello existen dos versiones contrapuestas», escribe el periodista Marcos Pereda en su libro ‘Bucle’ (Libros de Ruta, 2020), «la primera nos dice que fue Packer quien sugirió a Trump que la prueba llevase su apellido porque eso les daría más publicidad. Y que el magnate se escandalizó. ‘¿Ponerle mi nombre? Estás loco, los periódicos se me echarían encima tachándome de narcisista’. Ante la insistencia de su socio, Trump acaba cediendo».
«La segunda versión es, seguramente, la preferida de muchos. Y es que cuando a Donald le preguntan cómo se conocerá la prueba, él responde, muy serio. ‘¿Tour de Jersey? ¿Queremos que acabe siendo la mejor carrera del mundo? ¿Sí? Entonces no puede llamarse de otra forma que Trump».
«Trump se compra una carrera»
Fiel a su estilo grandilocuente, Trump proclamó que el maillot amarillo de su carrera no tardaría en ser más importante que el del Tour de Francia. No reparó en gastos. «Si la gente a la que le gusta el ciclismo se compra una bicicleta, Trump se compra una carrera», explicaban los periodistas con admiración.
En mayo de 1989 se dieron a conocer los detalles de la carrera: diez etapas, con 1.400 kilómetros de recorrido por la costa este (en Estados Unidos, las pocas carreras ciclistas que existían solían disputarse en el oeste). Se correría entre mayo y junio, antes del Tour y coincidiendo con la Vuelta a España, que por aquel entonces se disputaba en primavera.
Contó con 19 equipos, ocho de ellos de primera categoría, entre ellos el Lotto, el PDM o el Panasonic. Otros, más modestos, como el Saunas Diana, equipo amateur patrocinado por la mayor cadena de burdeles de Holanda.
Muchas estrellas de la época, como Greg LeMond o Andrew Hampsten, prefirieron correr el Tour de Trump que la Vuelta a España. La primera edición la ganó un noruego, Dag-Otto Lauritzen. Los premios eran suculentos y los ciclistas dormían en hoteles de cinco estrellas.
El detalle del manillar de Lemond
Fue en esa edición del Tour de Trump de 1989 cuando Greg Lemond tomó nota de un detalle que meses después sería decisivo en el Tour de Francia: en una contrarreloj, fue doblado por otro ciclista, David Phinney, que llevaba un manillar de triatleta. Lemond se fijó en el detalle y utilizó un manillar similar en la crono final del Tour de Francia de 1989. Ganó el Tour por tan solo ocho segundos ante un desolado Fignon.
La primera edición del Tour de Trump dejó otra anécdota: concluida la carrera, Trump supo de la existencia de una carrera llamada Tour de Rump, que se celebraba cada año en Aspen. Era una prueba humilde, prácticamente una reunión de amigos dispuestos a disfrutar de la bici, pero Trump les escribió para exigirles que cambiasen su nombre, demasiado parecido al de su nueva carrera. Los organizadores de Rump le respondieron que ni hablar. El Tour de Rump se sigue celebrando: en 2019 cumplió 31 años.
El cheque de Alcalá
La segunda edición del Tour de Trump se celebró en 1990. La ganó un mexicano, Raúl Alcalá. «Fui de los mejor pagados de la época con un premio de casi 15.000 dólares, además de un coche y una moto», recordaba el corredor. «Trump daba todos los premios que podía, intentó que aquello fuera mejor que el Tour de Francia».