Nadie sabe nada. Las encuestas en Estados Unidos arrojan un empate técnico como no se recuerda otro. Tanto en número total de votos como en los siete estados bisagra. Ese empate pone a los demócratas en peor posición de partida, porque históricamente para ganar suelen necesitar una ventaja de al menos dos puntos. Cosas de la demoscopia y del voto oculto a Donald Trump. En ese escenario, el nerviosismo domina los últimos compases de una campaña que comenzó muy arriba y ha terminado muy abajo. En un lodazal en el que cada insulto se responde con otro mayor.
Atentos a esta sucesión de desmanes encadenados: un cómico acostumbrado al humor disruptivo gasta una broma en un mitin de Donald Trump, comparando Puerto Rico con una “isla de basura”. Pero lo hace en el contexto de un cónclave político cargado de referencias racistas. Por ejemplo, las de Rudy Giuliani, escudero fiel de Trump y uno de los ideólogos de las teorías conspirativas electorales del trumpismo; el mismo que definió a los niños palestinos como gente a la que “se le enseña a matar estadounidenses desde que tienen dos años”. Los demócratas aprovecharon la oportunidad e hicieron sangre con el desliz de Puerto Rico porque saben que hay cinco millones de puertorriqueños residentes en Estados Unidos. Todo iba bien para los de Kamala Harris, hasta que llegó Joe Biden y patinó. Respondió a las ofensas a Puerto Rico en el mitin de Trump diciendo que “la única basura son sus votantes”.
Ha sido esta la tónica general de la campaña en los últimos días. Kamala Harris ha llamado “fascista” a Donald Trump. Trump dijo que la ex primera dama Michelle Obama era una mujer “asquerosa”, porque ella antes había hablado de su “deterioro mental”. Este jueves, el candidato republicano ha prometido proteger a las mujeres “lo quieran o no”; de la violencia de los inmigrantes y de los misiles extranjeros. Lo ha dicho a pesar de que su equipo de campaña le había advertido, admitía, contra esas muestras de paternalismo. Intenta ganarse el voto femenino, que escora hacia los demócratas, entre otros motivos porque el Tribunal Supremo conservador que Trump configuró durante su mandato ha suprimido el derecho al aborto.
Han sido, en conclusión, semanas sin grandes titulares y mucha pelea en el barro.
La precampaña fue otra cosa: pura épica. El 13 de julio, un hombre intentó asesinar a Trump en Pensilvania. Él se salvó por los pelos. Resurgió erguido con el puño en alto, en una imagen que vale una campaña entera. Para muchos de sus votantes es ya invencible, el elegido por Dios. La épica también acompañó los primeros compases de Harris como candidata. Ella venía a reiniciar la partida que iban perdiendo claramente los demócratas. Joe Biden había tenido un debate desastroso, el peor que se le recuerda. Si Richard Nixon perdió en su día porque apareció en televisión sudando y con una corbata horrible frente a un bronceado John F. Kennedy, ¿qué efecto iban a tener los balbuceos y los desvaríos de un Biden añoso? Era muerte súbita para el partido. El diario progresista por antonomasia, el The New York Times, lanzó una intensa campaña de derribo contra Biden. Y, de nuevo, más épica: el demócrata decidió renunciar al trabajo más deseado del mundo y anteponer el futuro del partido y el del país sobre el suyo propio. El dinero comenzó a fluir de nuevo. Se desató la euforia demócrata.
¿La revancha de Trump?
En el camino de esta campaña se han ido olvidando los asuntos que se creían importantes antes de que comenzara. Se ha olvidado que Donald Trump es un delincuente convicto. En mayo, un jurado de Nueva York le declaró culpable de 34 delitos graves de falsificación de registros comerciales. Entonces la pregunta era si en esas condiciones podía ser candidato a la presidencia. La respuesta ya se conoce: a los suyos no les importa, de hecho les activa. Trump puede ser presidente. Según los pronosticadores más avezados de Estados Unidos, es la opción más probable.
Y entonces comenzará la revancha, o al menos eso teme la mitad del país. Ya ha dicho Trump que pretende vengarse de sus enemigos. Para empezar, piensa despedir “en dos segundos” al fiscal especial Jack Smith que llevó dos casos federales contra su persona. Trump esta vez llegaría a la Casa Blanca rodeado de un auténtico ejército de funcionarios y políticos trumpistas. No tendría las cortapisas del establishment washingtoniano de su primer mandato. De él van a depender unos “10.000 nombramientos”, según le recordaba el candidato al presentador estrella Joe Rogan la semana pasada.
Trump tiene apego a dictadores como Vladímir Putin, Kim Jong Un o Xi Jinping. ¿Será en un eventual segundo mandato un líder autoritario? Se lo preguntaron en la cadena de televisión conservadora Fox News.
El presentador Sean Hannity: “¿Promete a Estados Unidos, esta noche, que en ninguna circunstancia abusaría del poder como represalia contra nadie?»
Donald Trump: «Excepto el primer día. Quiero cerrar la frontera y quiero perforar [para buscar petróleo], perforar, perforar […] no seré un dictador, no, salvo el primer día. Ese día vamos a cerrar la frontera y vamos a perforar, perforar, perforar. Después de eso ya no seré un dictador'».
Los que le quieren dicen que es solo su forma de provocar. Y recuerdan que se ha distanciado del sórdido plan Proyecto de Transición Presidencial 2025, una hoja de ruta de la fundación conservadora Heritage para remodelar el Gobierno Federal si el Partido Republicano gana las elecciones. Propone aumentar drásticamente el poder del presidente con una interpretación capciosa de la Constitución. Sugiere despedir a miles de funcionarios para sustituirlos por cargos políticos fieles a Trump. Y llevar el cristianismo a todos los aspectos de la Casa Blanca.
El desmentido de Trump de que ese sea su plan no convence a todos, porque tiene antecedentes de iliberalismo político. Está pendiente de juicio por instigar una revuelta popular violenta tras la victoria de Biden en 2020 y el subsiguiente asalto violento al Capitolio, con cinco muertos. El republicano ha dicho que aceptará los resultados, si gana. Y si no gana, tiene un ejército de observadores por todo el país que van a hacer ruido con denuncias de presuntas incidencias. Prepara un despliegue en la noche electoral para evitar que les roben las elecciones otra vez, según su falsa creencia. Tienen las listas de votantes registrados para cotejar las firmas, bases de datos y miles de voluntarios con teléfono móvil que lo grabarán todo. ¿Propagarán bulos? ¿Los intensificará la red social X de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y aliado sobrevenido de Trump? Ya empiezan a pasar cosas raras. Esta semana alguien ha quemado urnas llenas de votos anticipados en cuatro ciudades.
La incógnita Harris
Kamala Harris es una auténtica incógnita como jefa del Ejecutivo. De ella se sabe muy poco, más allá de los mantras que repite en mítines donde todo está medido y programado. Casi no ha dado entrevistas. Como vicepresidenta no ha tenido un papel muy destacado, y en lo que lo ha tenido (la inmigración) tiene malos resultados que exhibir. La Administración Biden a la que pertenece ha tenido grandes éxitos, sobre todo recuperar la economía de Estados Unidos, maltrecha tras la pandemia de Covid, y conseguir millones de empleos. O evitar con ayuda de la UE que Rusia conquistara toda Ucrania. Pero también ha mostrado grandes incapacidades: no pudo controlar la inflación, ni frenar al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en su destrucción total de Gaza. Trump insiste en que con él no hubo ninguna gran guerra, y que “evitará la III Guerra Mundial fácilmente”. Trump es impredecible y eso es un activo a la hora de negociar.
El mundo espera con la respiración contenida. Gazatíes, libaneses, ucranianos, taiwaneses… todos pendientes de lo que decidan votar unos cuantos miles de estadounidenses en los estados clave. Recordemos: los del cinturón industrial (Michigan. Wisconsin y Pensilvania); los del cinturón del sol (Nevada y Arizona) y los del sureste, Georgia y Carolina del Norte. Ahí se conseguirán los 93 de los 538 votos electorales que aún no están repartidos. Este último estado será de los primeros en ofrecer resultados en la noche electoral y definirá el tono de lo que está por venir: unos días de infarto tras unas semanas insulsas de campaña.