Ante un drama como el que estamos viviendo, está fuera de lugar anteponer cualquier apreciación a la del respeto a la memoria de las víctimas mortales y sus familias. A continuación, debe prevalecer el pensamiento hacia las familias a las que se les ha truncado su plan de vida. Lo anecdótico, el resto de la agenda informativa relacionada con la tragedia, resulta frívolo ante la certeza de tantas personas a las que sus seres queridos no podrán volver a ver. La desolación debe hacernos guardar respeto y silencio en nuestro ruido interno, cuando pensemos en tantas personas que nos han dejado. No hay palabras, jamás las habrá, ante tanto dolor repentino e incomprensible.

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