Ante un drama como el que estamos viviendo, está fuera de lugar anteponer cualquier apreciación a la del respeto a la memoria de las víctimas mortales y sus familias. A continuación, debe prevalecer el pensamiento hacia las familias a las que se les ha truncado su plan de vida. Lo anecdótico, el resto de la agenda informativa relacionada con la tragedia, resulta frívolo ante la certeza de tantas personas a las que sus seres queridos no podrán volver a ver. La desolación debe hacernos guardar respeto y silencio en nuestro ruido interno, cuando pensemos en tantas personas que nos han dejado. No hay palabras, jamás las habrá, ante tanto dolor repentino e incomprensible.
A continuación, debemos trabajar para ayudar a aquellos que han perdido sus bienes materiales y exigir que llegue la ayuda necesaria. Nuestra actitud colectiva debe ser la de no olvidarnos de las víctimas y asumir que nuestra dignidad como pueblo pasa por no darles nunca la espalda. La reconstrucción del día a día de tantas casas y negocios debe ser nuestro mayor reto colectivo como valencianos, el que reconfigure nuestra esencia como pueblo que renace desde las lágrimas. Eso sí, somos conscientes de que decir adiós a los bienes y objetos que llevan escrito el ADN de tu familia es algo para lo que nunca estamos preparados, por grandilocuentes que sean las palabras que apoyen los mensajes de ánimo. No hay palabras y nunca las habrá.
En tercer lugar, conviene aprender las lecciones de futuro que nos deja esta tragedia. Desde replantearnos nuestras estructuras hídricas, a nuestra relación sobre el riesgo de la amenaza del agua, en un planeta incontrolable, en una geografía tan singularmente expuesta como la nuestra. Vivimos, en definitiva, dentro de una bomba de relojería que nunca podremos detener pero de la que sí nos podemos proteger mejor.
En definitiva, en estas líneas de contraportada pediré respeto, trabajo y reparación. Me lo pediré a mí mismo, cada día. Eso sí, ante las pérdidas humanas, nunca habrá frases posibles que acompañen tanto dolor como el que sienten unos familiares que se van haciendo a la idea de que nunca volverán a ver a sus seres queridos. No hay palabras. Eso solo pertenecerá al recuerdo íntimo de sus allegados. Descansen en paz, aunque seamos conscientes de que, jamás, habrá palabras.
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