Año 1962, clima de máxima tensión en el mundo. Los estadounidenses y los soviéticos, representantes máximos del capitalismo y el comunismo, se miran pero no se tocan. Estalla la crisis de los misiles de Cuba y en la base de Aitana, el enclave militar inaugurado en 1960 tras un acuerdo en materia de defensa entre España y Estados Unidos, aparece una mujer de luto junto a un sacerdote. Buscan al soldado George Carroll. Atónitos, los militares americanos de la garita, llaman inmediatamente a sus superiores.
Contra todo pronóstico, la extraña pareja tiene cita. Acceden al recinto, acorazado por los cuatro costados, y con el párroco como traductor se entrevistan con un alto cargo: «El soldado al que buscan tiene muy buenas referencias, no tiene ninguna mancha en su expediente». Más aliviada, Victoria Milán Carrión, la mujer que ha interrogado sin miramientos al ejército americano, se marcha a Alicante. Su hija, Vicenta Ivars Milán, ha conocido al soldado Carroll durante un paseo por la Explanada y en la casa familiar de la calle Navas se ha armado el lío. «Menudo jaleo montaron mi madre y mis hermanos, eran otros tiempos», cuenta hoy desde su casa de San Antonio (Texas) en una videollamada Vicenta Ivars, lúcida a sus 90 años. «Fue un flechazo, pero no fue fácil explicarlo en casa».
Aquel noviazgo entre una alicantina y un militar americano prosperó y sólo unos meses más tarde ya estaban casados. Su marido, George Carroll, era natural de Washington D. C. y había sido destinado a la base de Aitana para trabajar en la instalación del radar que todavía hoy sigue activo. «Él quería ser piloto, pero le destinaron a Alicante y se salvó de Vietnam», cuenta su hijo Michael. En un día de descanso en la base de Aitana varios militares bajaron a Alicante y Vicenta y George se conocieron. Y así hasta hoy. «No eran muy bien vistos aquí los americanos, eran chulitos porque iban presumiendo en coches descapotables y tiraban cigarrillos», recuerda Vicenta. Pese a aquella primera impresión, aquel joven militar (cuatro años menor que su futura mujer) que aprendía castellano a marchas forzadas conquistó a Vicenta y el matrimonio se instaló en Alcoi, en un piso fuera de la colonia americana que se construyó en el barrio de Santa Rosa.
En 1963 nació allí su primer hijo, Michael Carroll. Esta semana, sesenta años después, Michael y su hermana Madeline han regresado a Alicante para visitar a varios primos que no veían desde hacía décadas y para investigar sus orígenes. La base de Aitana, el germen de todo su árbol genealógico, los ha recibido con una intensísima tormenta y un manto de niebla que apenas deja ver nada desde el casco urbano de Penáguila.
Aun así, llegan a la puerta de la base militar, aquella que su abuela atravesó para preguntar por su padre, entonces un soldado desconocido. «Es fascinante», cuenta Madeline Carroll al ver desde lo lejos el radar donde trabajó su progenitor. A los pocos meses de nacer Michael, los americanos abandonaron la base de Aitana y la familia Carroll regresó a Estados Unidos. Por delante quedaban varias mudanzas m ás por diversas bases americanas, según el destino de George: Arizona, Alaska, Missouri, Colorado, Mississippi… También nacieron tres hijos más: Noemi, Charlie y Madeline, que ha visitado esta semana Aitana. «Mi hermana dice que llevo a Alicante en la sangre porque nací en Alcoi y es verdad, así lo pone en mi pasaporte», cuenta Michael.
Colonia americana
Madeline y Michael, este último acompañado de su mujer Ángela y de su cuñado, continúan la visita en la colonia americana, donde todavía quedan vestigios del paso de los soldados estadounidenses. Con el teniente del Ejército del Aire español Antonio Pastor como cicerone, los Carroll ven de primera mano las diferentes casas, muchas de ellas aún habitadas, así como varios detalles que perduran en el complejo: interruptores y tomas de corriente al estilo americano; y también la iglesia y la guardería, después utilizadas por los soldados españoles que habitaron la colonia.
Madeline pregunta por el economato, lugar en el que se originó una de las anécdotas más repetidas de la familia. «Un día mi padre dijo que estaba harto de tanta comida alicantina, vino al supermercado de la colonia y volvió a la casa con un bote de Spaghettios», cuenta entre risas. «Están acostumbrado a comer todo enlatado, fue una de las cosas que más me sorprendió», explica Ángela Buitrago, la esposa de Michael Carroll. Esos Spaghettios, una mezcla entre pasta italiana y los cereales Cheerios, eran una de las rarezas que trajeron los americanos a Alcoi. Aquel mejunje no encandiló a los alcoyanos, pero una de aquellas novedades sí lo hizo, el kétchup. «Era toda una novedad, recuerdo muchas cosas exóticas que nos traía mi tía como los chicles», cuenta Goya Gómez, hija de una de las hermanas de Vicenta Ivars.
Un caso similar
En 1964 los americanos cedieron la responsabilidad de la base a los españoles y el último soldado en dejar el radar fue Joseph Watem, casado también con otra alicantina, Tere Arnau, íntima de Vicenta Ivars. «Fuimos dos amigas que se casaron con dos americanos y no nos fue nada mal», cuenta Ivars. Watem se convertiría en el último militar americano en abanadonar la base de Aitana. A diferencia de Carroll, Watem, que había luchado en Vietnam, se instaló en Alicante y fue, durante años, profesor particular de inglés en su casa de Díaz Moreu. No tuvieron descendencia.
Por su parte, George Carroll siguió su carrera militar en Estados Unidos, se hizo ingeniero y acabó con el rango de ‘major’. Se retiró joven, cuando se le planteó la oportunidad de volver a mover a la familia. Instalado en Texas desde entonces, hoy continúa junto a Vicenta, aquella alicantina con la que se cruzó en la Explanada. Ninguno de sus cuatro hijos optó por la carrera militar, ahora viven desperdigados a lo largo y ancho de los Estados Unidos.
En la visita a la colonia de Alcoi, Madeline y Michael recordaron el estilo de vida en una base que les detallaba el teniente Antonio Pastor: un autobús conducido por un militar para llevar y traer a los niños de la escuela, casas con jardín, viviendas calcadas milimétricamente las unas de las otras, un club social, una iglesia… «Es que muchas de las cosas que hicieron los americanos estaban tan bien que simplemente las copiamos», cuenta Pastor.
Sesenta y dos años después de que los americanos se perpetuaran en Alicante y los alicantinos en Estados Unidos, los Carroll Ivars salen de Alcoi con una sonrisa de oreja a oreja, prometen volver, se despiden orgullosos de su presente y con ganas de seguir indagando sobre su pasado. «¿Aquí se habla valenciano, no?», pregunta interesado Michael. «Yo quiero mejorar mi castellano y aprender valenciano», confiesa Madeline. «Quin mal de cap que tinc», añade entre risas. «Eso lo decía mucho mi abuela». n