Lo que ha ocurrido es una crisis humanitaria como en Europa no se había vivido desde hace décadas, fuera de enfrentamientos bélicos. Y una crisis de gobernanza inédita. El Estado es el Gobierno central, el autonómico y los alcaldes. Y en el desastre de Valencia, sólo una parte, la de los alcaldes, parece haber cumplido. Las otras dos patas, la del Gobierno autonómico y el central, resulta que han pasado de pantalla y están ya en otra pelea (insisto, la del relato) a expensas de unos ciudadanos que todavía siguen sufriendo de desatención.
Lo que hemos visto esta semana ha sido una incapacidad por parte de los dos ejecutivos para dar respuesta coherente a lo que se estaban enfrentando. Mazón no atendió la alerta roja lanzada por la AEMET. El Gobierno central tampoco hizo despliegue alguno hasta que se precipitaron las aguas. Los consellers de las áreas críticas han estado fuera de juego, o errando gravemente, durante unas jornadas en las que el Gobierno autonómico se ha visto reiteradamente superado. Pero frente a eso, tampoco el Gobierno central ha declarado el estado de emergencia. No se trata de jugar a las equidistancias o repartir los golpes a un lado y otro. Se trata de levantar acta de que nadie ha hecho bien su trabajo. El uno no ha llevado las riendas. El otro ha evitado cogerlas. ¿En qué situación deja eso a la política?
Se trata de levantar acta de que nadie ha hecho bien su trabajo. El uno no ha llevado las riendas. El otro ha evitado cogerlas. ¿En qué situación deja eso a la política?
Es, ni más ni menos, la crónica de un desamparo. Son los ciudadanos los que lo han sufrido. Son ellos los que se han visto obligados a organizarse para socorrerse mutuamente. Y es su firme reacción la que ha empujado a los dos gobiernos a espabilarse. Lo hemos escrito una y otra vez y no queda más que repetirlo: desgraciadamente, sigue siendo, cinco días después, el tiempo de recuperar cadáveres, encontrar desaparecidos y apoyar a los que lo han perdido todo. Aún seguimos ahí. Lo demás, está por llegar. Pero no será poco. Porque han fallado demasiadas cosas para estar en el siglo XXI, en uno de los países más importantes de Europa y una de las zonas más avanzadas de la región. Habrá que depurar responsabilidades a todos los niveles. Habrá que preparar un enorme programa de ayudas, da igual si el modelo es el del Plan Marshall o el de la COVID. Pero va a ser necesario sostener a los particulares y a las empresas, abrir los créditos, flexibilizar las normativas, apoyar a la gente. Y habrá que revisar la gobernanza entera de este país, porque sus mecanismos, tanto los horizontales como los verticales, han demostrado sus grandes fallas. Lo sucedido en Valencia obliga a repensar la política nacional.
De la misma forma que las personas pasan por una serie de fases bien delimitadas cuando sufren una pérdida, las sociedades también atraviesan por etapas ante traumas colectivos como el que Valencia está viviendo. El profesor Joan Romero, colaborador de este periódico, recordaba ayer con acierto en una entrevista en la cadena Ser que ahora estamos en la fase heroica, donde priman las emociones y todo el mundo quiere auxiliar a los damnificados. Pero luego vendrá la fase de la depresión, en manos de la cual una sociedad puede adoptar el desapego o, peor aún, la irracionalidad. Del comportamiento que muestren Mazón y Sánchez ahora dependerá que luego no tengamos males mayores. Ayer comparecieron por separado. Esperemos que la próxima sea conjunta y para certificar que están colaborando.