En las últimas Olimpiadas hubo varios revuelos; el primero, a raíz de la inauguración, tan ideológica; después, en referencia a atletas trans que con unas cuantas dosis hormonales pasaban por mujeres, cuando eran hombres. Los combates fueron tan sorprendentes que generó bastante debate público.
Pero ya sabemos lo que ocurre cuando se expulsa a la naturaleza: esta siempre se obstina por entrar. Un buen amigo siempre me comenta que, al final, el discurso woke caerá por su propio peso, es decir, que nos daremos cuenta de lo que supone cuando nos pidan comulgar con ruedas de molino hasta que no podamos más y el feminismo, con cualquier variante, se nos indigeste.
Por ejemplo, que alguien gane más puntos en un concurso por autodeterminarse en un género alternativo introduce un factor claramente desequilibrante. Lo mismo ocurre con los vestuarios, las prisiones o los baños públicos. Eso de que tu libertad termina cuando comienza la del prójimo es tan cabal que muy pocos, sea cual sea la ideología que suscriban, están dispuestos a desdecir el aserto.
Durante toda esta semana, a vueltas con el escándalo Errejón, se ha pasado por alto una importante trifulca en la ONU, al menos simbólica; al parecer, se ha presentado un informe sobre la violencia contra las mujeres y las niñas en el deporte que, por sorprendente que parezca, no suscita tanto bochorno.
La encargada de su elaboración, Reem Alsalem, fue la diana de varios ataques porque sugirió que todavía quedaba mucho por hacer en materia de feminismo. Lo que más alarmó es que Alsalem empleaba el típico lenguaje radical, mezclando categorías de víctimas, pero recomendaba por el bien de las mujeres que las competiciones deportivas tuvieran en cuenta el sexo biológico.
“Durante toda esta semana, a vueltas con el escándalo Errejón, se ha pasado por alto una importante trifulca en la ONU, al menos simbólica”
El error de Alsalem es reivindicar lo obvio, frente a las proclamas ideológicas. En esta sociedad que todo lo mezcla con la política, hasta el punto de devaluar completamente el discurso público, puede no resultar equivocado hacer campaña en un ring o defender a los trans en la palestra.
Pero tal y como explica The Wall Street Journal, el citado informe se limita a señalar que “las atletas femeninas son más vulnerables a sufrir lesiones físicas graves cuando los espacios deportivos exclusivos para mujeres se abren a los hombres”.
Las convicciones radicales muchas veces no resisten la comparación con la realidad. Por ello, la agenda más comprometida ha de obviar lo que a cualquiera que piense un poco le habría de parecer una aberración. Por ejemplo, existe un estudio que señala que incluso en categorías inferiores el hombre menos preparado ejerce más potencia y fuerza que la mujer que más lo está. De ahí que se les distribuya en categorías.
Claro está que muchos, muchas y “muches” seguramente tiendan a interpretar todo esto como una peligrosa consecuencia de la mentalidad, el lenguaje o la biología patriarcal. Ya lo dijo la famosa ideóloga de todo este movimiento tan equívoco como destructivo: debemos por todos los medios subvertir la última y más lacerante de las represiones, la genitalidad. Pero ni Butler ni sus seguidores han tenido en cuenta que se está jugando no solo con el medallero, sino con la vida -literalmente- y salud psíquica de muchas personas.
No se entiende, en cualquier caso, que en la lucha por el derecho y la justicia solo ganen unos. O sea, está bien proteger a quienes consideran que habitan un cuerpo equivocado, pero ¿quién alza la voz por los derechos de los que no piensan que la biología juega a la lotería?
“Algunos colectivos de deportistas profesionales son totalmente conscientes de que permitir que los atletas elijan sus propias categorías “compromete la seguridad, la equidad, la dignidad y la participación”
En este sentido, el informe de la ONU es claro: afirma que los espacios mixtos pueden erosionar el derecho a la privacidad de las mujeres, al tiempo que manifiesta cómo las que se oponen a que los varones los usen son silenciadas o se autocensuran. Y un mundo donde la virulencia se manifiesta en esas limitaciones a la libertad de expresión es un mundo menos satisfactorio, tanto para ellos como para ellas. Incluso para elles.
El informe pasará sin pena ni gloria, lo mismo que ocurre con las denuncias realizadas por asociaciones de atletas femeninas. La única voz cantante es la que dirige el lobby que domina las altas esferas, especialmente el COI. Al hilo de ello, quizá sea bueno saber que, mientras este último considera humillante “testar” el sexo de quienes compiten, algunos colectivos de deportistas profesionales son totalmente conscientes de que permitir que los atletas elijan sus propias categorías “compromete la seguridad, la equidad, la dignidad y la participación”.
¿Acaso puede el COI eludir estos extremos? ¿No debería estar más atento al deporte y menos a la Agenda 2030? Temo que no acabe este cuento de las inconsistencias woke hasta que nos tomemos cada uno de los ámbitos en que se mueve la existencia de un modo apolítico, evitando que todo quede infectado del virus de la ideología, el enfrentamiento y el radicalismo.