El mundo no vota en las elecciones de Estados Unidos, pero su desenlace determinará el rumbo del planeta en los próximos años. No solo por las posturas tan dispares que Donald Trump y Kamala Harris mantienen en numerosos ámbitos, sino por la rápida transformación del orden internacional de las últimas décadas. Tanto la democracia como la globalización están en serio retroceso, asediadas por las abismales desigualdades económicas. El nacionalismo sigue ganando terreno y el mundo se rearma. Proliferan los conflictos armados sin que las instituciones multilaterales sean capaces de detenerlos. Y la tradicional hegemonía de EEUU está dando paso a una multipolaridad marcada por la rivalidad entre grandes potencias, la formación de bloques y el protagonismo creciente de las potencias medias. La autoridad que Washington proyectaba se está rápidamente evaporando.
No es de extrañar, por tanto, que la ansiedad recorra el mundo en vísperas de estos comicios. Dependiendo de quién gane, la balanza podría inclinarse decisivamente en una u otra dirección, con severas consecuencias también para el clima o la regulación de la inteligencia artificial. Y es que, si bien Harris y Trump comparten en política exterior más posiciones de las que cabría esperar, su punto de partida es muy distinto. Con su credo nacionalista del ‘América, primero’, el republicano abandera el aislacionismo, desdeña las instituciones multilaterales (o «globalistas», como gusta llamarlas), prefiere el unilateralismo a la cooperación y concibe las relaciones internacionales como un intercambio puramente transaccional. Todo ello mezclado por una indisimulada admiración por caudillos y autócratas, lo que supondrá un espaldarazo para el nacional-populismo europeo o los etnonacionalismos en Israel o India si conquista la Casa Blanca.
Esas pulsiones quedaron de manifiesto durante su primera presidencia, con las retiradas unilaterales del Acuerdo del Clima de París o el acuerdo nuclear con Irán, así como la salida de la Organización Mundial de la Salud. Pero Trump también cumplió con su promesa de no empezar nuevas guerras, un hito poco habitual para un presidente de EEUU. «Sus logros en política exterior no fueron producto de su brillantez, sino de los esfuerzos de su equipo para frenar sus ideas más alocadas y redirigirlas en una mejor dirección», opina Peter Fever, exasesor del Consejo de Seguridad Nacional y profesor en Stanford, ahondando en lo dicho por aquellos que ocuparon altos cargos en su Administración, como John Bolton o H. R. McMaster. «Acabó siendo un agente del caos, aunque él mismo saboteó algunas de sus políticas». Trump no quiere interferencias esta vez y, según ‘The Washington Post’, su entorno tiene planes para purgar el Departamento de Estado de lo que el neoyorkino llama «el enemigo interno».
Del «agente del caos» a la continuidad
Del otro lado, la vicepresidenta Harris pretende dar continuidad a la políticas de Joe Biden, centradas en reparar las alianzas dañadas por Trump y defender las instituciones multilaterales que proyectan el poder estadounidense. Todo ello pese al daño enorme que su doble rasero en Ucrania y Gaza o su complicidad con los desmanes israelíes en Gaza han hecho para la credibilidad del sistema. «Harris se espera que sea como un Biden 2.0», dice Feaver. «Pero probablemente no será tan terca ni desplegará la ingenua fe que Biden tenía en sus encantos como diplomático».
Harris no pertenece a la generación de la Guerra Fría ni creció en la América industrial, sino en la periferia de Silicon Valley, lo que sugiere una mirada fresca en algunos asuntos, a pesar de no haber articulado nunca una perspectiva propia del mundo. «Me aseguraré de que América y no China gana la competencia por el siglo XXI y de que reforzamos, en lugar de abdicar, nuestro liderazgo global», dijo la demócrata durante la campaña.
La «pesadilla» de Europa
En Europa preocupa particularmente el regreso de Trump. Tanto por los aranceles que pretende imponer a las importaciones europeas, como por su proximidad a Vladímir Putin, su renuencia a seguir armando a Ucrania o sus amenazas para retirar a EEUU de la OTAN, algo que estuvo a punto de hacer en 2018, según Bolton, quien fuera su asesor de Seguridad Nacional. «Es difícil encontrar una manera para suavizarlo: Trump es la pesadilla de Europa», dijo recientemente Rose Gottemoeller, quien fuera número dos de la OTAN.
Pero en Bruselas también hay quien piensa que las presumibles tensiones con la UE podrían ayudar al bloque a reducir sus dependencias y acelerar la autonomía estratégica que persigue, como sucedió con la pandemia y la invasión rusa de Ucrania. Más dudas hay sobre las promesas de Trump para lograr la paz en Ucrania, dada su cercanía a las tesis del Kremlin y la posibilidad de que fuerce a Kiev a aceptar la partición del país.
En Oriente Próximo no se esperan grandes cambios con ninguno de los dos. Harris ha mostrado algo más de empatía que Biden hacia el sufrimiento palestino, pero ya ha dejado claro que no impondrá un embargo de armas a Israel si no acepta un alto el fuego. Su Administración no revirtió ninguna de las decisiones más polémicas de Trump en la región, como el traslado de la embajada a Jerusalén o el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos sirios del Golán, ilegalmente anexionados. También allí Trump promete hacer magia. «Es hora de recuperar la paz y dejar de matar a gente», ha declarado. En privado, sin embargo, le habría dicho a Netanyahu «haz lo que tengas que hacer».
Dureza frente a China
Frente a China, considerada por ambos como el «principal competidor estratégico de EEUU», los dos apuestan por la dureza y por mantener el clima de guerra fría que impera en las relaciones. Con algunas diferencias. En el plano comercial, Trump promete aranceles del 60% para todas las importaciones chinas con el fin de desacoplar ambas economías, mientras Harris prefiere aranceles más selectivos, como el 100% que impuso su Administración a los vehículos eléctricos chinos. En el plano militar, Harris se espera que refuerce las alianzas de bloques con sus socios del asiáticos y oceánicos, como el grupo de los QUADS o el AUKUS, que incluye también a Reino Unido. Y promete defender la soberanía de Taiwán, a diferencia de Trump, mucho más ambiguo al respecto.
Lo que está claro es que el próximo presidente heredará un mundo convulso y caótico, con el liderazgo moral de Occidente severamente tocado, normas pisoteadas y numerosos actores dispuestos a aprovechar el desorden para avanzar sus crudos intereses nacionales. Demasiados países se sienten existencialmente amenazados y millones de personas han perdido la fe en el sistema, lo que es siempre una invitación al desastre. Si Washington no recupera la claridad moral y trata de reformar su propio sistema internacional para reflejar más equitativamente la nueva realidad, la tendencia está llamada a agudizarse. «Creo que EEUU es débil», dijo recientemente a la BBC el periodista israelí, Yossi Melman, especializado en seguridad y asuntos internacionales. «América está perdiendo su influencia».