Chiva está partida por la mitad. El agua ha dejado tal destrucción que es como si hubiera caído un meteorito o una bomba. A Kamran la riada se le ha llevado la casa por delante; no hay tabiques, no hay pilares, no hay nada. Lo mismo le pasó a John; «empezó a temblar muy duro y saqué a mi hijo como pude, con el agua a la cintura. Al rato vimos como todo se hundía, el río se llevó la casa», explica.
Son testimonios de dos vecinos con casas aledañas al barranco de Chiva, una zona que parece que haya sido bombardeada. El ayuntamiento ha tenido que desalojar varias calles y estima que hay más de 20 casas que deberán ser demolidas. También ha pedido «ayuda urgente» a constructoras y arquitectos para apuntalar y que no se caigan más. Chiva se cae a trozos y necesita alguien que la cosa. Parece difícil imaginar un futuro más allá de mañana en esta localidad.
El agua ha golpeado por partida doble a Kamran. Este pakistaní tenía su tienda de alimentación enfrente de casa, al otro lado del barrranco. La riada ha sido tan devastadora que ha tumbado hasta el puente que las separaba. «La tienda está muy mal, muy mal…» dice con la mirada acuosa de quien lo ha perdido todo.
Kamran es uno de tantos que ahora vive en la habitación de un motel de Chiva habilitado por el ayuntamiento, y espera encontrar pronto una casa o que el propio consistorio habilite algo. Añade que lleva 5 días alimentándose a base de bollería industrial ya que es musulmán y entre el abastecimiento no hay carne halal.
Una niña pequeña en la casa devastada
Kamran estaba en su tienda cuando el río empezó a crecer, y su mujer y su hija en su casa. Vio con impotencia, desde el otro lado del río, como el agua se llevaba toda la planta baja de la vivienda. «Mi mujer agarró a mi hija y la subió a la tercera planta, fueron horas muy tensas porque no podía hacer nada, pensaba que la finca cedería», cuenta Kamran desde el motel en el que está alojado.
Ahora ya no le queda nada en esa planta, y la tienda está también muy afectada. Con la ayuda de vecinos está sacando enseres y arreglando problemas eléctricos y de fontanería, pero queda muchísimo trabajo por hacer. El puente de piedra que separa la tienda y su casa está reventado, y los efectivos de emergencias se afanan en construir uno de metal provisional con un cartel que reza «paso máximo 8 personas».
«Van a demoler la casa. El ayuntamiento no me lo ha dicho pero es evidente que la van a tener que tirar», cuenta el vecino de Chiva. El paisaje en todo el barranco es desolador, todas las casas tienen muros reventados y el agua les ha pegado una mordida que las ha dejado tambaleándose y protegidas con cordones de la Guardia Civil.
Kamran no sabe cuánto tiempo tendrá que seguir viviendo en ese motel, es difícil pensar más allá de mañana, en lo más apremiante. De hecho, aún tiene mucho de lo que hacerse cargo antes de empezar a reconstruir su vida; 6 días después aún está evaluando daños y midiendo la altura de la tragedia que ha arrasado su casa y su vida.
«Las paredes temblaron y el agua las tumbó»
John Granjero vivió para contar esta historia. Este colombiano afincado en Chiva desde hace años encontró en la solidaridad de una vecina su casa, ya que trabaja para sacar adelante a su familia, pero no tiene papeles. Sin embargo, una vecina llamada Rosalía le ofreció su casa para vivir, algo por lo que él siempre estará agradecido.
Sin embargo, esa casa al lado del barranco casi se convierte en su tumba el pasado 29 de octubre. El agua llegó arrasando con todo y el nivel empezó a subir, y pronto John se vio en una ratonera con su mujer y su hijo de 5 años. «Corríamos de un lado a otro sin saber por donde salir porque las paredes estaban temblando ya», cuenta.
Armado de valor, decidió abrir la puerta principal, provocando la inundación de la casa en segundos. Agarró a su hijo, y con el agua por la cintura escapó por donde pudo con su mujer. Fue minutos antes de que la riada se llevara la estructura de la vivienda. No queda nada, ha arrasado con lo que fue su vivienda.
«Hemos perdido absolutamente todo, pero estamos vivos y podemos contarlo, hay que estar agradecidos por eso», cuenta el joven. Ahora están centrados en que la embajada colombiana, que les está apoyando, les mande una copia del pasaporte. También teme que, por ser inmigrante, el Gobierno deje de ayudarles; «estamos muy agradecidos por el ayuntamiento, pensamos que al no ser de aquí nos íbamos a quedar en la calle pero pudimos venir a esta habitación y estamos muy agradecidos», dice.
Empezar de cero
Las vidas de Kamran y de John han quedado arrasadas, son un erial y ahora les toca empezar -casi- de cero a ambos. John pide ahora que alguien les ofrezca un alquiler. «Yo trabajo en València y mi mujer en Chiva, podemos pagar y tenemos al niño en el colegio, lo primero es econtrar algo donde poder meter la cabeza, y ahí ya pensaremos», cuenta.
Pensar, algo que poco han podido hacer ambas familias desde que el agua arrasó sus casas. Sus teléfonos no paran y ellos tampoco, mientras Chiva es un río de voluntarios entre gente joven del pueblo y militares que achican agua, barro, muebles o lo que haga falta. La iglesia de la localidad tiene las puertas abiertas de par en par y está llena de productos de limpieza, el ayuntamiento es un hervidero de voluntarios mientras varias funcionarias en una mesa coordinan todas las tareas que se tienen que hacer en un municipio que está más preocupado en no caerse a trozos que, de momento, en empezar a reconstruirse. Eso vendrá después.