Los cables de la luz se extienden por la fachada como si formaran una tela de araña. Raíces y ramas se han quedado encajadas en las rejas de las ventanas que dan a la calle. Dentro, un sofá volcado sobre un suelo alfombrado por un palmo de barro. El lodo también se ha colado en la casa de al lado, donde un cartel torcido recuerda que aquello fue una “cafetería-pizzería”. La puerta está semiabierta con un mañizo de ramas bloqueando la entrada. Un poco más allá, una máquina refrigeradora de helados Camy está varada en un garaje como si fuera un barco a la deriva en un mar de barro. La perspectiva total de la calle Las Moreras es más desesperanzadora aún, con las tripas de varios edificios al aire. 

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