La madre de Cristina todavía no es consciente de lo cerca que ha estado. Tan cerca como que el agua le llegaba a la altura de la barbilla cuando la sacaron de su casa por un agujero en el techo, en tiempo de descuento, en Aldaia. Tiene 84 años y ahora está viviendo en casa de su hija, donde tiene compañía y una cama seca, pero donde no tiene sus fotos enmarcadas ni su cepillo de dientes. “Ayer aún me dijo: mira a ver si me traes del baño el cepillo de dientes, que creo que me lo dejé allí”. Porque, dice su hija, “todavía no es del todo consciente de lo que ha pasado”. Se acuerda de todo pero no quiere ver las noticias, ni leer el periódico, ni ver fotos de su casa inundada. Por eso no sabe que en su baño, y en el resto de la vivienda, hay una marca marrón pasado el metro sesenta de altura, en la pared. Y que no está su cepillo de dientes, ni nada más, porque casi todos los muebles, las fotos, los libros, están en la calle, en una montaña embarrada, esperando a ser recogidos por un camión que los deseche.