Silencio estruendoso en el Partido Demócrata. Kamala Harris no va a hablar. Se esfuman las opciones de que sea capaz de obtener a los 270 votos electorales que necesitaba para ser la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Donald Trump lidera el recuento de los siete estados bisagra, salvo Michigan. El conteo de votos sigue en marcha y todo puede pasar, pero la tendencia es clarísima: salvo sorpresa, Trump cabalga hacia la Casa Blanca de nuevo y los republicanos recuperan la mayoría en el Senado y la conservan la Cámara de Representantes.
Él lo ha hecho mejor de lo esperado en las zonas rurales y pequeñas ciudades, y entre los latinos. Ella ha obtenido menos votos que Joe Biden en las grandes ciudades del histórico “muro azul”, Pensilvania, Michigan y Wisconsin, que son ahora su última posiblidad Si gana las tres, Harris todavía puede ser presidenta. Pero no parece que haya conseguido movilizar lo suficiente a las mujeres, su principal baza electoral contra un expresidente que se jacta de haber configurado el Tribunal Supremo que eliminó el derecho al aborto. Tampoco ha seducido a los latinos, grupo heterogéneo que los demócratas han ido perdiendo poco a poco en favor de la propuesta conservadora del candidato del Gran Viejo Partido (GOP).
Las encuestas han vuelto a infravalorar a Trump, aunque el margen de error del empate técnico que pronosticaban es compatible con los ajustados resultados en los condados. Han sido todo buenas noticias las que han ido llegando durante la noche a la mansión de Mar-a-Lago (Palm Beach, Florida). Allí Trump ha seguido el recuento con su familia y su nuevo amigo Elon Musk, el hombre más rico del mundo y que va a formar parte de un eventual nuevo Gobierno republicano. Buenas noticias también para todos aquellos estadounidenses que creen que el republicano puede reducir la inflación y la inmigración ilegal y devolver empleos industriales a Estados Unidos a base de imponer aranceles a las importaciones y bajar los impuestos. «Trump lo arreglará» era el lema de campaña, y les ha convencido.
Malas noticias para Ucrania, Gaza o Líbano
Son noticias excelentes también para el Gobierno israelí de Benjamín Netanyahu y para el presidente ruso Vladímir Putin, que tendrán previsiblememente menos obstáculos en sus guerras contra Gaza y Líbano, y Ucrania, respectivamente. Noticias terribles, por el otro lado, para los gazatíes, libaneses o ucranianos. Harris había prometido terminar la guerra de Oriente Próximo, una vez acabado el tiempo muerto del período electoral, y la “autodeterminación” del pueblo palestino. Ahora hay que reconstruir Gaza (decenas de miles de millones) y eso no estará en las prioridades de una administración Trump: America First, renuencia a gastar dinero fuera de casa. Lo mismo ocurre para los ucranianos. Volodímir Zelenski puede tener problemas para conseguir fondos y armas de un Congreso republicano, y verse presionado por Trump a firmar un alto el fuego con renuncia de un quinto de su territorio en manos rusas. Incluso para España es negativo. Fue Donald Trump quien impuso los aranceles a las aceitunas negras y el aceite de oliva.
Malas noticias por lo general también en Bruselas. Los grandes países de la UE temen que, si Trump finalmente gana, haga honor a sus palabras e imponga aranceles de un 10% o un 20% a los productos globales. Advierten de que responderán con dureza. ¿Guerra comercial? Para China es peor, porque ha amenazado con tasas de importación de hasta el 60%. Quizá no lo lleva a cabo finalmente, porque eso disparará los precios.
Celebrará el húngaro Viktor Orbán, próximo a Putin y a Trump, y en general todos los partidos de ultraderecha y anti-inmigración de la Unión, casi uno de cada cuatro eurodiputados. Tienen al más poderoso de los suyos a los mandos de la primera potencia. El relato global se reconfigurará a su favor en estos cuatro años si finalmente es el designado. Trump ha prometido la mayor deportación de inmigrantes de la historia. Expulsar del país a millones de personas, algo que muchos no consideran viable.
Una campaña demócrata insulsa
Y, por supuesto, son las peores noticias para el Partido Demócrata. Cerca de las siete de la mañana hora española, una de la madrugada en Washington DC, los responsables de la campaña de Harris han pedido a los presentes en el cuartel general demócrata, en la Universidad de Howard, que se fueran a casa. La fiesta se había acabado. La candidata no va a hablar, quizá lo haga cuando llegue el día. Tampoco lo hizo Hillary Cinton en 2016.
Si pierde, Kamala Harris huele a cadáver político. Fue candidata por accidente, sin primarias competitivas y con bajo apoyo previo en el partido. Así que no habrá reconocimiento de derrota esta noche, porque todavía tiene opciones. Un 10%, según el estimador de probabilidades del diario The New York Times. De momento, las grandes televisiones, por un lado, y la agencia Associated Press, por otro, no han dado ganador. Cuatro de los estados clave están de momento “too close to call”, demasiado ajustados para hacer una proyección de ganador con certidumbre. Pero el republicano va en cabeza.
Hubo un momento en la campaña demócrata en el que se desató la euforia. Cuando Joe Biden renunció por su incapacidad para debatir y la joven Kamala Harris fue aupada en olor de multitudes en el Congreso demócrata de agosto. Pero desde entonces, los demócratas han jugado a la defensiva. Harris no ha dado prácticamente entrevistas y las que ha dado no han sido muy buenas. Sus mensajes estaban enlatados y trataban de evitar cualquier tema espinoso, especialmente los de política exterior o inmigración.
Trump ha sido Trump. Protagonizó un debate malo frente a Harris. Se le ha visto intentar mostrarse algo más moderado en algunas ocasiones, pero con desbarres habituales, ataques delirantes contra la inmigración (comen gatos, son como Hannibal Lecter) o las mujeres (las protegeré aunque no quieran). Pero el mero hecho de que no haya comparecido antes de que la noche estuviera clara hace pensar a los más optimistas que puede ser un Trump menos agresivo.
¿La venganza de Trump?
Otros creen que llegará con sed de venganza. Él lo ha dicho: está legitimado para acabar con aquellos que le han perseguido judicialmente. Recordemos que aún tiene causas abiertas que podrían llevarle a la cárcel, y que ha sido declarado culpable ya de 34 delitos federales y espera sentencia. Con el poder de su lado, quizá todos esos juicios se diluyan. Tampoco es descartable que se ordene su ingreso en prisión. Sería un hecho inédito en Estados Unidos y un golpe para Occidente en un mundo que se tambalea.
La fórmula de Trump ha vuelto a ganar, a la vista de los recuentos aún parciales. Nativismo blanco, anti-inmigración, antiglobalización, proteccionismo y aislacionismo. En frente, han tenido a unos demócratas desgastados por el alza de los precios, a pesar de que la han terminado controlando y que el desempleo está en mínimos; por el desorden global, con las guerras de Ucrania y la de Gaza, esta especialmente, que les ha robado mucho voto joven, de aquellos que han echado pulsos por todas las universidades estadounidenses contra lo que consideran un genocidio en Palestina con bombas americanas.
Los votantes de muchos condados clave se sentían cómodos con Joe Biden, un viejo conocido de la política estadounidense y un hombre blanco; no tanto con una mujer negra como Kamala Harris, que además solo tuvo unas pocas semanas para inventarse una campaña en la que tenía que presentarse como una novedad fresca sin arriesgar en absolutamente ningún asunto. No ha funcionado. Si no hay vuelco en los últimos segmentos del recuento de los votos (no es descartable, porque son grandes ciudades que suelen apoyar a los demócratas), se abre paso un nuevo modo de ver el mundo.